Son las 19h15’ del domingo día 25
de enero de 2015. No recuerdo que ninguna cita electoral en Europa haya tenido
la repercusión mediática que las elecciones generales griegas han suscitado en
Europa, y no solo en el continente. No es para menos. Después casi setenta años transcurridos desde el
final de la Segunda Guerra
Mundial, asistimos al resurgir de un movimiento de corte totalitario en Europa,
por la vía de unas elecciones libres y democráticas. Los ciudadanos griegos,
eligen en el día de hoy su próximo gobierno, y todo parece indicar que su
voluntad soberana llevará al poder a una formación política de corte populista,
de vocación comunista, que ha prometido llevar a cabo una profunda reforma de
las reglas del juego político en este país.
De confirmarse las encuestas, el
Gobierno salido de las urnas, va ser un punto y aparte en el devenir europeo
en las últimas décadas. Syriza, se alzará con el poder casi con toda seguridad,
con enorme potencia, y con un respaldo popular sin paliativos. Que la
ciudadanía griega haya percibido que la
solución a los problemas del país es depositar la confianza en un partido de
estas características, describe con bastante claridad como la corrupción
política y económica de un país tiene consecuencias verdaderamente
inquietantes.
Los efectos del deterioro moral
de la clase política no se circunscriben nunca al ámbito inmediato de sus
protagonistas, sino que se expande, como una mancha de aceite que impregna los
ámbitos más recónditos de la sociedad, una sociedad que no es ajena, en
absoluto, a lo que día a día se ha venido fraguando en su propio seno. Hoy
Grecia parece decirle al mundo que nada cambia en lo más profundo de su
identidad. Que los errores del pasado, no han dado lugar a una reflexión
profunda y firme. La ciudadanía parece derrotada por una anomia social que le
ha llevado a buscar, un padre, un caudillo, un salvapatrias… el mesías que le
acunará en sus brazos eximiéndole de cualquier responsabilidad, a costa, ni más
ni menos, que de su libertad.
La suerte está echada en Grecia,
los colegios electorales están a punto de cerrar, en unos minutos asistiremos a
la proclamación de un tiempo nuevo en Europa, que tiene su arranque en las
elecciones griegas. Sin embargo, nada más viejo, más casposo, más tedioso que
las proclamas comunistoides de Syriza. Sus discursos son caducos y aterradores, y como todas
las formulas políticas liberticidas y totalitarias, apelan a lo peor de nosotros mismos, a
nuestro mundo de miedos infantiles, a nuestra debilidad para enfrentarnos a
nuestro destino reivindicando con determinación el protagonismo del mismo.
La ciudadanía griega ha sufrido
en carne propia las consecuencias de su devenir político en las ultimas
décadas. No me cabe la menor duda de que la decisión soberana reflejada en las
urnas en el día de hoy, si como parece, es Syriza su opción mayoritaria, tendrá
igualmente directas consecuencia sobre su futuro. Mucho me temo que a Grecia le
quedan muchas lágrimas que llorar.