¡Que calores¡, ¡Que agobios¡, estamos en febrero
amaneciendo a cero grados y transitamos los días de sofocón en sofocón. No hay cuartel, ni
cuartelillo para el desasosiego, y en las noches nos vamos a la cama pringados
de una pegajosa y persistente sensación
que apesta a estercolero; sabemos a
ciencia, cada día más cierta, que lo que percibimos y nos repugna proviene de
la ciénaga en que se ha convertido la vida pública de nuestro país. No nos dan respiro.
Eclosionan los casos de corrupción por los cuatro
costados patrios, y nacer, nacen, como son, reptilianos y voraces, embistiendo
y dando dentelladas a troche y moche, con tal de hacer realidad el dicho “yo
tuerto, con tal de que tu ciego”. En
esas estamos, asistiendo al espectáculo antropofágico de ver como, entre ellos
y ellos, se tiran las vergüenzas a lo
morros entre amenazas de querellas, disimulos, ruedas de prensa sin prensa, y
prensa interesada y partidista hasta los tuétanos.
En este tótum revolútun,
de rapiña y bandidaje al por
mayor, en una espiral de “y tu mas, y tu peor, …¡pues anda que tú…¡
protagonizado por la izquierda plural,
es decir, las izquierdas todititas ellas y
la derecha cobardona de
blandiblu, sin chicha ni límoná, autodenominada pomposamente centro reformista,
con la indispensable e inexcusable participación de los nacionalistas cada uno de su padre y de su
madre con vocación de carroñeros, ha permitido que los ciudadanos seamos
receptores de una avalancha de información espeluznante referida a los casos de
corrupción que asolan España entera.
La corrupción institucionalizada ha convertido a la
ciudadanía española en un gigantesco váter, en el que se evacua toda la miseria
moral de una casta política,
absolutamente carente de la más mínima
credibilidad. En este contexto se produjo la otra tarde un numerito más
que añadir a la larga lista de berridos a los que nos tiene acostumbrados los
agitadores profesionales de la izquierda mas casposa, ordinaria y violenta,
esta vez puesta escena con número circense incluido, en el mismísimo Congreso de los Diputados. La Plataforma de afectados
por la Hipoteca ,
así se llama la organización que ha llevado al Congreso para su admisión a
tramite una propuesta que contemple entre otras, la dación en pago, por resumir,
una reforma de la Ley
Hipotecaria en toda regla. Pues bien, los elementos
representativos de este “colectivo” aparecieron en la tele en pleno desmelene,
convertidos en algo que se parecía al
león rugiente de la Metro
y la niña del exorcista, en sus momentos más álgidos. Echando espumarajos por
la boquita que Dios les ha dado, insultaban con a sus señorías del Gobierno (de
la Derecha ,
por supuesto), y les tildaban a grito pelado,
con claridad meridiana y voz cristalina, de cabrones y asesinos. No, no,
insisto, que no se dirigían a los amigos de los terroristas
independentistas-comunistas, señores de Amaiur, sino a los miembros del
gobierno y en particular, al señor Rajoy, que como todos hemos podido comprobar
a lo largo de estos años se ha dedicado a comerse los niños crudos, sin el
menor recato.
No seré yo quien defienda la gestión de la Banca en España, ni en este
tema de las hipotecas ni en ningún otro; fiadores de Partidos políticos
corrompidos y corruptores, se vuelven hienas implacables con sus clientes, y en cuanto nos pasamos un pelo en el
cumplimiento de nuestras obligaciones respecto de las deudas que con ellos hemos
contraído, nos meten el rejonazo hasta donde pueden, que es mucho. . De manera
que vaya por delante mi prevención y mi desprecio por el comportamiento de los
banqueros y cajeros en nuestro país. Todo el mundo sabe que los responsables
financieros se han pasado por el arco del triunfo hasta las más elementales
normas éticas en el desempeño de sus obligaciones financieras, con pleno conocimiento, cuando no indicación,
del Banco de España a cuya cabeza estaba un hombre del partido socialista, Sr.
Fernandez Ordoñez, encargado, se supone, de velar por la transparencia y buenas
prácticas en la actuación de nuestro sistema bancario.
Todo este movidón de los desahucios, que, por cierto,
constituyen un porcentaje bajísimo de ciudadanos con hipotecas contraídas, no
son otra cosa que el reflejo de un negocio sucio, inmoral, e irresponsable,
llevado a cabo entre dos partes, ambas movidas por la codicia, y deseos mas
bien poco edificantes; el banquero a la búsqueda del interés del préstamo, y el
ciudadano ávido del pelotazo y la buena vida, en demasiadas ocasiones. El
primero ha prestado sin garantía alguna de poder cobrar, y el segundo ha
pillado el dinero sin garantía de poder hacer frente a la deuda contraída, y
mientras tanto, el primero pensando en las Islas Caimán, y el segundo en el
pincho de tortilla y caña.
Evidentemente, cuando la cuerda, a fuerza de estirarla,
se ha quedado convertida en apenas una hebra y ha hecho crac, se ha roto por la parte mas débil, por el lado de la cigarra,
no de la zorra, como era de esperar, y ahora, con los hielos de la penuria,
clama y reclama su derecho sobre la casa que nunca ha sido suya, porque de suya
solo tenía la hipoteca, es decir, la deuda contraída. La situación descrita lo
es en trazo grueso. Bien se que, las decisiones de las personas obedecen a múltiples
motivos, y que la búsqueda del beneficio es una pulsión lícita y universal, pero,
cuando los compromisos que se asumen están sujetos en su cumplimento a
variables que no podemos controlar en absoluto, como es, el flujo de ingresos
constantes y estables a lo largo de 30 o 40 años, estamos jugando con el
destino en contra, casi necesariamente. Atribuir al desvalimiento por
ignorancia o inocencia, las decisiones
de adquisición de una propiedades a precio exorbitado por parte de centenares
de miles de ciudadanos, sería tanto como considerarles incapaces e
irresponsables de sus actos.
Este sería, en mi opinión, el origen de un
despropósito nacional de proporciones descomunales que ha sumido en la desgracia y la
desesperación a centenares de miles de familias. La crisis económica ha sido el
detonante que ha hecho saltar por los aires la frágil capacidad de
endeudamiento de aquellos ciudadanos que lo debían todo, no solo la casa, sino también
el coche, el móvil último modelo, las vacaciones, el ordenador, la tablet etc.
Desde nunca se han servido ruedas de molino en la mesa
de mi casa, y esta no va a ser una excepcional ocasión. Ultimamente, nos llegan
noticias de personas que se han quitado la vida, porque iban a ser expulsados
de sus domicilios por impago de sus deudas hipotecarias a los bancos
prestamistas. Francamente, me cuesta comprender como alguien con dos dedos de
frente puede considerar que la morosidad te convierte de manera automática en
candidato a estar difunto. Se habla de Afectados
por la Hipoteca ,
como si se tratara de un virus o una bacteria mortalmente infecciosos, de un terremoto, tsunami o cualquier otro
desastre natural. No. No se trata de ninguna de estas cosas. Es todo más
sencillo y más cruel, si cabe. Hemos perdido el trabajo, y no podemos pagar. No
ahorramos cuando pudimos, y ahora, no podemos pagar. Gastamos irresponsablemente,
y, ahora no tenemos con qué pagar. Alguna de estas cosas, o todas ellas juntas
han sucedido, y… no podemos pagar. Debemos devolver lo que no es nuestro,
porque… no lo hemos pagado y no es nuestro. Ciertamente, esta es una situación
dolorosísima, pero la responsabilidad no es transferible.
Lo que hoy sucede ha sucedido siempre, no es nada
nuevo. La personas se arruinan, por múltiples motivos y circunstancias y tienen que volver a empezar, desde la nada.
La vida se construye con aciertos y con errores, con alegrías y con
sufrimientos. Desde el dolor y desde la felicidad. Todo ello es vivir. Desear la muerte, y abandonar la vida por
propia voluntad, no necesariamente tiene que ver con ninguna de estas cosas, y
desde luego, no con el hecho de tener que desalojar una vivienda. No es que el
suicidio sea lo último, es que es una opción incompatible con la vida, sea esta
buena o mala.
Otra cosa distinta es comprobar como la ruina de las
familias acontece en medio de un mar de corrupción de los poderosos. Políticos,
banqueros, jueces, empresarios están pringados hasta las cejas en asuntos
turbios de dinero, blanquean sus ganancias ilícitas, se llevan los capitales a
cuentas sucias en el extranjero, se van de rositas en los Tribunales, mientras los
ciudadanos más débiles tienen que pagar extraordinariamente, con todo lo que
tienen en la vida, sus errores, su falta de prudencia, sus ensueños de nuevos
ricos, sus pequeñas miserias y si se quiere, también su codicia. Evidentemente,
la indefensión de los ciudadanos se vuelve en este contexto, especialmente
irritante e inasumible, y lejos de reflexionar sobre su alta cota de
responsabilidad en lo que hoy les sucede, recurren al “… y tu más” y al viejo
argumento de contra el vicio de pedir, la
virtud de no dar, virtud que la
Banca no ha practicado en España en los últimos años del
espejismo infantil de bonanza en el que hemos estado sumidos, evidentemente,
buscando su propio beneficio a sabiendas de que tarde o temprano su actuación
tendría gravísimas consecuencias. Ninguno de los responsable de estas
deleznables actuaciones ha pagado precio alguno por ello. Muy al contrario,
mantiene su estatus de opulencia, y ostentan, todavía, el reconocimiento por
parte de los políticos a los que prestaron inestimables servicios.
Verdaderamente dan ganas de vomitar.
Difícil solución tiene este asunto, porque de existir,
creo yo que exigiría que este país nuestro se diera la vuelta como un calcetín
e hiciera un profundísimo examen de conciencia colectiva. Pero me da que los
tiros van por otro lado. Nos falta honestidad política y coraje ciudadano. Lo
que nos importa es que nos condonen las
deudas que nunca debimos asumir y no hemos sabido o podido afrontar, y salimos
vociferando como posesos a la calle, que
lo firmado por nosotros mismos no tiene valor alguno, que donde dijimos digo,
ahora decimos Diego, y que la culpa siempre es de otro. Lo nuestro es el pio pio que yo no he sido, como niños que
tiramos la piedra y escondemos la mano.
Aceptamos
abiertamente y sin pudor alguno, que no tenemos palabra, y que la Ley , está para no cumplirla,
nosotros tampoco. En eso si que nos hemos puesto todos de acuerdo, banqueros y
tenderos, reyes y plebeyos, y así nos va.
Esto es lo peor que puede sucedernos a los pobres,
que únicamente contamos con la ley para defendernos de los poderosos.
Necesitamos, por el contrario, reivindicar el cumplimiento estricto de las normas de convivencia que nos hemos dado, y la independencia de la Justicia , comenzando por
nosotros mismos y en defensa de nuestra
de nuestra Dignidad. Pero para eso, debemos desear ser mayores de edad, obligar
a nuestros políticos a que nos tomen en serio; asumir nuestra responsabilidad,
trabajar con prudencia para labrar nuestro futuro, y ser, implacables con los
corruptos que nos quieren comprar a cambio de un plato de lentejas o lo que es lo mismo, con
un crédito en el que empeñar nuestra existencia para adquirir lo que posiblemente no
necesitamos, o aquello de lo que podríamos o deberíamos prescindir; que la codicia no emponzoñe nuestros deseos,
y que no esclavice nuestra Libertad; deberíamos llenar nuestras vidas de todo aquello que sea bueno y sea posible, con nuestro fuerzo y nuestro trabajo, alejados de propuestas que no son otra cosa que pan para hoy y hambre
para mañana. Hoy estamos viviendo el “hambre”, aprendamos y esforcémonos para
que nunca nos falte el pan nuestro de cada día, hagámonos respetar y seamos respetables.