sábado, 23 de abril de 2011

JUEVES SANTO. LAS LAGRIMAS DEL COSTALERO


Madrid, siete de la tarde del Jueves Santo. Una multitud se agolpa a las puertas del templo situado en la parte mas vieja de la ciudad, aguardando desde hace horas la salida del Cristo. Los más madrugadores han llegado de mañana, muy temprano. Se hacen con un hueco lo más cerca posible de la puerta que cierra el templo. Dicen emocionados que quieren verlo de cerca, y  que para coger sitio no queda otra que llegar en los primeros metros. Que en este Madrid hay gente para todo, y mucha, para ver al Nazareno en este jueves de muerte. Aquí llevan todo el día, a turnos para comer y para hacer cola, con ligeros asientos de playas improvisadas e imposibles, guardando cada cual su sitio, pacientemente.

El tiempo no acompaña. Se ha destemplado y el aire que sopla viene frío y desapacible. Se han encapotado los cielos de Madrid. Los telediarios hablan desde ayer de tormentas con altísima probabilidad de que sobre la capital descarguen fuertes aguaceros, pero la gente no hace caso,  y tozuda, ha venido de todos los rincones para acompañar al Nazareno. Que el Jueves Santo no es cualquier día,  que no podemos dejar solo al  Cristo la tarde del tormento.

Pasan los minutos lentamente dibujando la tarde. Las nubes color de acero  parecen a punto de desplomarse sobre las cabezas de los que aguardan con incertidumbre y con la esperanza menguada, la salida del paso. Un año ha transcurrido desde la última vez que acudieron a la cita como enamorados, urgiéndoles a sus ojos la mirada de las frías pupilas de la imagen  santa. Este año, han regresado nuevamente, buscando la mirada eterna del Cristo que desvela todos los misterios, que guarda celosamente los  secretos confiados, las promesas aferradas al arrepentimiento y la suplica silenciosa y avergonzada de su compasión.  Se dicen, unos a otros, que quizá no llueva  y salga el paso, y las notas del Himno Nacional alivien también este Jueves Santo,  el dolor del Cristo llevando en cada nota una oración y un ruego acuñado en esta Historia nuestra, castigada  y maltrecha,  disfrazada como una patética marioneta de calumnias y  culpables disimulos.

Dentro del templo están los hombres, vestidos de gala y  enlutados, para la ocasión triste y solemne. Una docena de hombres marcharan por la calles de la ciudad cargando a su Dios sobre los hombros, apoyado en la nuca, sujeto firmemente por sus brazos.  Algunos son muy jóvenes y  otros ya no lo son tanto. Listos, con el empeño anudado firmemente a la voluntad,  aguardan la orden de  salida por boca del maestro. Todo está preparado. Todo está punto. También el trono del martirio.  Centenares de rosas rojas a sus pies mecen el dolor del condenado en altar de dolor, donde la muerte se va tejiendo en cada paso hacia el Calvario.

En la calle comienzan a caer las primeras gotas y los paraguas se despliegan multicolores sobre las aceras. En solo un instante,  pareciera que la tarde fuera noche en este Jueves Santo del mes de abril mas allá de mediado, que ha perdido su luz. La  primavera se ha puesto también de luto.  El viento arrecia y las palomas inquietas zurean atolondradas, revoloteando ruidosamente para cobijarse de la lluvia en los aleros de los tejados de edificios cercanos, desde donde observan a la muchedumbre, indiferentes y ajenas.  Los costaleros levantan sus ojos al cielo desolados. No saldrá el paso. No pisará las calles de Madrid a hombros de los que le aman tanto.

No. El Cristo no saldrá en la procesión este Jueves Santo.  Llueve a mares sobre Madrid.

Los viejos muros del templo escuchan los sollozos. Lloran los costaleros. Se abraza y lloran, sin vergüenza y sin pudor,  y como los niños se derrumban afligidos ante la mirada doliente  de un Dios coronado de espinas y abandonado.  El más joven, quizá no haya cumplido los veinte años,  se mantiene  amarrado obstinadamente a  su pedazo de madera. Los treinta centímetros de las andas del paso que le pertenecen y que se resiste a abandonar. ¿Quien acunará  tu dolor? - le dice al Cristo-  ¿Quién te prestará la fuerza, si no yo? ¿Quién te ayudará a llegar,  si yo no te llevo? ¿Quién…?

Un compañero, se le acerca,  con  ojos enrojecidos y apretados los dientes,  y le besa como a un hermano;  y le atusa el pelo, como un padre;  y le abraza como se abraza a un amigo, con todo el corazón, pero en silencio, sin palabras, como se dicen los hombres las cosas que son del alma.

Este ya no es niño, que es padre y peina canas hace ya hace algunos años, pero aún tiene ánimo para cargar con la pena del Nazareno, que es su propia pena.  Lleva un rato con la mirada puesta en el Cristo, piensa  que está tan solo y tan cerca,  que podría tocarlo con sus propios dedos a poco que estirara los brazos. Con una promesa guardada en  el bolsillo ha venido esta tarde, y con el orgullo de quien no ha pedido nada a nadie, ¡ni a Dios siquiera¡ Pero, las cosas han cambiado, y aún me quedan en casa los dos chicos y la pequeña, y aquí me tienes, -dice-  Cristo bendito, como una vieja pedigüeña pidiéndote un trabajo, de cualquier cosa, con el que salir de esta  pobreza que ha entrado en la casa para quedarse. Que la vida se me cae a jirones de las manos vacías sin el quehacer diario y hasta la honra he perdido, perdida la cuenta de los días vividos que llevo en el paro.

Un poco mas allá, con el rostro desconcertado y confundido, se seca las lágrimas con el dorso de la mano, un hombre de piel oscura y de rasgos extranjeros que denotan su origen en el  Continente hermano. Va para diez años que llegó a este país nuestro, él sólo, dejando allí a los padres, a los hermanos,   y a la mujer, con una promesa y un hijo en el vientre. Llegó para quedarse, a un mundo  donde las gentes también rezaban, como él, como los suyos,  en Español,  y eso, ya fue suficiente. Llegó con el ímpetu y la voluntad de ganarse el futuro a pulso y fuerza de sudor, como un hombre de bien, y quiso, desde un principio, estar muy cerca del Cristo Nazareno, el día de Jueves santo. Como lo estuvo en su pueblo, como lo estuvo desde niño, también su padre. Afuera, en la calle, sabe que esperan la esposa y dos niños orgullosos de verle llevar a Dios sobre sus hombros recorriendo las calles de una ciudad que ya es también la suya, que sabe a dulce de torrijas y a tamales. El hombre llegado del otro lado del Mundo, no está en el templo para pedir, que ha venido para agradecer; que, de todo lo necesario, ya tiene  y más, que pudiera haber soñado. Padre nuestro, -dice el hombre quedamente, rezando en su susurro-  bendito seas, que nos das el pan de cada día. Amén.

Ofrece sus manos a sus compañeros  y  encuentra en cada uno la mirada que devuelve en un abrazo con otro acento, en el que les dice: ¡Gracias¡.  Es un nuevo brote de la vieja tierra, el hijo encontrado del Nazareno.

Apoyado en el muro mas alejado del paso, un costalero lleva largo rato sin levantar los ojos del suelo. Nada tiene que ofrecer al Cristo, ni tan siquiera una promesa incumplida con la que pasar el rato que le resta de estar en el templo. El remordimiento madruga con el hombre cada amanecer y cierra en las noches sus ojos. Es el tormento la fuerza que arrastra su vida tras una culpa que parece eterna. No vengo a dar, pues nada tengo -le dice al Cristo inerte- . He venido a pedirte, ahora, que ya estas casi muerto, tu perdón para seguir viviendo. A cambio de nada, solo de mi vida, que nada vale, haz, Nazareno, el peor negocio de tu vida para salvarme y regresaré limpio el próximo Jueves Santo de la próxima Primavera; y acunaré tu dolor sobre mi espalda, sin un lamento; y lloraré tus lagrimas y pagaré mis penas. Ungido a tu compasión tropezaré para volver a levantarme… si tú me miras.

En la calle la lluvia no da tregua. La gente que aguardaba agolpada a la puerta de la iglesia, comienza a alejarse y se dispersa, y se desvanece haciéndose invisible en pocos minutos. Regresan a sus  casas cada cual con sus promesas y sus  ruegos secretos e inocentes, empapados de lluvia y de tristeza.  Los costaleros, también se han ido.

No queda nadie en el templo. Se ha quedado solo en el altar de gala bordado de flores que acompañan su agonía. En el silencio de la madrugada del Jueves Santo, Cristo Jesús, el Nazareno, recoge una a una, las plegarias de sus hijos más amados y en la oscuridad, abraza  dulcemente las almas de sus costaleros

jueves, 14 de abril de 2011

El VUELO DEL FAISAN. UN JUEGO DE TRILEROS CONTRA ALACRANES


Se lo pasaban bomba. Les vi hace un par de semanas en el Congreso. Estaba yo haciendo un zapeo por la TV, al tiempo que les daba cuartelillo a mis neuronas sumergida en el sopor de la sobremesa, cuando por casualidad fui a toparme con las carcajadas de nuestros próceres patrios, atronando en el salón de mi casa. Había pasado instantes inmediatos por los programas guarrillos de la caja tonta, esos que fabrican héroes de entrepierna y divas al peso del botox y de la silicona, de los grandes hermanos y cerebros licuados por la farlopa, y de pronto, sin previo aviso, aparece en la pantalla el Congreso de los Diputados. Compruebo que estoy en la 1, la del Gobierno, y están dando las noticias, el parte que decía mi abuela. Sus señorías de la bancada socialista palmoteaban, se miraban unos a otros divertidos, y se reían a mandíbula batiente. Vamos, que tenían montado el cachondeo  padre en la sede parlamentaria sus señorías.

Y me digo, ¿no tendrán de invitado de honor en el Congreso a Chiquito de la Calzada con su finstro acuestas? Cosas mas raras puedo recordar de nuestros políticos, y sobre todo, muchísimo más vergonzosas. Al fin y al cabo Chiquito es un humorista que se gana el pan haciéndonos sonreír, cosa muy digna y meritoria, mientras que otros personajes agasajados por nuestro Gobierno, solo generan en sus pueblos dolor y lágrimas y en mi, al menos, asco y vergüenza. Estoy pensando en Gadafi, Castro, Chavez, etc. Pero, no, el objeto de la chanza era un señor igual de bajito, igual de calvo, absolutamente peligroso y muy poco simpático, al que ningún finstro le colgaba del bolsillo. Por la solapa del traje, que siempre me recuerda a los enterradores de tiempos pretéritos, le asomaban unas rebeldes plumas y plumones de pájaro muerto, o a puntito e palmarla. El señor Vicepresidente Primero estaba desplegando todas sus capacidades para despelotarse del contrario, con un éxito rotundo entre los presentes. Da para mucho este personaje con aspecto de enterrador y olor a pésame. Dotes de comiquería no le faltan; gestos chirigotescos tampoco. Cuando se le pregunta por la cosa colorida, con pico y con plumas, va y se ríe con sutileza o se despiporra abiertamente, a carcajada limpia con toda la boca. Con la misma que miente. Su figurilla enclenque se agazapa esgrimiendo media sonrisa, o sonrisa entera, y pareciendo que esta dispuesto a dar cumplida cuenta y explicación, de con que y como se alimenta el faisán cuando vuela a ras de la mierda por las zonas del Norte, resulta que no suelta prenda, que se saca de la manga una bufonada, y se la echa en forma de respuesta parlamentaria en el comedero, a la clá hambrienta. Esta, exultante, con la expectativa asegurada de seguir llenado las tragaderas, reacciona alborozada, devorando ansiosa lo que va quedando de los despojos de la dignidad política del Parlamento, en tanto que jalean al gracioso, a su chistoso, pataleando y palmoteando, dando saltitos jubilosos en sus asientos parlamentarios.

¿Que quien le dio el chivatazo a ETA en el bar Faisán?. ¡Conteste a esta Cámara sr. Ministro de Interior¡, le insiste con paciencia vietnamita un oscuro diputado de la oposición, que tenazmente día tras día, semana tras semana, le plantea idéntico interrogante al Ministro responsable de la Seguridad de la Nación. Como respuesta, le suelta el señor Rubalcaba, una de tortilla y caña, que es la que gusta mayoritariamente a los españoles que les han dado mayoría de poder.

El diputado de la oposición, hasta ayer anónimo, como quien dice, está empeñado en que el Ministro cante y cuente a los españoles la verdad de lo sucedido en el bareto del Norte entre asesinos convertidos en cobrador del frac y un uniformado servidor del Estado con nombre y apellidos. Se han desatado todas las alarmas cuando se le pilla con el carrito del helao, respirando el mismo aire, pisando el mismo suelo, en el mismo instante en el que, oculto tras la puerta, el asesino recaudador del parné acude a llevarse el momio, el tributo pagado a ETA de los derrotados por la cobardía, de los que nunca podrán conciliar el sueño sin encontrarse con los ojos de los niños de los guardias huérfanos. Finanzas asesinas se tejen en el bar Faisán para comprar la muerte de los españoles, para vestir de luto a las mujeres perplejas y espantadas, y dejar a chicas tejedoras de sueños compuestas sin novio que le tienen yaciente por siempre, y frío para la eternidad desde que saltó por los aires su futuro en vuelto en lamentos, en la Plaza de la República Dominicana de Madrid, convertida desde entonces en un invisible mar de lágrimas.