Ha
tenido que pasar dos años y medio para que el PP tomara una
iniciativa de Gobierno que me pareciera digna de alabanza. Leo en un
medio digital que el Ministerio de Agricultura, ultima un
anteproyecto de ley que incluye la normativa básica del comercio y
tenencia responsable de perros y gatos, con la que pretende prohibir
la venta de animales en las tiendas de mascotas, así como su
exhibición y exposición en escaparates con fines comerciales, lo
cual podría conllevar una multa de hasta 200.000 euros.
La
medida me ha sorprendido muy gratamente. Visito con cierta frecuencia
las tiendas de venta de productos para mascotas dado que en mi casa,
vivimos dos personas con dos gatos, una perrita, un pájaro. Para
todos aquellos que pudieran imaginarse un hogar de estas
características como un espacio caótico, de dudosa limpieza, y
sometido a todo tipo de ruidos extraños, tengo que puntualizar que
nada hay mas lejos de la realidad. En mi hogar las paredes se visten
con lienzos y fotografías, decenas de libros que han llenado mi
memoria de historias, fantasías y pensamientos, divertidos,
interesantes o audaces; en nuestras dos terrazas cultivamos plantas
sencillas, domésticas, y hierbas aromáticas, además de una
higuera, un limonero y un olivo. Nuestra casa es un lugar normalmente
silencioso y limpio, razonablemente ordenado y alegre. Y, todo esto,
es posible en convivencia con nuestras mascotas, y quizá, de alguna
manera, gracias a ellas. Dicho lo cual, se entenderá con facilidad,
que mi relación con perros y gatos, que viene ya de mucho tiempo
atrás, se ha forjado desde el respeto a estas otras formas de vida,
que comparten con nosotros nuestro tiempo y nuestra historia vital.
No
pretendo hacer una alegato de los aspectos positivos que yo considero
posee la tenencia de un animal de compañía. Dejo que los estúpidos,
en su ignorancia, sigan atribuyendo el amor entrañable a un perro o
a un gato, como fruto o consecuencia de la soledad, del aislamiento,
de la carencia de afectos humanos; de haber procreado o no, una
extensa prole. También desisto de convencer a histéricos/as del
orden, que consideran que gatos y perros son fuente de enfermedades
demoníacas y parasitarias. Les dejo con sus neurosis de
autodesprecio y con sus cocinas rebosantes de asepsia, cual fríos
quirófanos, y con sus cabezas calientes de estériles y tediosas
ansiedades.
Sí
deseo, sin embargo, felicitarme por la medida, que al parecer,
quiere llevar a cabo la ministra de Agricultura y Medioambiente,
castigando severamente los negocios que tengan por objetivo lucrarse
sometiendo a maltrato a cachorros de perros y gatos, recluidos en
reducidisimas jaulas en centros comerciales, hasta ser objeto de
compra por parte de un cliente.
Los
escaparates no son lugar adecuado para hermosos seres inocentes que
aguardan un amo. Es necesario, imprescindible, me atrevería a decir,
que tomemos conciencia de que el maltrato animal, es en primer lugar
una banal e innecesaria crueldad que causa sufrimiento gratuito en
seres indefensos, al tiempo que nos denigra profundamente a los seres
humanos que ejercemos este dolor sobre ellos, o que lo consentimos
con indiferencia. Poco a poco, España comienza a transitar por el
camino de la sensibilización en la protección de la Naturaleza, y
nada mas cerca de nosotros, que aquellos de sus miembros con los que
llevamos milenios compartiendo estrechamente nuestra existencia.
Seguramente
alguien podrá preguntarse porqué no he dedicado estas líneas a un
tema de mayor actualidad y enjundia, como por ejemplo … a Podemos,
como por otro lado, hace todo el mundo. Aclaro en un pispás
mi, peculiar decisión.
No
me gusta el personaje, me desagrada su look.
Tiene aspecto demasiado blando para mi, y una mirada demasiado dura
para mis ojos. Su tono de voz es ampuloso, relamido, y se escucha a
si mismo cuando habla. Pareciera que al tiempo que se muestra a su
auditorio con gesto humilde, lanzara sobre nuestras cabezas
implacables maldiciones y amenazas Que va, !no me gusta ni un pelo¡
Su sonrisa, me da miedo, me recuerda vagamente los rostros mesiánicos
que maldicen a Dios. Cuando le escucho, me dan ganas de declararme a
grito pelao,
como una irreducta pecadora capitalista dispuesta a condenarme con
una sonrisa en la economía de libre mercado, y en mi incorregible
adhesión a la Libertad.
Pero
sobre todo, es que Pablo Iglesias me aburre muchísimo. Me parece un
plasta, un pesado, un vendedor de humo, un charlatán de feria,
mercader del mágico crecepelo que ha dejado calvo a todo hijo de
vecino en Cuba y Venezuela. Además, no me gustan sus malas
compañías, sospechosos filoterroristas con los que según él se
afana en buscar soluciones para nuestros problemas, los peores, los
que tienen que ver con el asesinato y con la muerte. Iglesias se
reúne con la zorra que devora a las gallinas, para que, las gallinas
sigamos poniendo huevos aunque estemos moribundas. Que no, que no me
gusta un pelo este pavo.
No
me gusta su sombra, ese ciudadano que se apellida Moreno. Le separa
la silla deferente, y deja que fotografíen al líder que da mejor
fotogenía … mientras él se sitúa entre bambalinas, segundo
plano, como al acecho, vigilante. La lengua suelta y la voz firme,
“Me siento digno defendiendo a Chavez frente a la basura mediática
de España” decía no hace mucho. Ufff... !que miedo dan estos
salvapatrias y condena hombres¡
A
mi, me parecen ultras, vulgares y tediosos, no por ello carentes de
peligro. Nuestras vidas, nuestras haciendas y nuestra libertad, si
alguna vez llegan a caer en sus manos perderán, sin lugar a dudas,
su garantías democráticas. Ellos tiene otro estilo, el del chavismo
y el castrismo, tan feo, tan decrépito, tan desesperanzado...
“¡¡expropiese, expropieeeessse, rugia el tirano venezolano.¡¡¡
Ellos son el ruido de sables, los portadores del silencio, de la
pobreza, del miedo.
Soy
muy consciente del auge de su popularidad, de su fama, de que muchos
votos ciudadanos han sido, y posiblemente, serán para ellos, y me
digo, peor para nosotros; eso si, que no me pida nadie que les tome
en serio, porque en mi razón y en mi corazón, muchos otros les van
por delante, por ejemplo, perros y gatos, felices y lejos de los
escaparates.