jueves, 14 de febrero de 2013

EL PAN NUESTRO DE CADA DIA


¡Que calores¡, ¡Que agobios¡, estamos en febrero amaneciendo a cero grados y transitamos los días  de sofocón en sofocón. No hay cuartel, ni cuartelillo para el desasosiego, y en las noches nos vamos a la cama pringados de una  pegajosa y persistente sensación que apesta a  estercolero; sabemos a ciencia, cada día más cierta, que lo que percibimos y nos repugna proviene de la ciénaga en que se ha convertido la vida pública de nuestro país.  No nos dan respiro.

Eclosionan los casos de corrupción por los cuatro costados patrios, y nacer, nacen, como son, reptilianos y voraces, embistiendo y dando dentelladas a troche y moche, con tal de hacer realidad el dicho  “yo tuerto, con tal de que  tu ciego”. En esas estamos, asistiendo al espectáculo antropofágico de ver como, entre ellos y ellos, se tiran las vergüenzas  a lo morros entre amenazas de querellas, disimulos, ruedas de prensa sin prensa, y prensa interesada y partidista hasta los tuétanos.


En este tótum  revolútun,  de  rapiña y bandidaje al por mayor, en una espiral de “y tu mas, y tu peor, …¡pues anda que tú…¡ protagonizado  por la izquierda plural, es decir, las izquierdas todititas ellas y  la derecha cobardona  de blandiblu, sin chicha ni límoná, autodenominada pomposamente centro reformista, con la indispensable e inexcusable participación de los  nacionalistas cada uno de su padre y de su madre con vocación de carroñeros, ha permitido que los ciudadanos seamos receptores de una avalancha de información espeluznante referida a los casos de corrupción que asolan España entera.

La corrupción institucionalizada ha convertido a la ciudadanía española en un gigantesco váter, en el que se evacua toda la miseria moral de una casta política,  absolutamente carente de la más mínima  credibilidad. En este contexto se produjo la otra tarde un numerito más que añadir a la larga lista de berridos a los que nos tiene acostumbrados los agitadores profesionales de la izquierda mas casposa, ordinaria y violenta, esta vez puesta escena con número circense incluido, en el mismísimo  Congreso de los Diputados. La Plataforma de afectados por la Hipoteca, así se llama la organización que ha llevado al Congreso para su admisión a tramite una propuesta que contemple entre otras, la dación en pago, por resumir, una reforma de la Ley Hipotecaria en toda regla. Pues bien, los elementos representativos de este “colectivo” aparecieron en la tele en pleno desmelene, convertidos en algo que se parecía al  león rugiente de la Metro y la niña del exorcista, en sus momentos más álgidos. Echando espumarajos por la boquita que Dios les ha dado, insultaban con a sus señorías del Gobierno (de la Derecha, por supuesto), y les tildaban a grito pelado,  con claridad meridiana y voz cristalina, de cabrones y asesinos. No, no, insisto, que no se dirigían a los amigos de los terroristas independentistas-comunistas, señores de Amaiur, sino a los miembros del gobierno y en particular, al señor Rajoy, que como todos hemos podido comprobar a lo largo de estos años se ha dedicado a comerse los niños crudos, sin el menor recato.

No seré yo quien defienda la gestión de la Banca en España, ni en este tema de las hipotecas ni en ningún otro; fiadores de Partidos políticos corrompidos y corruptores, se vuelven hienas implacables con sus clientes,  y en cuanto nos pasamos un pelo en el cumplimiento de nuestras obligaciones respecto de las deudas que con ellos hemos contraído, nos meten el rejonazo hasta donde pueden, que es mucho. . De manera que vaya por delante mi prevención y mi desprecio por el comportamiento de los banqueros y cajeros en nuestro país. Todo el mundo sabe que los responsables financieros se han pasado por el arco del triunfo hasta las más elementales normas éticas en el desempeño de sus obligaciones financieras,  con pleno conocimiento, cuando no indicación, del Banco de España a cuya cabeza estaba un hombre del partido socialista, Sr. Fernandez Ordoñez, encargado, se supone, de velar por la transparencia y buenas prácticas en la actuación de nuestro sistema bancario.  

Todo este movidón de los desahucios, que, por cierto, constituyen un porcentaje bajísimo de ciudadanos con hipotecas contraídas, no son otra cosa que el reflejo de un negocio sucio, inmoral, e irresponsable, llevado a cabo entre dos partes, ambas movidas por la codicia, y deseos mas bien poco edificantes; el banquero a la búsqueda del interés del préstamo, y el ciudadano ávido del pelotazo y la buena vida, en demasiadas ocasiones. El primero ha prestado sin garantía alguna de poder cobrar, y el segundo ha pillado el dinero sin garantía de poder hacer frente a la deuda contraída, y mientras tanto, el primero pensando en las Islas Caimán, y el segundo en el pincho de tortilla y caña.

Evidentemente, cuando la cuerda, a fuerza de estirarla, se ha quedado convertida en apenas una hebra y ha hecho crac, se ha roto por la parte mas débil, por el lado de la cigarra, no de la zorra, como era de esperar, y ahora, con los hielos de la penuria, clama y reclama su derecho sobre la casa que nunca ha sido suya, porque de suya solo tenía la hipoteca, es decir, la deuda contraída. La situación descrita lo es en trazo grueso. Bien se que, las decisiones de las personas obedecen a múltiples motivos, y que la búsqueda del beneficio es una pulsión lícita y universal, pero, cuando los compromisos que se asumen están sujetos en su cumplimento a variables que no podemos controlar en absoluto, como es, el flujo de ingresos constantes y estables a lo largo de 30 o 40 años, estamos jugando con el destino en contra, casi necesariamente. Atribuir al desvalimiento por ignorancia o inocencia,  las decisiones de adquisición de una propiedades a precio exorbitado por parte de centenares de miles de ciudadanos, sería tanto como considerarles incapaces e irresponsables de sus actos.

Este sería, en mi opinión, el origen de un despropósito nacional de proporciones descomunales  que ha sumido en la desgracia y la desesperación a centenares de miles de familias. La crisis económica ha sido el detonante que ha hecho saltar por los aires la frágil capacidad de endeudamiento de aquellos ciudadanos que lo debían todo, no solo la casa, sino también el coche, el móvil último modelo, las vacaciones, el ordenador, la tablet etc.

Desde nunca se han servido ruedas de molino en la mesa de mi casa, y esta no va a ser una excepcional ocasión. Ultimamente, nos llegan noticias de personas que se han quitado la vida, porque iban a ser expulsados de sus domicilios por impago de sus deudas hipotecarias a los bancos prestamistas. Francamente, me cuesta comprender como alguien con dos dedos de frente puede considerar que la morosidad te convierte de manera automática en candidato a estar difunto. Se habla de Afectados por la Hipoteca, como si se tratara de un virus o una bacteria mortalmente infecciosos,  de un terremoto, tsunami o cualquier otro desastre natural. No. No se trata de ninguna de estas cosas. Es todo más sencillo y más cruel, si cabe. Hemos perdido el trabajo, y no podemos pagar. No ahorramos cuando pudimos, y ahora, no podemos pagar. Gastamos irresponsablemente, y, ahora no tenemos con qué pagar. Alguna de estas cosas, o todas ellas juntas han sucedido, y… no podemos pagar. Debemos devolver lo que no es nuestro, porque… no lo hemos pagado y no es nuestro. Ciertamente, esta es una situación dolorosísima, pero la responsabilidad no es transferible.

Lo que hoy sucede ha sucedido siempre, no es nada nuevo. La personas se arruinan, por múltiples motivos y circunstancias y  tienen que volver a empezar, desde la nada. La vida se construye con aciertos y con errores, con alegrías y con sufrimientos. Desde el dolor y desde la felicidad. Todo ello es vivir.  Desear la muerte, y abandonar la vida por propia voluntad, no necesariamente tiene que ver con ninguna de estas cosas, y desde luego, no con el hecho de tener que desalojar una vivienda. No es que el suicidio sea lo último, es que es una opción incompatible con la vida, sea esta buena o mala.

Otra cosa distinta es comprobar como la ruina de las familias acontece en medio de un mar de corrupción de los poderosos. Políticos, banqueros, jueces, empresarios están pringados hasta las cejas en asuntos turbios de dinero, blanquean sus ganancias ilícitas, se llevan los capitales a cuentas sucias en el extranjero, se van de rositas en los Tribunales, mientras los ciudadanos más débiles tienen que pagar extraordinariamente, con todo lo que tienen en la vida, sus errores, su falta de prudencia, sus ensueños de nuevos ricos, sus pequeñas miserias y si se quiere, también su codicia. Evidentemente, la indefensión de los ciudadanos se vuelve en este contexto, especialmente irritante e inasumible, y lejos de reflexionar sobre su alta cota de responsabilidad en lo que hoy les sucede, recurren al “… y tu más” y al viejo argumento de contra el vicio de pedir, la virtud de no dar, virtud que la Banca no ha practicado en España en los últimos años del espejismo infantil de bonanza en el que hemos estado sumidos, evidentemente, buscando su propio beneficio a sabiendas de que tarde o temprano su actuación tendría gravísimas consecuencias. Ninguno de los responsable de estas deleznables actuaciones ha pagado precio alguno por ello. Muy al contrario, mantiene su estatus de opulencia, y ostentan, todavía, el reconocimiento por parte de los políticos a los que prestaron inestimables servicios. Verdaderamente dan ganas de vomitar.

Difícil solución tiene este asunto, porque de existir, creo yo que exigiría que este país nuestro se diera la vuelta como un calcetín e hiciera un profundísimo examen de conciencia colectiva. Pero me da que los tiros van por otro lado. Nos falta honestidad política y coraje ciudadano. Lo que nos importa es que nos condonen  las deudas que nunca debimos asumir y no hemos sabido o podido afrontar, y salimos vociferando como posesos a la calle,  que lo firmado por nosotros mismos no tiene valor alguno, que donde dijimos digo, ahora decimos Diego, y que la culpa siempre es de otro. Lo nuestro es  el  pio pio que yo no he sido, como niños que tiramos la piedra y escondemos la mano.

Aceptamos abiertamente y sin pudor alguno, que no tenemos palabra, y que la Ley, está para no cumplirla, nosotros tampoco. En eso si que nos hemos puesto todos de acuerdo, banqueros y tenderos, reyes y plebeyos, y así nos va.

Esto es lo peor que puede sucedernos a los pobres, que únicamente contamos con la ley para defendernos de los poderosos. Necesitamos, por el contrario,  reivindicar el cumplimiento estricto de las normas de convivencia  que nos hemos dado, y la independencia de la Justicia, comenzando por nosotros mismos y en defensa de  nuestra de nuestra Dignidad. Pero para eso, debemos desear ser mayores de edad, obligar a nuestros políticos a que nos tomen en serio; asumir nuestra responsabilidad, trabajar con prudencia para labrar nuestro futuro, y ser, implacables con los corruptos que nos quieren comprar a cambio de  un plato de lentejas o lo que es lo mismo, con un crédito en el que empeñar nuestra existencia para adquirir lo que posiblemente no necesitamos, o aquello de lo que podríamos o deberíamos prescindir;  que la codicia no emponzoñe nuestros deseos, y que no esclavice nuestra Libertad; deberíamos llenar  nuestras vidas de todo aquello que sea bueno y sea posible, con nuestro fuerzo y nuestro trabajo, alejados de propuestas que no son otra cosa que pan para hoy y hambre para mañana. Hoy estamos viviendo el “hambre”, aprendamos y esforcémonos para que nunca nos falte el pan nuestro de cada día, hagámonos respetar y seamos respetables.