lunes, 26 de septiembre de 2011

EL REGRESO



Hoy he vuelto a casa, enmipropionombre, a este mi lar virtual. Era por el mes de junio cuando cerré sus ventanas y su puerta y con escueto equipaje abandone el suelo que hoy vuelvo a pisar, poniéndome frente a la pantalla del ordenador mientras pulso las las primeras letras en el teclado para hacer realidad mi regreso. Me alejé de esta mi otra casa buscando que la distancia alfombrara mis pasos y poniendo tierra de por medio desconectara de la cotidianidad de la vida diaria. Apretaba el calor el Madrid aquel último día y el sol brillaba en lo más alto, recién estrenado el verano. El tiempo ha volado desde ese momento y ya estoy de regreso. Ahora, los días parecen encogerse ligeramente, de modo casi imperceptible, pero lo cierto es que el atardecer se desploma rojo en el horizonte de mi barrio mucho más pronto, y el bullir jacarandoso de los pájaros retirándose a sus aposentos trenzados de paja invita a los vecinos a poner la cena, mientras los visillos se mecen con la brisa que se ha vuelto fresca en los anocheceres de mi amada ciudad. Septiembre agota sus días y el verano se muere lentamente, con una indolora y esperanzada agonía. En breve será un tiempo para el recuerdo de todas aquellas cosas que hicimos “diferentes” para romper con la rutina, sobre todo, de todo aquello que planeamos llenos de ilusión y emocionados, pero que, finalmente se quedó en el tintero de nuestra voluntad tardía, de la casualidad imprevista, o del azar caprichoso.

Planes diseñados cuidadosamente, en los fríos meses del invierno o con la llegada de la primavera, que nunca vieron la luz, y hoy nos decimos a nosotros mismos, sin apenas reconocer nuestra derrotada resignación, que habrá que esperar al próximo verano… quizá, para mejor ocasión, quizá en otra oportunidad. Se dormirán nuestros propósitos vacacionales, apaciblemente en la memoria, por si el futuro decide desempolvarlos y lavarles la cara, porque el verano como la vida se alimenta de ansias y de anhelos, de proyectos e intenciones que a veces, solo a veces, llegan a convertirse en realidad.

No es, con todo, lo peor que lleguemos al Otoño con nuestra maleta vacacional nutrida de aconteceres impensados, de objetivos truncados, o vacía, sencillamente vacía, porque al final, nos hemos tenido que quedar en casa, también este año. ¡Que va, ni mucho menos¡ Lo peor no es eso, lo peor es, que, como una maldición, se hayan cumplido nuestros sueños y no podamos hacer otra cosa que lamentarlo, y tengamos que reconocer que los días veraniegos se sucedieron unos a otros, con parsimonia desesperante, mientras nos invadía una pegajosa pesadumbre y añorábamos a cada instante la bendita rutina diaria y nuestro hogar que sentíamos tan lejano.