miércoles, 12 de julio de 2017

20 AÑOS SIN MIGUEL ANGEL BLANCO




A quien corresponda,
a todos aquellos que han sepultado en el olvido el espíritu de Ermua.

Solos se quedan los hombres
al calor de las batallas,
y vosotros, lejos de ellas,
queréis ocultar la infamia,
pero el color de cobardes
no se os irá de la cara.

Ocupad los tristes puestos
de la triste telaraña.
Sustituid a la escoba,
y barred con vuestras nalgas
la mierda que vais dejando
donde colocáis la planta.

Miguel Hernández (Viento del Pueblo, 1937)

EL DIA DEL ORGULLO, UNA FIESTA MAS… O MENOS

Pasados los efluvios del día del Orgullo en Madrid, el Ayuntamiento podemita y el gobierno autonómico pepero, han recogido y plegado las banderitas arco iris para desempolvarlas en algún otro evento de naturaleza sexo-propagandística. Los partidos políticos con representación parlamentaria han echado carreras a ver quien llegaba más lejos en su defensa de los derechos supuestamente vulnerados de aquella parte de la ciudadanía que cuya elección sexual es la que ella ha decidido  libremente ser.

Francamente no dejan de asombrarme estos fastos, estos festejos, en los que la reivindicación y el homenaje se centran en las preferencias sexuales de los individuos/as. Pensaba yo, al parecer presa de una ignorancia supina, que la defensa de los derechos humanos recogida en nuestra Constitución, era de carácter inclusivo, que hombres y mujeres independientemente de su legítima opción sexual, se encontraban representados, sin más.

Tampoco alcanzo a entender el eslogan, por otro lado, de alcance internacional, que utilizan los ciudadanos de opción sexual homosexual, bisexual, intersexual… y me permito dejarlo aquí, para no extenderme. Los llamados colectivos LGTBI, hablan de las celebraciones como día del “Orgullo”. Nunca se me hubiera ocurrido que practicar sexo, o elegir pareja con uno, con una, o con ambos, tuviera mérito alguno del que sentirse orgulloso. El sexo, la opción sexual, el intercambio sexual, no añade ni quita nada a la persona. Las opciones sexuales están ahí, y cada uno determina cual es el campo en el que quiere jugar. Incluso, debe tener la legítima opción libre, de no elegir ninguna y mantenerse en la abstinencia sexual. Puestos a considerar opciones, más o menos frecuentes, y sin recurrir al celibato por razones de índole religiosa como en el caso de los monjes y monjas budistas y los sacerdotes, monjes y monjas católicos,  existen personas cuya opción es la a-sexualidad, y cuyo interés por el sexo es nulo.

No se si los célibes, por uno u otro motivo, han reflexionado sobre el orgullo que deben esgrimir ante el resto de la ciudadanía, porque su elección haya sido la abstinencia. Por otro lado, los ciudadanos y ciudadanas heterosexuales, no se si han caído en la cuenta de que por abrumadora mayoría, además, deberían tomar las calles, y a grito pelado lanzar consignas reivindicativas y folklóricas sobre lo estupendo, natural  y saludable que es copular, cuanto mas mejor, con el sexo opuesto.

A mi, para que decir otra cosa, no me gusta el numerito multitudinario y carnavalesco de los fastos del llamado orgullo, en este caso, me voy a permitir escribirlo con minúsculas, porque creo que no da para mas el vocablo en esta ocasión. Me parece una fiesta banal, y carente de verdadera enjundia reivindicativa. Probablemente porque aquí y ahora, no hay derechos cercenados, ni menosprecio a las minorías, cuyas preferencias sexuales, no son la heterosexualidad. La reivindicación se convierte en humo, a lo sumo, en una fiesta de disfraces, cuando aquello que es  supuestamente vulnerado resulta que se encuentra protegido y defendido en la mismísima ley. No se puede ir más allá en el reconocimiento de los derechos ciudadanos que su defensa plasmada en la legislación derivada de la Carta Magna.

Otra cosa muy distinta es que bajo el argumento de la reivindicación y la denuncia, los colectivos LGTBI, persigan la implantación en la sociedad de determinados esquemas y modelos de familia, de pareja, de creencias y modos de sexualidad. En este punto, es de reconocer, que la presión ejercida por los lobby LGTBI ha sido eficaz y muy exitosa. Hasta el punto de que el poder ejecutivo (por ahora autonómico) ha liderado la imposición legal de la limitación del derecho de libertad expresión y educación, sobre lo que es o no licito considerar y opinar en el ámbito de la libertad individual sobre estos asuntos. Seria muy largo y tedioso enumerar en detalle los aspectos legales de la Ley de Protección Integral contra la LGTBIfobia y la Discriminación por Razón de Orientación e Identidad Sexual aprobada en la Comunidad de Madrid por el Gobierno de Cristina Cifuentes, por ejemplo. Baste decir que deja meridianamente clara cual es la posición política del ejecutivo y del legislativo autonómico, y lo que es mas, cual es la intención de los mismos, a la hora de controlar e imponer a los ciudadanos su particular interpretación de esta realidad. El poder político  esta dispuesto a utilizar todos los resortes de que dispone, con la mayor contundencia, es decir desde la coacción de la ley y la penalización de la infracción de la misma, en la implantación de la ideología que considera oportuna al respecto.

A mi, personalmente me parece mal, muy mal, fatal, por la sencilla razón de que si bien los derechos humanos son incuestionables y la dignidad de la persona es inherente a la misma independientemente de cualquier otra consideración, los comportamientos individuales y colectivos, también los sexuales, pertenecientes a LGTBI o heterosexuales, pueden ser, han sido, son y serán, objeto de valoración ética, moral, o estética incluso, por parte del resto de la sociedad. Intentar eliminar mediante la imposición legal y/o mediante el adoctrinamiento educativo la libertad individual de juicio y criterio respecto de las conductas humanas, también sexuales, creo que tendrá un éxito aparente y formal, pero considero, sinceramente, que es intentar ponerle puertas al campo. Hasta tal punto es así, que incluso desde el corazón del colectivo LGTBI, surgen voces que, paradójicamente, comparten criterios con posiciones esgrimidas desde ámbitos sociales muy críticos, por ejemplo, con los modos y maneras llamémoslos  benévolamente “peculiares” de expresión de lo específicamente gay con las que no solo no se sienten identificados, sino que les resultan ofensivas, inadecuadas y perjudiciales para sus intereses y su proyección en libertad dentro de la sociedad.

Tengo la impresión de que asistimos a una eclosión un tanto artificial y de postureo, de ensalzamiento del homosexualismo, y sus diversas y extensas variables. Una vez más, parece que nos encontramos  sometidos a la imposición de lo políticamente correcto. En este caso, es el sexo, las opciones sexuales, con lo que mercadean políticos, medios de comunicación fundamentalmente. La imposición de la ideología de género, sin la que es prácticamente imposible comprender como hemos  llegado a la calificar de “orgullo” la homosexualidad y el lesbianismo, la bisexualidad, intersexualidad, etc., (es evidente que nadie menciona el orgullo al referirse a la heterosexualidad), es un objetivo que se define perfectamente en los manuales y programas de prácticamente todos los partidos políticos en las democracias occidentales. No basta la igualdad en la diversidad, pareciera que se hace indispensable ahondar, promover, difundir e implantar, la generalización de lo particular, la socialización en las opciones sexuales naturalmente minoritarias. Cuando digo “naturalmente” me refiero en sentido estricto y literal de la palabra. Es natural y  mayoritaria, la copulación y relación de pareja heterosexual simplemente porque es indispensable en términos instintivos, para la reproducción de la especie humana. Simplemente eso, de lo que no cabe inferir, que la homosexualidad no sea una conducta sexual practicada por los seres humanos, en mayor o menor medida, con mas o menos aceptación social, en las sociedades y colectividades a lo largo de la historia. Por otro lado, es una obviedad que la sociedades humanas, cualesquiera que sean,  desde sus más antiguos ancestros han sido mayoritariamente heterosexuales, y  en condiciones de especial dificultad de supervivencia para el grupo, ávidamente, codiciosamente heterosexuales.

Al margen de estas cuestiones, podría debatirse ampliamente sobre algunas de las reivindicaciones de la comunidad LGTBI, la fundamental, en mi opinión, la adopción de niños huérfanos por parte de sus miembros. Mi posición es nítida en este asunto: en absoluto reconozco tal derecho a los adultos. Este enfoque me parece del todo equivocado, y esencialmente injusto. El derecho a contemplar, no es el de los adultos, heterosexuales u homosexuales etc., el derecho es el que asiste a los menores a tener una familia en la que crecer, y evolucionar, en la que sentirse amados y protegidos. Y, en este sentido, considero que un niño tiene el derecho a ser adoptado por una familia compuesta por un padre y una madre, y a ser posible, compartirlos con hermanos. No pongo en cuestión la capacidad de amar y cuidar adecuadamente a un menor por parte de homosexuales o lesbianas, etc etc. Lo que planteo es que el niño o la niña deben tener el derecho y la oportunidad, de crecer en una familia con referentes paterno y materno. Insisto, en que el derecho de hombres y mujeres adultas, heterosexuales, o lesbianas, u homosexuales, no debería, en mi opinión ser objeto de planteamiento o discusión en este caso. Podrían argumentarse múltiples razones, desde perspectivas muy diferentes que no entro a valorar en este momento.  

Para mí la cuestión es bastante simple, elemental si se quiere. Somos hijos de la Naturaleza. Sofisticados, evolucionados y culturalmente extraordinarios gigantes. Elegimos nuestras opciones sexuales, las reconocemos en nuestras legislaciones, y garantizamos el derecho a la dignidad de ciudadanos y ciudadanas que se identifican con cualquiera de estas opciones, protegiendo los derechos humanos desde el reconocimiento de la diversidad, pero eso en absoluto es óbice para tener muy presente a la hora de regular la adopción de los menores, que nacemos de una mujer,  que nuestra llegada a la existencia se gesta en un útero y que este que no es un receptáculo reproductivo, sino que forma parte de la naturaleza humana materna; que para hacer realidad la vida, es condición biológica de nuestra especie la fecundación de una mujer por el esperma de un hombre, que no es una semilla inanimada, sino esencia y origen de la paternidad. Nos reconocemos a nosotros mismos, independientemente de cualquier otra consideración, como los hijos de una pareja heterosexual, de unos progenitores, padre y madre, hombre y mujer. Eso es lo que yo deseo para los niños, que han perdido a los suyos. Ellos no pueden elegir. Entiendo que el Estado esta obligado proteger prioritariamente el bien mayor: el niño, siendo muy escrupuloso a la hora de ejercitar su tutela sobre el menor,  de no legislar en favor de los adultos, libres de elegir sus opciones sexuales, permitan éstas o no su  capacidad de procrear, en detrimento de los mas débiles, los niños que necesitan y tienen derecho, (ellos si)  a ser miembros de una familia.

Podría argumentarse que existen en la actualidad los llamados vientres de alquiler, técnicas de fertilización in vitro, “almacenes”  de óvulos descartados y donantes de esperma anónimos etc… Ciertamente que la biotecnología  permite técnicas de reproducción humana altamente sofisticadas, pero eso no afecta al fondo del asunto que aquí se considera. La maternidad, la paternidad y la filiación trascienden el ámbito de  lo técnicamente posible, para adentrarse en el territorio de la ética, de la moral, y de la psique, tres aspectos estos que son el núcleo de la naturaleza individual y social del hombre; forman parte indisociable de la esencia personal que nos permite la autoidentificación como hijos de una madre y de un padre en términos reales, pero sobre todo, en términos simbólicos.
Creo recordar que son veinticinco el número de países que han permitido la adopción de niños por parejas del mismo sexo, yo me sitúo en la posición que mantienen el resto de los países del Mundo.

Madrid es una ciudad maravillosa, mundana, dada al jolgorio y a la fiesta, a las celebraciones y a los ritos. Sus calles se llenan con decenas de miles de personas, en manifestaciones políticas multitudinarias, en carnavales, en el desfile de los Reyes Magos, en las procesiones de Semana Santa como la del Cristo de Medinaceli, que moviliza centenares de miles de fieles por las calles. También, claro que si, en las fiestas del Orgullo Gay, participa la ciudad con entusiasmo, porque son eso, una fiesta en la que se cumple con toda la parafernalia de banderitas, enseñas y colorines con la que se atavían los ciudadanos de cualquier condición sexual al ritmo de la fiesta callejera. La diferencia muy notable  a considerar es que en ninguno de estos acontecimientos y manifestaciones, las autoridades políticas haciendo pleno, se han empleado a fondo junto con los medios de comunicación social, dando una cobertura extraordinaria, llamando a la población a participar en las mismas e invirtiendo recursos económicos y de toda índole, de manera absolutamente desmedida, y en mi opinión, injustificada. Ellos sabrán porque. Yo creo intuirlo.

En todo caso, una vez más, miembros  colectivo LGTBI se ha comportado en las calles, haciendo uso de su libertad, como ya nos tiene acostumbrados y hemos asistido a imágenes en las que se ha insultado y vejado las creencias y símbolos religiosos católicos, se han utilizados modos y maneras de expresión de dudoso respeto a los menores, se ha hecho alarde de gestos obscenos en la calle publica, se ha practicado sexo de manera francamente sucia, en portales, en rincones y parques de la ciudad. En fin, yo creo que si este colectivo tiene verdadero interés en ser, como no puede ser de otro modo, respetado por la ciudadanía deberían hacérselo mirar desmarcándose de imágenes tan poco edificantes como los patéticos cueros y dominaciones que se arrastran por las aceras, obscenidades, y postureo pretendidamente  escandalizante en la vía pública, que los medios de comunicación difunden profusamente para vergüenza ajena, lo que debería ser de propia vergüenza.

Por otro lado, y a la postre, tengo la sensación de que no tanto como champán, si no mas bien, como la gaseosa, la fiesta ha pasado en un chim-pump, esfumándose como las burbujas que se diluyen en un tinto de verano peleón. Eso ha sido todo. A mi me parece mas bien poco para tan insistente vocerío y relumbrón.

Habría que preguntarse de donde sacan los colectivos LGTBI pa tanto como destacan, como decía la canción. La respuesta nos daría seguramente la clave para entender en gran medida, de donde venimos, pero sobre todo, hacia donde vamos, y decidir, si es ese el camino que queremos recorrer, si estas son nuestras banderas. O no