viernes, 13 de agosto de 2010

NEGOCIACION CON EL ALACRÁN

Día 11 de Agosto 2010. Leo la siguiente noticia en un diario de prestigio en la red: “Brian Currin confirma la existencia de una nueva negociación con ETA”. Una vez más el Gobierno que padezco (hablo en primera persona, porque “otros” sabrán si lo gozan o lo soportan como yo lo soporto), atenta directamente en la línea de flotación de mi dignidad como ciudadana.

Las imágenes de las decenas de miles de personas a las que tuve el honor de acompañar estos años de atrás en cada una de las convocatorias que la AVT llevó a cabo en defensa de la Memoria, la Dignidad y la Justicia de las victimas del terrorismo me vienen nítidamente a la memoria en este momento. Mi presencia en estas manifestaciones multitudinarias me permitió, en más de una ocasión, mirar directamente a los ojos de J. Antonio Alcaráz, observar el gesto de el agotamiento de su rostro, y su triste sonrisa. Los asesinos vascos asesinaron a su hermano del alma cuando él tenia 19 años, y a sus dos sobrinas, dos niñitas de tres años cuyo cuerpos saltaron por los aires destrazos por una bomba en el año 1987. Desde aquel día han transcurrido 23 años, durante los cuales Alcaraz ha luchado denodadamente para que el recuerdo de todas víctimas de ETA no fuera borrado de nuestra memoria.

He aludido al caso de J. Antonio Alcaraz porque me parece que encarna perfectamente el heroísmo que los que como él han resistido los envites, las calumnias, las presiones del aparto del poder. El Gobierno había valorado políticamente rentable la negociación con los asesinos y sus cómplices y estaba decidido a llevarla a término, incluso cuando fueron asesinados de un bombazo en el aeropuerto de Madrid los dos jóvenes inmigrantes latinoamericanos que aguardaban a recibir a sus familias. La complacencia de la mayoría del arco parlamentario con esta determinación es algo que en mi opinión, define con bastante precisión el estado de deterioro moral de nuestra clase política y de la ciudadanía que con su voto o con su indiferencia sigue manteniéndola en el poder.

La AVT desde el primer momento lideró la resistencia pacífica, la movilización de ciudadanos libres y solidarios con su dolor. Sabíamos que las víctimas lo eran por el único motivo de ser españoles, y que sus asesinos, secuestrando y matando a miembros de la fuerzas de seguridad, del ejército, de partidos políticos, jueces, periodistas, niños pequeños indefensos, ciudadanos elegidos al azar, etc. tenían como objetivo doblegar nuestra Democracia e imponer su voluntad a través de actos de terror, por eso, los millones de ciudadanos que asistimos una y otra vez a aquellas convocatorias exigimos del Gobierno socialista el cumplimiento escrupuloso de la ley y el ejercicio de la justicia para derrotar a la banda de asesinos que nos causaba tan terrible sufrimiento, sabedores de que es éste el camino y ningún otro, el que garantiza nuestra Libertad en un estado democrático. Lo hicimos sin transgredir en ningún momento ni una sola de las reglas democráticas de nuestra convivencia; defendimos con nuestra presencia la identidad de las víctimas como sujetos políticos imposibles de ignorar en cualquier hipotético escenario que tuviera que ver con su derecho irrenunciable a la Memoria, la Dignidad y la Justicia.
Hoy, constatamos, una vez más que el Gobierno nunca ha abandonado su interés en la negociación y que en las alcantarillas, donde los gusanos y las ratas tienen cobijo, se reúnen los hombres del Gobierno con los asesinos a jugar su partida, a llevar a cabo el intercambio de cromos que a los dos satisfaga. Los unos ponen sobre la mesa las lágrimas, los otros, las balas. Constatamos una vez más algo a lo que ya estamos muchos acostumbrados, a su pretensión de engañarnos, porque nos han perdido el respeto, porque no somos para ellos otra cosa que un saco de votos con que acrecentar su poder a costa de nuestra dignidad.

Negociación.

Los asesinos obtienen privilegios penitenciarios, reducen condenas y salen a la calle en regímenes semiabiertos. Traslados “discretos” a cárceles más confortables, chivatazos a los etarras de que van a ser detenidos que proceden de los propios ámbitos de la seguridad del Estado, detenciones de “oportunidad” y asesinos “en fuga” que muchos intuimos es consentida. Decenas de asesinatos llenan los historiales delictivos de algunos de los asesinos agraciados mientras el Ministro de Interior sigue negando la evidencia y el Presidente de Gobierno habla al país de los brotes verdes… Su profunda y radical obscenidad política es sobrecogedora.

La negociación de un Gobierno con una banda de terroristas asesinos es, en mi opinión, sencillamente inadmisible, incuestionable y debería ser inabordable en una sociedad sólida moralmente. Negociar implica mutuas contrapartidas, y, en este caso, no hay contrapartida que el Gobierno pueda ofrecer a cambio del cese de terror. Estas no son las reglas del juego en un Estado democrático. ETA es una organización terrorista que actúa con métodos de violencia extrema contra ciudadanos indefensos o en situación de absoluta indefensión. Los miembros de la banda son delincuentes peligrosísimos, infiltrados en nuestro entorno, silentes, y de una crueldad rayana en lo patológico, como hemos podido ver en multitud de ocasiones, como cuando dispararon a muerte a Ascensión en avanzado estado de gestación después de asesinar a su marido el concejal sevillano Alberto Garcia Becerril delante de sus ojos, o cuando sometieron al torturante cautiverio de meses a Ortega Lara en condiciones infrahumanas, o cuando asesinaron a Miguel Angel Blanco cuya autopsia reveló un inconmensurable sufrimiento previo a su asesinato, y como éstos podríamos seguir poniendo espeluznantes ejemplos del sadismo de la banda asesina. No. El tratamiento de hechos de esta naturaleza es en un país democrático la persecución policial, la aplicación con el máximo rigor de ley, y el cumplimiento estricto de las máximas condenas en la cárcel, sin paliativos posibles, y con el mayor rigor.


España, los españoles, no estamos en guerra contra ETA; de estarlo, los ciudadanos nos defenderíamos de otro modo. El Ejército español habría asumido la defensa de la nación y de sus ciudadanos. No estamos en guerra. El Gobierno, por tanto, no puede negociar la “paz” con ETA.
Las contrapartidas y exigencias que la banda de asesinos reclama no están en la esfera de las competencias que con carácter de “interinidad” este o cualquier otro Gobierno administra. La fragmentación de una parte de la nación española, la libertad de los asesinos o sus prebendas carcelarias, NO son atribuciones de las que el Gobierno pueda discrecionalmente disponer sin arrebatarnos a todos los ciudadanos en general y a la víctimas de los asesinos en particular el derecho a la justicia que nos asiste en un Estado democrático. Muchos jamás les perdonaremos, muchos de nosotros no lo consentiremos.

ETA debe dejar de matar porque la aplicación todos los mecanismos de los que dispone el Estado de Derecho lo haga posible y en esta dirección todos los esfuerzos que es Estado realice son pocos. Destinar recursos económicos y los medios más sofisticados, modernos y eficientes a las fuerzas de seguridad; medidas legislativas que drásticamente eliminen del escenario político la presencia de los terroristas y de sus apoyos, aislamiento internacional, persecución de sus actividades económicas vinculadas a ETA o a sus colaboradores, apoyo diáfano y sin ambigüedades a las víctimas de su barbarie…

Es fundamental en este sentido decir NO a la equidistancia que se pretende imponer entre las víctimas y sus asesinos o los cómplices de éstos en el tratamiento del problema del terrorismo en España y de la que son partícipes y responsables numerosas instituciones de nuestro país, comenzando por la Iglesia Católica que debería, pedir perdón y hacer propósito de enmienda, por su actitud ante el fenómeno terrorista de ETA, que nos llena de vergüenza a muchos católicos, ocultando durante lustros las palabras del Evangelio bajo el ideario independentista; partidos nacionalistas que recogiendo las nueces impregnadas de sangre del árbol doliente que ETA sacudía hacía caja en las elecciones; partidos nacionales comprando y vendiendo lealtades en el Parlamento Nacional a cambio de hacer la vista gorda cuando no asumiendo derivas nacionalistas periféricas cuya vocación separatista ha sembrado el desconocimiento, la manipulación y el odio a España y a su Historia; jueces y fiscales que en el ejercicio de sus funciones no han dudado en “arrastrar las togas por el barro” según sus propia palabras, si eso era lo que el momento político demandaba.

Ahora el Gobierno nos niega la evidencia, lo que los medios de comunicación difunden con descaro. Mañana, como esta película ya nos la sabemos, pretenderán vendernos su actuación deleznable como esfuerzos encaminados a conseguir la paz con ETA aunque se a cualquier precio.
NO. La paz no se negocia, se defiende. La Justicia que asiste a las victimas no está en venta ni puede ser el objeto de sus componendas con los asesinos. La memoria de los muertos, el sufrimiento por la perdida de los hijos o los padres, los días agónicos de hospital y de muerte no serán nunca moneda de cambio. La Nación Española no es su cortijo, y los españoles, al menos algunos, no nos alimentamos de bellotas. Que no se equivoque el Gobierno, ETA no es buena compañía para compartir la mesa, ni siquiera esa que anhelan de la negociación con la que esperan mantenerse sine die en el poder. Puede sucederle, además, lo que le pasó a la rana de la vieja y sabia fábula de Jean de La Fontaine, que dice así:


“… en la tierra de Shien-Lon, después de intensas lluvias un alacrán le dijo a una rana:-Oye, llévame sobre tu lomo hasta tierra firme... Si no me salvas, moriré ahogado... La rana miró al alacrán, dubitativa, y le contestó:-No... no puedo llevarte, porque si subes sobre mi lomo me picarás y moriré...-Anda, rana... ¡Sálvame! Prometo formalmente no picarte con mi aguijón...La rana asomó la verde cabeza fuera del agua y dijo:-No, no me fío de ti... Me picarás... Eres un alacrán...-¡No!! -respondió el alacrán- ¡No te picaré! ¡Lo juro!-¡Anda, sálvame! Y puedes tener mi palabra de honor de que no te picaré... pues si lo hago moriríamos los dos. Entonces, está bien - dijo la rana convencida por la fuerza del argumento del insecto - acepto tu palabra, pero lo haré con esa condición. Y así fue como el alacrán montó sobre el lomo de la rana y ambos se dirigieron nadando hacia la salvación... Y así, iban bogando, a través de aquel inmenso piélago interior, cuando de repente la rana sintió un fuerte dolor en la nuca… Era un dolor agudo, lacerante, adormecedor... Enseguida, comenzó a estremecerse... El veneno corría raudo a través de sus venas, paralizando los miembros y obnubilando los sentidos... La rana se dio cuenta de que el aguijón del alacrán había penetrado en sus carnes, inyectando el letal veneno...Ya, en el último instante de lucidez, alcanzó a musitar: -Alacrán... ¿Por qué me has picado? -La tierra firme aún está muy lejos, ahora moriremos los dos... Y mientras ambos se hundían en el agua, irremisiblemente, el alacrán alcanzó a decir:

-Perdóname... No pude evitarlo... es mi naturaleza.


Pues eso. Y es que me temo lo peor, que a la maldad que le es propia a nuestra clase política en general, sobre todo a la que hoy ponemos caras socialistas en el poder, se une la estulticia que caracteriza a este Gobierno; y lo peor es que cuando el alacrán le atice su inexorable picotazo a la rana, la muy estúpida nos arrastrará con ella hasta lo más profundo de las aguas. Quizá nos lo merezcamos, por habernos prestado a ser su salvavidas.

miércoles, 4 de agosto de 2010

EL OCASO DE UN REINO (I)


Érase una vez…un Reino en el que, hace ya muchos años, tuvo lugar un enfrentamiento terriblemente cruel entre su habitantes. Las madres sin posible consuelo lloraban a sus hijos que habían encontrado la muerte en los campos de batalla y los hombres que por designios del azar o de la Providencia conservaron la vida aunque fuera hecha jirones, regresaron a sus hogares con ese vacío sordo y persistente que se apodera de las entrañas cuando no es posible olvidar lo que la memoria, sin embargo, no es capaz de soportar sin hacerse añicos. Los niños guardaban en sus pupilas el rostro impenetrable del miedo que se arrastraba por las calles y los campos, surgiendo tenebroso en el polvo reseco de las calles, en las esquinas donde la tenue brisa del amanecer poco tiempo antes había acunado sus sueños y los de sus hermanos; pequeños hambrientos que aprendieron sin maestros a no pedirle pan al aire, porque al aire le había robado el alma la metralla, y era mudo y sordo, y solo… traía olor a pólvora, causando más sed y más hambre.

El reino se cubrió de escombros, de casa derruidas, de tejados convertidos en guaridas de minúsculos insectos sonoros e indiferentes. Los campos yermos se cubrieron de luto vistiendo únicamente las ropas de las amapolas teñidas de lamentos y heridas laceradas, de últimos suspiros; las margaritas nacidas en abril, crecieron deshojadas… me quiere si me quiere no, me quiere…repitiendo incesantemente los nombres de los enamorados muertos, yacentes en las cunetas y en las tapias de los cementerios, sellando los labios de las novias sin días de domingo que estrenar; secando sus bocas, huérfanas de besos y de promesas de amor renovadas. Novias enlutadas. Novias viudas.

La melancolía anegó las vidas de los habitantes de este Reino centenario. El triste recuerdo de los ausentes acudía puntualmente a la cita sobre todo a la hora de la cena, amenazando las noches con pesadillas y desesperanzas. Verdugos y victimas, todos y cada cual, portaban en su mochila de la vida la pesada carga de la del remordimiento y de la culpa, a veces, del arrepentimiento.

Pero la batalla había terminado, y sus ecos resonaban cada vez más distantes. Como siempre sucede, como acontece desde el principio de los tiempos, la vida se afanaba en su fecunda e imparable acción creadora, ajena por completo a las aflicciones estériles de los hombres. Los arroyos renovaron su caudal abrazando el agua derretida de las azules nieves, y a los niños nacidos les salieron los dientes, y los ancianos llegada la hora del adiós cerraron sus puños y entornaron los ojos para ser acogidos maternalmente por la tierra, a la que volvieron, finalizado su tiempo. Poco a poco se fueron extinguiendo los volátiles átomos de la pólvora y el aire recuperó el olor a tomillo y a romero, y a veces, a rosas; también a mar; también a olas.

En los pueblos y en las ciudades todas, se oía como un runrún, a unos decir que habían ganado la paz, y a otros, que habían perdido la guerra, pero todos sabían ya que no podían poner sus ojos en otro destino que no fuera un futuro compartido, porque los vientres incansables parían nuevos hijos a los que amamantar, y los hombres escuchaban en sus entrañas la voz imperiosa y eterna de la tierra caliente que aguardaba impaciente la herida del arado. La ciudad voceaba, urgiendo a la acción, su enigmática llamada colándose por las por las ventanas de los todavía maltrechos hogares. Los jóvenes imaginaban un destino lejos de sus casas, entre adoquines y farolas, al que no sabían si más temer o más desear, pero al que no podían ni tampoco querían resistirse.

Los habitantes del Reino hicieron una apuesta valerosa y arriesgada enfrentándose a la incertidumbre con la esperanza, dispuestos a derramar generosamente ríos de sudor salado y encallecido. El silencio acompañó sus fatigas jadeantes y vistieron los días con las madrugadas de trabajo. Acunaron las noches susurrando sus sueños y dibujaron las caricias antes de llegar al alba, en las grietas forjadas de trigales cosechados.

El deseo de paz se abrió paso imperiosamente entre los despojos dejados por la ira y el odio. No fue fácil, porque los ojos por mucho tiempo siguieron llenándose de lagrimas, y el Reino, continuó sumido por durante lustros en el silencio impuesto a sangre y fuego por el Jefe victorioso. Pero, incluso así, los niños recuperaron las risas y los juegos en las calles y las plazas, sin hacer distingos en el color del escudo de guerra de sus padres. Las mujeres y los hombres, consagrando sus fuerzas a levantar la casa y llenar los pucheros, tejían en las noches de verano hermosos y audaces planes para sus hijos. Hallaron los ciudadanos del Reino centenario, lugares de encuentro en los que compartir unas risas y estrechar sus manos entre fichas de dominó y partidas de tute crepusculares. Al olor de ladrillo y del cemento, en las fábricas, en los talleres de sueños, hombres y también mujeres, urdieron los mimbres de su presente ganado palmo a palmo al desaliento. Fueron maestros para sus hijos, y honra para sus padres viejos. Tuvieron que aprender con tesón, a confiar en la mirada limpia de su vecino, demostrando heroicamente que se necesita más valor para perdonar que para matar, e incluso, que para morir.

Con el transcurso de los años, el Jefe se fue volviendo débil y viejo. Ya solo le quedaba pasar a la Historia y cerrar los ojos para siempre. Un día de un frío mes de Noviembre, los habitantes del reino recibieron la noticia de su muerte, cuando solo los más ancianos guardaban el recuerdo lacerante del daño sufrido y el dolor infligido, en aquella terrible batalla cada vez más lejana en el tiempo en la que mataron y murieron con una ferocidad propia de las alimañas, pero sin su inocencia; con la consciencia humana que inevitablemente proporciona el sufrimiento grabado en la carne propia y en las pupilas en que se agota la vida de nuestro enemigo.

En aquel entonces, y con la desaparición del Puño de Hierro que había detentado el poder durante algunas décadas, fue posible romper el silencio. Aires y tiempos nuevos aguardaban para escalar por los peldaños de la Historia no siempre ascendentes. Palabras de cambio jubiloso recorría las ciudades y los campos. Los súbditos deseaban ardientemente convertirse en ciudadanos con voz y con palabra. Únicos dueños de su destino, reivindicaron la Libertad para trenzar sólidamente los cabos de su Historia que solo a ellos les pertenecía, y para que nunca mas volvieran las hieles de la traición y la Justicia fuera la garante de una Paz tan trabajosamente conseguida, los ya ciudadanos del Reino pactaron innovadoras reglas del juego. Redactaron las leyes que guardarían sus haciendas, garantizarían su Igualdad y protegerían sus vidas, su Libertad y la unidad del Reino.

El juego a jugar en las próximas partidas de la Historia, debería repartirse entre todos los ciudadanos en términos de igualdad y de libertad; este había sido su deseo claramente expresado en la puesta en marcha del Nuevo Orden. Acuerdo y discrepancia, serían los complejos elementos que regirían su convivencia, amparados por la palabra y el ejercicio de la Ley. Conflicto y enfrentamiento canalizados en el respeto al oponente, al disidente, al contrario, y la Libertad como eje rector de la vida en común. ¡Qué difícil ejercicio convivencia para un pueblo tan poco instruido en el albedrío¡

EL OCASO DE UN REINO (II)

Pasaron los años, nuevas generaciones reemplazaron a aquellos que vivieron la atroz batalla y a sus hijos, y a los hijos de sus hijos…Nacidas ya en la prosperidad y el progreso y seducidas por la experiencia de la inmediatez los logros y de los deseos, asistían con indiferencia a los crecientes devaneos del poder político con la riqueza, y de ésta con las togas de una Ley día a día maltrecha y postergada. Los nuevos ciudadanos renunciaron a cuestionar las actuaciones de la multitud de mediocres diosecillos, intocables y caprichosos, que se habían ido instalando en las más opulentas y confortables poltronas de la vida pública en las dispares vertientes del Poder a lo largo de las últimas décadas.

El juicio crítico aletargado por la pereza intelectual desapareció casi por completo de los foros de debate publico, y las consignas políticas reemplazaron a las ideas contrastadas en aquellos centros de opinión que debían alimentarse de la legítima discrepancia. Los dogmas sacrosantos de una pretendida Modernidad se horneaban como los únicos válidos presupuestos intelectuales y morales, incuestionables y listos para consumir por la ciudadanía sin decir esta boca es mía.

El Poder difuso y fraudulento llevo a cabo con admirable eficacia ejercicios sofisticados de propaganda antes ensayados con éxito en fórmulas despóticas y liberticidas en distintos momentos de la Historia en otros paises, disponiendo con maestría de los innumerables canales de comunicación que surcaban la estructura el tejido social. Los medios repetían como mantras las consignas que el poder político administraba con audacia, según el tiempo y la oportunidad, controlando la información y discriminando en beneficio propio hasta los testimonios más banales de la vida cotidiana.


El Nuevo Régimen se había configurado como una superestructura poder imperceptible y opresiva, de la que ya sería muy difícil escapar. Nacido en el progreso de las comunicaciones, en el desarrollo tecnológico y la bonanza económica, había convertido a sus ciudadanos en individuos dóciles y manipulables, acomodaticios e indolentes que renunciaban voluntariamente al ejercicio de su Libertad Critica, aceptando de buen grado una libertad minúscula e insignificante, domestica y tutelada al antojo de aquellos que detentaban la autoridad. Personajes de todo pelaje que ostentaban como sus rasgos más notables la mediocridad y la astucia se erigieron en los modelos sociales a emular, en arquetipos a los que hombres y mujeres, y sobre todo jóvenes contemplaban con fascinación creciente.

Los dioses de la espiritualidad, fueron abandonados; también sus credos. Los mandamientos regidores de la conducta moral de los ciudadanos se dictaron desde los centros de poder que procediendo al arrinconamiento de los símbolos religiosos. Al tiempo que se alentaba en la ciudadanía la negación de ancestrales verdades absolutas se implantaron con absoluta radicalidad, medidas de ingeniera social que contribuirían a reforzar un poder político cada vez más firmemente consolidado.
El Reino había sufrido una sutil, persistente y profunda transformación. La infantilización social producto de la uniformidad de las conciencias y la instauración del Pensamiento Único dio lugar a que las voces de las minorías inconformistas e insumisas de los escasos librepensadores que aún se no habían sido deglutidos por el sistema, fueran silenciadas sin necesidad alguna de recurrir a la violencia física; un calculado aislamiento, la ausencia de medios que pusieran eco a sus voz y su palabra, y el acotamiento eficaz de los espacios de libertad de expresión fueron suficientes. Los ciudadanos discrepantes se convirtieron de disidentes, expulsados de cualquier ámbito de influencia social se constituyeron en la vanguardia de una resistencia siempre amenazada. Entre tanto, el Régimen mantenía la apariencia de un modelo democrático en el que la paz social se presentaba al pueblo como la suprema y bondadosa aspiración de sus gobernantes.

La corrupción se extendió por las más variadas instancias del cuerpo social del Reino, alimentada por los ciudadanos que elegidos por el pueblo para el mejor y mas justo gobierno, repartían a su antojo riquezas y prebendas entre aquellos que les eran afines, negociando voluntades y poniendo precio a su lealtad. La justicia mordía el polvo doblegada por los hombres togados comprados y vendidos y la igualdad de los ciudadanos se fue muriendo lentamente como se mueren las promesas que olvidamos. Imperceptiblemente.

El Reino centenario se hallaba sumido en una profunda crisis, también de identidad. La creencia de que su Unidad era un residuo indeseable y pernicioso propio rancios tiempos pasados y caducos, fue introducida en la sociedad y difundida con carácter pedagógico en las nuevas generaciones, que crecieron en el desprecio, la animadversión o el odio a sus símbolos y señas de identidad. El proceso de adoctrinamiento en la disgregación, se produjo rápida y eficazmente liderado por un Poder cuanto más fragmentado más despótico. Los ciudadanos repudiando su pasado compartido, jaleaban ahora a los caudillos locales, que se envolvían como vulgares reyezuelos, ignorantes y autoritarios, en el manto tejido con la ostentación y la opulencia.

El Reino, indefenso, estaba a punto de extinguirse. Agonizaba sin estertores, calladamente; sucumbía al abandono de sus hijos, a la deslealtad de su Príncipe, a las mordazas impuestas a la palabra disidente, desamparado de la justicia, bajo el férreo yugo impuesto a la libertad.

EL OCASO DE UN REINO (III

Y en este punto y aparte, ponemos realmente el punto y final al relato de lo que aconteció en los últimos tiempos de la Historia de este Reino. No es fruto de mi deseo, ni caprichosamente es este el final que me hubiera gustado contar en estas páginas porque la parte romántica que vive en mi se duele con la tristeza de su pérdida, con el adiós que algunos, no demasiados, le dieron a la Nación de sus abuelos, a la Historia hermanada y reñida de de sus antepasados. No obstante, de nada serviría mi empecinamiento, y cualquier otro final hubiera sido sumar una traición más la verdad de lo que allí aconteció.

Pero he aprendido que la vida no se detiene, como tampoco la Historia se toma un respiro; incansable sigue el curso que trazan los seres humanos pero no únicamente ellos. El azar, la casualidad, el Destino, e incluso las fuerzas ocultas que se esconden en la psicología más profunda de las personas y de los pueblos, en demasiadas ocasiones han dado al traste con los pronósticos y predicciones más concienzudas sobre su futuro. Así las cosas, cabe plantearse que en las incógnitas que quedan sin despejar en el final de este cuento, se esparcen enigmáticos misterios que dibujan los puntos suspensivos de estas ultimas líneas, como jóvenes ríos de esperanza buscando serpenteantes y desorientados las azules aguas de los océanos interminables donde volver a encontrarse…