La noticia ha dejado de tener el protagonismo candente de la rabiosa, apremiante, actualidad con la que nos atiborramos diariamente. Sucede, que lo acontecido ha tenido lugar hace ya algunos días. La semana pasada, saltaba a las páginas de los diarios digitales, no se si también a los de papel, porque no uso, la imagen de una mujer china, muy joven, tendida sobre una cama hospital. A su lado, yacía el cuerpecito inerte y ensangrentado de su hijo asesinado con siete meses de vida gestante.
La noticia escueta, dolorosamente breve, se quedó clavada en mi memoria como si de una daga se tratase y hoy es el día, que no soy capaz de expulsar de mi conciencia el pensamiento intermitente de la agresión brutal sufrida por la madre, y del cruel asesinato perpetrado contra su hijo, mediante una inyección de un potente bactericida que acabó con la vida de su bebé, dando a luz a su niño muerto. Jianmei Feng era ya madre de un niño de cinco años. Este segundo hijo no vio la luz del mundo porque su familia no contaba con los 5000 euros (mas de tres años de salario) de multa con la que el estado comunista chino penaliza la paternidad del segundo hijo en las zonas urbanas, permitiendo su nacimiento solo en las zonas rurales si el primero de los hijos es una niña.
El gran monstruo comunista asesina a sus niños antes de venir al mundo, fundamentalmente si son niñas por eso, miles de valientes madres chinas ocultan sus embarazos y se ven forzadas a abandonan a sus hijas, con inmenso sufrimiento, sencillamente porque no pueden mantenerlas a su lado. China se ha convertido en un gigantesco orfanato de niñas bebés, donde sobreviven a duras penas, hasta encontrar la que será su madre, su padre y su familia, mediante la adopción internacional, en cualquier lugar del Planeta.
Las cifras al respecto son espeluznantes. En China se perpetran, alrededor de 14 millones de abortos anualmente y el aborto es legal hasta los seis meses de embarazo. Los disidentes chinos Chai Ling y Chen Guangcheng, asilados en USA, han denunciado el holocausto que se está produciendo en su país, el terrible crimen contra la Humanidad que es el genocidio contra las niños, particularmente, contra la niñas, que el régimen comunista chino está llevando a cabo en pleno siglo XXI y desde hace décadas.
Vuelvo a España...
En nuestro país desde 2001 hasta la fecha se han llevado a cabo alrededor de un millón de abortos. Los datos están al alcance de cualquiera con curiosidad para conocerlos, en el Ministerio de Sanidad. Pero España no es China. Nadie obliga a las mujeres en nuestro país a tomar la decisión de abortar la vida de los hijos que han engendrado fruto, si no de su voluntad, si de su libertad, personal y sexual.
No somos China, ni India, ni Bolivia, ni Camerún… Somos un país del Primer Mundo. Somos usuarios habituales de las nuevas tecnologías, que permiten a cada mujer y a cada hombre, conocer a su hijo mediante una sencillísima y habitual prueba ecográfica, cuando tan solo mide unos pocos centímetros en los que se recoge la fuerza milagrosa del ser humano, de manera única e irrepetible. La ciencia se ha puesto al servicio de la vida y ofrece la oportunidad insospechada nunca antes en la Historia, de sabernos presentes, vivos y protagonistas, de la gran aventura vital iniciada en el nido humano, desde el primer instante de la concepción.
Me pregunto si no es el momento de parar en esta carrera devoradora de tiempo. No para detenernos o para retroceder. Pararnos para avanzar, para crecer, para ser. Me pregunto, si no es el momento de callar, no para amordazarnos sino para gritar desde el corazón y desde la razón, que queremos saber, conocer y cambiar, para transformar el mundo que nos ha sido dado con la humana misión de hacerlo un lugar de dignidad y de libertad. Me pregunto, si no es el momento de escuchar. No para prestarle oídos al miserable de turno que pretende seducirnos fraudulentamente con cualquier cantinela casposa políticamente correcta y pretendidamente nacida de la modernidad, sino para reivindicar la actitud rebelde y subversiva de franquear el paso a la vida que por derecho propio ha llamado a nuestra puerta, aunque aún carezca de nombre y de apellidos, de patrimonio y de identidad.
Me pregunto...
Ahora, me lo pregunto, porque no puedo recordarlo, como sería el silencio del útero en el que permanecí durante nueve meses para llegar al mundo un 13 de diciembre; el lugar oscuro de solitaria paz en el que aguardé la llegada de la vida consciente, el sonido del Mundo y la luz del Universo. Ahora, que me lo pregunto, me pongo de parte, sin dudarlo ni un instante, de ellos, de los sin voz, de los ocultos, de los ignorados en el vientre de sus madres.
Quiero hablar por ellos y de ellos, como seres completos en su indefinición, perfectos en su vulnerabilidad, habitantes interinos y circunstanciales de los úteros maternos; personas, al fin y al cabo, que están en proyecto, como todos y cada uno de nosotros. No somos tan distintos. Todos nos encontramos en un continuo, permanente, ineludible e idéntico, proceso vital. Ellos, preparados para nacer a la vida y nosotros, cada uno de nosotros, los ya nacidos, aguardando la muerte, con la que nos encontraremos en cualquier recodo del camino, en todo caso, a un tiro de piedra en el devenir de la existencia.
En el nombre de todos y cada uno de los seres humanos asesinados en el vientre de sus madres, en el nombre de cada madre obligada a matar a su hijo, en el nombre de cada padre impotente para evitar el asesinato de su bebe engendrado, en el nombre de todos aquellos cuya existencia está ligada al mundo por el cordón umbilical, es el momento de reivindicar como el primero de todos los derechos humanos la Libertad de nacer, sin la cual, ningún hombre o mujer tendrá jamás, la Libertad de Ser.