Desde hace tiempo vengo pensando que vivimos tiempos desconcertantes en lo que al ordenamiento social se refiere. Con perplejidad y con asombro que no deja de ir en aumento constato que son los mediocres, cuando no los últimos de la clase los que detentan puestos de incontestable poder en el mundo que me rodea; los más mediocres, y lo que es peor, los más malos.
Observando la naturaleza de los componentes de las elites sociales que marcan nuestro rumbo, vemos que no abundan entre sus filas hombres caracterizados por su capacidad, ni por su honestidad; por el contrario éstos están currándose la vida confundidos con el “paisaje”, como seres anónimos, invisibles e incoloros. No. Las cosas son de muy diferente manera en los tiempos que corren.
Si queremos identificar a aquellos que gobiernan nuestras vidas y nuestras haciendas, que están en la cúspide de la vanguardia cultural, que definen un estilo de vida y hasta de muerte, debemos dirigir nuestra atención a aquellos que ostentan el poder y han alcanzado el éxito social. Pero mucho más interesante y tambien más divertido es encontrarnos con aquellos que se encuentran justamente realizando la interesante tarea de su, llamémosla “auto-promoción social”. El abanico de personajes que se cruzan en nuestro camino es amplísimo, tanto por el ámbito en el que se desenvuelven como por la catogoria del éxito que han alcanzado. De manera que no es necesario estrictamente bucear en las vidas y actuaciones de personalidades de conocido renombre, sino que puede bastar con echar un vistazo rápido a nuestro alrededor para encontrar interesantísimos personajes “exitosos” a los que reconoceremos de manera casi inmediata por lo que constituye su rasgo distintivo, denominador común que comparten con los representantes de las elites a las que antes aludía, esto es su proverbial, ostentosa y relevante necedad.
Siendo ésta, la necedad, en mi opinión, la característica más sobresaliente del “prohombre” triunfador actual, no es, sin embargo suficiente. Algunas otras cuestiones se muestran como condiciones coadyuvantes e ineludibles para adquirir la condición y el estatus de personaje relevante. Entramos así, en la curiosa metamorfosis que se lleva a cabo en el seno de la sociedad de manera prácticamente imperceptible y sin embargo, auténticamente eficaz. Se lleva a cabo silenciosamente la necesaria demolición de los valores que hasta hace relativamente poco tiempo eran prioritarios para ganarse el respeto y el reconocimiento de los otros, como punto de partida de la conducta promocional. Cuestiones como la capacidad intelectual, la formación en el conocimiento, y sobre todo la honestidad personal, no sólo no constituyen un aval en la progresión de la escala social, sino que por el contrario, se muestran como un freno, una barrera, como un obstáculo para acceder a puestos de teórica responsabilidad y relevancia. Se aúnan pues, la necedad y la idiotez, entendida esta última tanto en la acepción que le daban los griegos a la palabra idiotés, cualidad (mas bien característica) de la persona a la que los asuntos públicos o sociales le traen al fresco, movida tan solo por el interés personal, e incapaz de ofrecer nada a los demás, como en la que encontramos en nuestra propia Lengua Española, definiendo al idiota como un engreído sin fundamento para ello.
Para no perdernos en el discurso es oportuno puntualizar que el necio no siempre es un estúpido, como el hombre brillante no es infrecuente que carezca de astucia. La posesión de habilidades y destrezas para engañar, para falsear (incluso para inventar) la realidad adecuándola a su interés siempre cambiante, la firme decisión de ejercer la manipulación que se demuestre necesaria, son condiciones imprescindibles para que el necio se acerque a su objetivo de ascenso en la escala social. No vaya a pensarse que el triunfo para el necio es asunto sencillo. Ayuno de los méritos la inteligencia y del conocimiento proporcionan, alimentar un ego desmedido con tan escasa proteína intelectual, únicamente a base de codicia y ambición, exige no poca determinación y firmeza.
Desde casi desde el primer momento en que nuestro necio vislumbra las distintas y limitadas alternativas vitales de las que dispone, procede inmediatamente a despojarse de cualquier principio o valor que pudiera ser óbice para llevar a cabo las imprevisibles actuaciones a las que se verá abocado en su durísima escalada por la pendiente ascendente de la vida en sociedad. Llevado del pragmatismo más rampante, convierte por arte de birlibiloque su ya probablemente debilitada y anémica conciencia y la rediseña como un folio en blanco, en el que irá trazando el mapa, en los colores que dicte la oportunidad, desde el rojo más intenso al azul mahón, de aquellos principios y valores que le convengan según qué circunstancias y que intereses toque defender, convirtiendo en el primer mandamiento de su conducta lo que magistralmente definió Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si a usted no le gustan, tengo otros”. El necio será capaz de defender una opinión y su contraria sin inmutarse, con aplomo, y sin despeinarse. Tendrá la habilidad de estar prácticamente siempre de acuerdo con unas tesis, y a la vez, con las tesis contrarias, contentando todos y no guardando lealtad a nadie, mientras que el entorno se va convirtiendo en un fértil patio de operaciones adecuadamente abonado.
Cuando la realidad se impone y parecen evidenciarse sus escasísimas virtudes o capacidades, ¿Qué hace nuestro necio personaje? El necio se ríe. Si, suele reírse, y bromear, mostrándose cercano, amigable, campechano e inocente. Que los demás parezcan un poco bobalicones suele ser para la mayoría de la gente más agradable que detectar en los otros una ávida inteligencia. Las masas perciben la necedad de los hombres famosos en términos de inofensiva y simpática inocencia, facilitando que aquellos que son aún mas estúpidos que ellos, se sientan confortablemente seguros y de algún modo identificados con el líder que ostenta una natural necedad. También aquellos a los que podríamos calificar como los “listos” pero carentes por completo de astucia, y lo que es verdaderamente importante, de principios, (que también los hay) entran en sus redes, negando al necio la categoría que se merece y con ella, la naturaleza peligrosa, que reconocen en su enemigo. El necio juega su baza, deja ver ligeramente la carta que lleva en la manga, en la manga que él decide, claro está, ocultando la baraja completa que esconde en su calcetín, y gana la partida a costa de los estúpidos y los listos, en ambos casos victimas de su propio amoral pragmatismo.
Día a día, considerado por unos “como uno de los míos” y por otros como “un pobre infeliz”, nuestro personaje se va abriendo camino, escalando peldaño a peldaño por la escala social, y cuando nos queremos dar cuenta, se ha convertido en un actor de renombre, un escritor de bet sellers, un modisto de fama, un periodista de éxito, un músico celebrado o un Presidente de Gobierno. Naturalmente todo este proceso no sería posible en nuestra sociedad sin la valiosísima complicidad de los indispensables mecanismos de transmisión que son los medios de comunicación audiovisual y sin contar con el respaldo de las fuerzas fácticas económicas. La diferenciación entre medios de comunicación y fuerzas económicas se plantea únicamente a efectos de explicación metodológica ya que en la practica constituye una redundancia. Los grandes medios de comunicación, salvo muy minoritarias excepciones, son activos en manos de los grupos económicos de poder, a la vez que clientes sumamente dependientes del beneplácito político en una economía profundamente intervenida como la nuestra. Cerramos, pues, el círculo de complicidades que arropan a nuestro necio en su ascenso social: la masa que lo erige en líder, la fuerzas políticas interesadas en participar del poder en sus múltiples formas fragmentarias, la incercia de las fuerzas ecónomicas siempre carentes por su propia naturaleza de valores éticos, y los vehículos de transmisión que constituyen los "mass-media".
Estos mecanismos algo complejos, se pueden sin embargo comprender sin dificultad, cuando nos fijamos en la paulatina conformación del “lidercillo” o vulgarmente llamado “vividor”, personaje que todos hemos podido conocer. Ese que de la noche a la mañana acumula ascensos, carguitos, bienes de uso común aunque ostentosos, en otro momento impensables y en todo caso, fuera del alcance de todos aquellos poseen iguales o incluso superiores meritos.
El necio, naturalmente, a medida que supera cada uno de los obstáculos en su ascendente trayectoria va acaparando mayores cotas de “poder” y/o discrecionalidad que como no podía ser de otra manera, constituirán la ración energética necesaria para llevar a cabo sus próximas actuaciones, con el objetivo de seguir avanzando por el camino tiempo atrás iniciado. El sentido de su acción se vuelve progresivamente más instrumental y más eficaz. La garantía de éxito más real. Estamos, por fin, ante un auténtico triunfador social.
El proceso descrito hasta aquí no pretende ni siquiera ser el esbozo de un paradigma. Es la descripción de un proceso, realizada con trazo grueso, a grandes pinceladas, y sin grandes pretensiones, que nace de la observación, simplemente, y en el que he constatado se desenvuelven numerosas personas de mi entorno personal, laboral, etc. La vida social, cultural y sobre todo política en España, ofrece en mi opinión, necios personajes, estos si paradigmáticos, a los que el “traje diseñado” en estas líneas, en mi opinion, les encaja con bastante precisión.
Si, creo que nos encontramos inmersos en la Hegemonía de los Necios, lo que francamente resulta muy poco edificante y desalentador. Podemos observar sus evoluciones, su conquista de espacios económicos, culturales, incluso religiosos. Podemos sentir su presión y el ejercicio de su poder en nuestra vida diaria traducidas en la limitación, coacción y liquidación de los derechos individuales, en la prevalencia de los privilegios de las elites, en la denostación cuando no persecución de profesionales, intelectuales u hombres de ciencia librepensadores; en la desigual aplicación de la Justicia cuando no en su abierta corrupción; en la connivencia escandalosa entre el poder económico y el poder político, y a su vez, entre este último y una pretendida y vergonzosa intelectualidad que ha renunciado abiertamente al ejercicio de la critica rigurosa que le es propia, de lo social y de lo político.
El transcurso del tiempo en el ejercicio de esta Necia Hegemonía podemos ver como pasa factura en la formación de los más jóvenes, en su instrucción, en su incompetencia intelectual y en su conformación humana desde el punto de vista ético, con la implantación de mecanismos educativos desde la primera infancia que promueven el relativismo cultural y la promoción de los no-valores en nuestras escuelas. El adocenamiento acrítico, la mansedumbre social, la amoralidad valorativa son los instrumentos indispensables para el mantenimiento del poder hegemónico de los necios. Ellos lo saben bien.
Nosotros, algunos de nosotros, también lo sabemos.
Los reconocemos y no los menospreciamos, porque tenemos claro que ignorarles no evitará las nefastas consecuencias de sus acciones. Por el contrario, es necesario hoy mas que nunca, mantenerse alerta y disidentes, críticos y lúcidos, ejercitar la prudencia, y saberse hombres y mujeres libres. Poseedores de esa libertad humana que no nace de su reconocimiento jurídico o político, sino que es anterior al mismo, como propiedad definitoria de nuestra naturaleza y de nuestra identidad.
Y como nunca he estado dispuesta a que aquello que considero vulgar, aburrido y mediocre, sea el centro de mi atención, no quiero tampoco que estas páginas tenga un punto y final sin esperanza. Opongamos a la vulgaridad consustancial a la necedad, la belleza incomparable de lo auténtico; a sus predecibles imposiciones despóticas, el insospechado misterio de un instante de luz, por eso quiero compartir con todos aquellos que se den una vuelta por esta, mi otra casa, y "enmipropionombre”, el último regalo que he recibido de la Primavera.
Os cuento la brevísima historia de esta imagen:
La otra tarde, amenazando lluvia y tormenta, al borde de la carretera que me llevaba al hiper, casi en la cuneta, allí la encontré sobreviviendo enérgicamente, con coraje, entre los escombros olvidados. Tan humilde y tan hermosa; tan roja, tan intensa. Tan valiente y tan orgullosa, que me la quise llevar para siempre a casa, también …para vosotros.
Observando la naturaleza de los componentes de las elites sociales que marcan nuestro rumbo, vemos que no abundan entre sus filas hombres caracterizados por su capacidad, ni por su honestidad; por el contrario éstos están currándose la vida confundidos con el “paisaje”, como seres anónimos, invisibles e incoloros. No. Las cosas son de muy diferente manera en los tiempos que corren.
Si queremos identificar a aquellos que gobiernan nuestras vidas y nuestras haciendas, que están en la cúspide de la vanguardia cultural, que definen un estilo de vida y hasta de muerte, debemos dirigir nuestra atención a aquellos que ostentan el poder y han alcanzado el éxito social. Pero mucho más interesante y tambien más divertido es encontrarnos con aquellos que se encuentran justamente realizando la interesante tarea de su, llamémosla “auto-promoción social”. El abanico de personajes que se cruzan en nuestro camino es amplísimo, tanto por el ámbito en el que se desenvuelven como por la catogoria del éxito que han alcanzado. De manera que no es necesario estrictamente bucear en las vidas y actuaciones de personalidades de conocido renombre, sino que puede bastar con echar un vistazo rápido a nuestro alrededor para encontrar interesantísimos personajes “exitosos” a los que reconoceremos de manera casi inmediata por lo que constituye su rasgo distintivo, denominador común que comparten con los representantes de las elites a las que antes aludía, esto es su proverbial, ostentosa y relevante necedad.
Siendo ésta, la necedad, en mi opinión, la característica más sobresaliente del “prohombre” triunfador actual, no es, sin embargo suficiente. Algunas otras cuestiones se muestran como condiciones coadyuvantes e ineludibles para adquirir la condición y el estatus de personaje relevante. Entramos así, en la curiosa metamorfosis que se lleva a cabo en el seno de la sociedad de manera prácticamente imperceptible y sin embargo, auténticamente eficaz. Se lleva a cabo silenciosamente la necesaria demolición de los valores que hasta hace relativamente poco tiempo eran prioritarios para ganarse el respeto y el reconocimiento de los otros, como punto de partida de la conducta promocional. Cuestiones como la capacidad intelectual, la formación en el conocimiento, y sobre todo la honestidad personal, no sólo no constituyen un aval en la progresión de la escala social, sino que por el contrario, se muestran como un freno, una barrera, como un obstáculo para acceder a puestos de teórica responsabilidad y relevancia. Se aúnan pues, la necedad y la idiotez, entendida esta última tanto en la acepción que le daban los griegos a la palabra idiotés, cualidad (mas bien característica) de la persona a la que los asuntos públicos o sociales le traen al fresco, movida tan solo por el interés personal, e incapaz de ofrecer nada a los demás, como en la que encontramos en nuestra propia Lengua Española, definiendo al idiota como un engreído sin fundamento para ello.
Para no perdernos en el discurso es oportuno puntualizar que el necio no siempre es un estúpido, como el hombre brillante no es infrecuente que carezca de astucia. La posesión de habilidades y destrezas para engañar, para falsear (incluso para inventar) la realidad adecuándola a su interés siempre cambiante, la firme decisión de ejercer la manipulación que se demuestre necesaria, son condiciones imprescindibles para que el necio se acerque a su objetivo de ascenso en la escala social. No vaya a pensarse que el triunfo para el necio es asunto sencillo. Ayuno de los méritos la inteligencia y del conocimiento proporcionan, alimentar un ego desmedido con tan escasa proteína intelectual, únicamente a base de codicia y ambición, exige no poca determinación y firmeza.
Desde casi desde el primer momento en que nuestro necio vislumbra las distintas y limitadas alternativas vitales de las que dispone, procede inmediatamente a despojarse de cualquier principio o valor que pudiera ser óbice para llevar a cabo las imprevisibles actuaciones a las que se verá abocado en su durísima escalada por la pendiente ascendente de la vida en sociedad. Llevado del pragmatismo más rampante, convierte por arte de birlibiloque su ya probablemente debilitada y anémica conciencia y la rediseña como un folio en blanco, en el que irá trazando el mapa, en los colores que dicte la oportunidad, desde el rojo más intenso al azul mahón, de aquellos principios y valores que le convengan según qué circunstancias y que intereses toque defender, convirtiendo en el primer mandamiento de su conducta lo que magistralmente definió Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si a usted no le gustan, tengo otros”. El necio será capaz de defender una opinión y su contraria sin inmutarse, con aplomo, y sin despeinarse. Tendrá la habilidad de estar prácticamente siempre de acuerdo con unas tesis, y a la vez, con las tesis contrarias, contentando todos y no guardando lealtad a nadie, mientras que el entorno se va convirtiendo en un fértil patio de operaciones adecuadamente abonado.
Cuando la realidad se impone y parecen evidenciarse sus escasísimas virtudes o capacidades, ¿Qué hace nuestro necio personaje? El necio se ríe. Si, suele reírse, y bromear, mostrándose cercano, amigable, campechano e inocente. Que los demás parezcan un poco bobalicones suele ser para la mayoría de la gente más agradable que detectar en los otros una ávida inteligencia. Las masas perciben la necedad de los hombres famosos en términos de inofensiva y simpática inocencia, facilitando que aquellos que son aún mas estúpidos que ellos, se sientan confortablemente seguros y de algún modo identificados con el líder que ostenta una natural necedad. También aquellos a los que podríamos calificar como los “listos” pero carentes por completo de astucia, y lo que es verdaderamente importante, de principios, (que también los hay) entran en sus redes, negando al necio la categoría que se merece y con ella, la naturaleza peligrosa, que reconocen en su enemigo. El necio juega su baza, deja ver ligeramente la carta que lleva en la manga, en la manga que él decide, claro está, ocultando la baraja completa que esconde en su calcetín, y gana la partida a costa de los estúpidos y los listos, en ambos casos victimas de su propio amoral pragmatismo.
Día a día, considerado por unos “como uno de los míos” y por otros como “un pobre infeliz”, nuestro personaje se va abriendo camino, escalando peldaño a peldaño por la escala social, y cuando nos queremos dar cuenta, se ha convertido en un actor de renombre, un escritor de bet sellers, un modisto de fama, un periodista de éxito, un músico celebrado o un Presidente de Gobierno. Naturalmente todo este proceso no sería posible en nuestra sociedad sin la valiosísima complicidad de los indispensables mecanismos de transmisión que son los medios de comunicación audiovisual y sin contar con el respaldo de las fuerzas fácticas económicas. La diferenciación entre medios de comunicación y fuerzas económicas se plantea únicamente a efectos de explicación metodológica ya que en la practica constituye una redundancia. Los grandes medios de comunicación, salvo muy minoritarias excepciones, son activos en manos de los grupos económicos de poder, a la vez que clientes sumamente dependientes del beneplácito político en una economía profundamente intervenida como la nuestra. Cerramos, pues, el círculo de complicidades que arropan a nuestro necio en su ascenso social: la masa que lo erige en líder, la fuerzas políticas interesadas en participar del poder en sus múltiples formas fragmentarias, la incercia de las fuerzas ecónomicas siempre carentes por su propia naturaleza de valores éticos, y los vehículos de transmisión que constituyen los "mass-media".
Estos mecanismos algo complejos, se pueden sin embargo comprender sin dificultad, cuando nos fijamos en la paulatina conformación del “lidercillo” o vulgarmente llamado “vividor”, personaje que todos hemos podido conocer. Ese que de la noche a la mañana acumula ascensos, carguitos, bienes de uso común aunque ostentosos, en otro momento impensables y en todo caso, fuera del alcance de todos aquellos poseen iguales o incluso superiores meritos.
El necio, naturalmente, a medida que supera cada uno de los obstáculos en su ascendente trayectoria va acaparando mayores cotas de “poder” y/o discrecionalidad que como no podía ser de otra manera, constituirán la ración energética necesaria para llevar a cabo sus próximas actuaciones, con el objetivo de seguir avanzando por el camino tiempo atrás iniciado. El sentido de su acción se vuelve progresivamente más instrumental y más eficaz. La garantía de éxito más real. Estamos, por fin, ante un auténtico triunfador social.
El proceso descrito hasta aquí no pretende ni siquiera ser el esbozo de un paradigma. Es la descripción de un proceso, realizada con trazo grueso, a grandes pinceladas, y sin grandes pretensiones, que nace de la observación, simplemente, y en el que he constatado se desenvuelven numerosas personas de mi entorno personal, laboral, etc. La vida social, cultural y sobre todo política en España, ofrece en mi opinión, necios personajes, estos si paradigmáticos, a los que el “traje diseñado” en estas líneas, en mi opinion, les encaja con bastante precisión.
Si, creo que nos encontramos inmersos en la Hegemonía de los Necios, lo que francamente resulta muy poco edificante y desalentador. Podemos observar sus evoluciones, su conquista de espacios económicos, culturales, incluso religiosos. Podemos sentir su presión y el ejercicio de su poder en nuestra vida diaria traducidas en la limitación, coacción y liquidación de los derechos individuales, en la prevalencia de los privilegios de las elites, en la denostación cuando no persecución de profesionales, intelectuales u hombres de ciencia librepensadores; en la desigual aplicación de la Justicia cuando no en su abierta corrupción; en la connivencia escandalosa entre el poder económico y el poder político, y a su vez, entre este último y una pretendida y vergonzosa intelectualidad que ha renunciado abiertamente al ejercicio de la critica rigurosa que le es propia, de lo social y de lo político.
El transcurso del tiempo en el ejercicio de esta Necia Hegemonía podemos ver como pasa factura en la formación de los más jóvenes, en su instrucción, en su incompetencia intelectual y en su conformación humana desde el punto de vista ético, con la implantación de mecanismos educativos desde la primera infancia que promueven el relativismo cultural y la promoción de los no-valores en nuestras escuelas. El adocenamiento acrítico, la mansedumbre social, la amoralidad valorativa son los instrumentos indispensables para el mantenimiento del poder hegemónico de los necios. Ellos lo saben bien.
Nosotros, algunos de nosotros, también lo sabemos.
Los reconocemos y no los menospreciamos, porque tenemos claro que ignorarles no evitará las nefastas consecuencias de sus acciones. Por el contrario, es necesario hoy mas que nunca, mantenerse alerta y disidentes, críticos y lúcidos, ejercitar la prudencia, y saberse hombres y mujeres libres. Poseedores de esa libertad humana que no nace de su reconocimiento jurídico o político, sino que es anterior al mismo, como propiedad definitoria de nuestra naturaleza y de nuestra identidad.
Y como nunca he estado dispuesta a que aquello que considero vulgar, aburrido y mediocre, sea el centro de mi atención, no quiero tampoco que estas páginas tenga un punto y final sin esperanza. Opongamos a la vulgaridad consustancial a la necedad, la belleza incomparable de lo auténtico; a sus predecibles imposiciones despóticas, el insospechado misterio de un instante de luz, por eso quiero compartir con todos aquellos que se den una vuelta por esta, mi otra casa, y "enmipropionombre”, el último regalo que he recibido de la Primavera.
Os cuento la brevísima historia de esta imagen:
La otra tarde, amenazando lluvia y tormenta, al borde de la carretera que me llevaba al hiper, casi en la cuneta, allí la encontré sobreviviendo enérgicamente, con coraje, entre los escombros olvidados. Tan humilde y tan hermosa; tan roja, tan intensa. Tan valiente y tan orgullosa, que me la quise llevar para siempre a casa, también …para vosotros.