sábado, 23 de mayo de 2015

UN VOTO EN CONCIENCIA

Llegamos a la recta final. La meta se encuentra a tan solo un par de días. Los comicios del próximo domingo todo parece indicar que  supondrán un vuelco en el panorama  político territorial. Los partidos nacionales hasta ahora mayoritarios han mostrado fisuras, grietas, y quebrantamientos que en mi opinión no vienen causadas por su edad sino por su degradación. En este contexto, para que repetir lo que todo el mundo sabe, el nicho del hartazgo ciudadano será ocupado por otras opciones que agazapadas esperan su oportunidad, su momento, para tocar poder.
Las dos palabras mas usadas en esta campaña por los diferentes lideres políticos han sido corrupción y regeneración. Está bien. Es interesante que nos hagan el diagnostico, por otro lado, también sujeto a subjetividades. Parece que todos estamos de acuerdo en que llegados aquí, somos conscientes y sufrientes, de que la corrupción en España es un problema importante,  que obstaculiza de manera radical nuestro progreso económico, social y atenta directamente contra el sistema democrático al que hemos llegado dando tumbos, con esfuerzo y como los hechos ponen de manifiesto, a trompicones.
Pero creo que sería bueno dar un paso más en el análisis, aunque el pasito sea corto y lo hagamos con las zapatillas de andar por casa. Un pasito sin pretensiones, pero que nos sirva para poder contextualizar someramente la situación en la que se celebrarán las elecciones del domingo.
La corrupción en España, desgraciadamente no es un fenómeno nuevo. Mas pareciera que se encuentra incrustada en nuestro ADN. Hagamos un poco de memoria y consideremos algunas cuestiones.
El mandato socialista de Felipe González tuvo un final apoteósico, en el que la corrupción chorreaba por  los cuatro costados patrios.  No había día que nos levantáramos sin un escándalo mayúsculo, ni institución que no estuviera pringada hasta las cachas. De esto hace ya varios lustros.
Y si atendemos a la distribución de la corrupción territorial, y no temporal, los sucedido en Cataluña con el nacionalismo de Convergencia encarnado en el prohombre Pujol, sabemos ya a ciencia cierta que era conocido por todas las fuerzas políticas de esa comunidad autónoma, PSOE, PP, ER etc. e incluso de ámbito nacional. Pero los intereses de partido, y el intercambio de cromos políticos, poder autonomico/estatal, ha funcionado como un reloj y se ha consentido durante años barra libre para el latrocinio político autonómico catalán.
Ahora podemos mirar  al Sur. La palma se la lleva, con todos los honores la izquierda andaluza, con el partido socialista a la cabeza, y los sindicatos llamados de clase. Los socialistas y comunistas, han robado más que nadie, o por lo menos, tanto como los más ladrones que por ahora se encuentran en Cataluña, atendiendo al  montante de decenas de miles de euros que han trincado.  Madrid, y Valencia, también ocupan posiciones destacadas en la cosa del trinque y manejo de lo público de manera deleznable y vergonzosa. Aunque si somos sinceros, no se si por cuestión de oportunidad o de necesidad, lo del centro reformista pepero metiendo la mano en la caja de todos, ha sido una cosa de menor cuantía, en comparación con los fortunones que se han soplado sus competidores.  
Miremos  al Norte. Alli, que tengamos noticias, por ahora, parece que robar a los ciudadanos y atracarles el bolsillo no ha sido la prioridad de los golfos. Allí, los indesables, los corruptores de tomo y lomo, a los que habría que añadir a la clase política, la Iglesia que se autodenomina vasca,  practican la mayor y peor de las corrupciones. La corrupción mas inmoral, que revestida de un supuesto espíritu independentista , ha repartido adormidera a tutiplén, y ha nutrido a sus instituciones autonomicas y municipales, de lo peor que los españoles hemos excretado desde hace 200 años. Filoterroristas y consentidores ostentan obscenamente el poder público en Vascongadas, y claman por tierra, mar y aire que el Estado libere y ponga en la calle, con diversos subterfugios, a los asesinos y torturadores etarras que cumplen sus condenas en las cárceles de nuestro país.  
Pero la corrupción adopta también la engañosa forma de legitimidad democrática otorgada en las urnas, cuando los partidos políticos, solicitan nuestro voto, nuestra confianza, y una vez obtenido el poder, abusando del mismo, y despreciando el contrato suscrito con los ciudadanos en su programa electoral, gobiernan no solo en dirección distinta a la comprometida, sino incluso, en el sentido contrario. El exponente máximo de corrupción política en este sentido lo ostenta, en mi opinión, el Partido Popular , el Gobierno de Mariano Rajoy. No solo, como se nos suele decir a modo de cantinela exculpatoria, por la herencia recibida del gobierno socialista, sino por las decisiones adoptadas libérrimamente por el partido del gobierno en asuntos de índole estrictamente  política, que son un obús lanzado al corazón mismo de los principios y valores de sus electores. Esta es una forma de corrupción tan habitual que desde la soberbia que caracteriza a nuestros gobernantes, que deben entender que está amortizada; algo de razón tienen los prohombres de la poltrona, ya que los españoles no tenemos costumbre de hacer cumplir los compromisos asumidos por los candidatos politicos.
Si decidimos poner la atención en otros ámbitos e instituciones que han dado muestras de un corrupción sobresaliente nos encontramos con las mas altas instancias del Estado, la Corona , los Jueces y Banqueros, empresarios y medios de comunicación. La aldea global nacional, en la que de manera natural, se han pasado el testigo los unos a los otros para tapar venguenzas o dejar al otro con el culo al aire, según venga el aire, y según convenga. Es el juego del poder en el todos los participantes llevan un carta en la manga, o una afilada navaja en la liga, con la que rebanarte el cuello o cortarte de cuajo los cataplines.  Todo de manera muy exquisita, con abundancia de botox, tetas de plexiglás, y ricitos jerezanos una vez recorridas las calvas evidentes, o cubiertas con crecepelos que cuestan un fortuna.  Entre ladrones anda el juego, pero lo que ponen sobre la mesa es nuestra dignidad y nuestro progreso, mientras la ciudadanía derrama lagrimas de cocodrilo y a grito pelado clama ¡¡ …y que hay de lo mio¡¡.
Y para que en el escenario no falte la corrución exótica hay que mencionar a la izquierda radical, con billete de ida y vuelta hacia los regimenes populistas, de corte fascistoide e indigenista. Han llegado con un lenguaje que si no fuera porque da auténtico terror, podría mover a la hilaridad, por el  ridículo y casposo estilo de su puesta en escena. Con frases trasnochadas, y en un lenguje incendiario, alardean de comprarse las bragas y los calconzillos en el supermercado del barrio. Traen la mochila llenecita de odio y de maledicencia, y pretenden alcanzar el podio alimentando lo peor de nuestra naturelaza, principalmente la envidia, pecado capital con el que nos adornamos los españoles como de todos es sabido. Son la opcion corrupta del engaño, de la estrategia liberticida. Encarnan la mentira y son extremadamente peligrosos porque su objetivo prioritario no es otro que acabar con la esperanza de que las cosas pudieran mejorar, aun cuando el esfuerzo exigido sea descomunal. Una victoria de las opciones tóxicas supondría la renuncia a la política y a la libertad. Donde asentan sus reales no crece la hierba,  y la Historia se convierte en el escenario de la tierra quemada.
Durante años, décadas, los ciudadanos españoles hemos hecho la vista gorda mientras el caldo era espeso, refrendando ese refrán tan nuestro, dame pan y llámame tonto.  Y nos han tomada la palabra. ¡Vaya si  nos la han tomado¡ Hemos pagado un precio carísimo por nuestro desinterés, nuestra irresponsabilidad, nuestra triste adhesión al plato de lentejas con la mezquina ilusión de ser, cada uno de nosotros, el primero en pillar el trozo de chorizo que nos han asegurado llegará en cualquier cucharada.
Entre tanto, y entre nosotros, cada uno a su nivel, procuramos buscarnos la vida y cada uno a su rollo como se suele decir, reproducimos punto por punto, los comportamientos en los que hemos sido aleccionados y que dócilmente hemos hecho nuestros. Mentimos, defraudamos, nos escaqueamos de nuestras obligaciones hasta donde  nos es posible. Procuramos hacernos con todo aquello que creemos que debe ser nuestro,  a cualquier precio, y cuando tampoco asumimos nuestros compromisos clamamos contra la mala suerte, contra los vivos y los muertos; nos cabreamos con los mandamases, y nos rebelamos contra las estrellas del mal fario, porque en el fondo sabemos que el que no hace la pifia es, porque no puede. ¿Cuantas veces hemos oido esta frase? y nos decimos que “todo el mundo tiene un precio”.
La corrupción nos acompaña desde hace demasiado tiempo. Es por eso que deberíamos comprender que ningún cambio llegará de las estrellas; que la transformación de nuestra sociedad no emanará de un elixir mágico. Que los mesías que nos prometen la felicidad para nuestra vida está invadiendo el territorio de nuestra intimidad. Que el protagonismo de la historia nos pertenece y por ello somos responsables, radicalmente responsables, del rumbo que adopte el camino por el que transite nuestra vida social.
Somos políticos. Debemos reivindicar la política como el instrumento mediante el cual los ciudadanos nos organizamos en un sociedad de seres humanos libre e iguales.
Nuestro sistema electoral es coactivo, y limitante, en la medida que la Democracia se ve mutilada por un método de representación escasamente democrático que favorece a los grandes partidos y hace extremadamente dificil la transformación y el cambio politico. No obstante, es indispensable seguir avanzando, tirando de este pesado carro en el que se han encargado de ponerle palos en la ruedas, aquellos estúpidos que sienten tocados por el dedo divino. No importa. Habrá que redoblar el esfuerzo y convertirnos de corredores de fondo, porque la meta no se encuentra al final del camino, sino en cada recodo en el que aguardan las pequeñas victorias capaces de modificar en profundidad el estado de las cosas que parecen inamovibles. Pero, solo lo parecen. La ultima palabra la tenemos nosotros, y la manifestamos cuando depositamos nuestro voto, de manera especialmente relevante, aunque no la última, ni la única.
El domingo, votemos en conciencia, haciendo memoria, y sobre todo, haciendo uso del sentido común. Votemos libremente, reivindicando nuestras creencias, nuestra ideología y nuestra fe, o nuestra falta de fe. Pero sobre todo, en mi opinión, sería importante que el voto, se convirtiera en un acto responsable y audaz, porque los ciudadanos somos mucho más que estómagos agradecidos o deudores. Votemos lo que votemos, hagámoslo a nuestro favor, pensando en nuestro futuro y reconociendo que si en el pasado ellos nos engañaron y nosotros nos equivocamos, hoy ha llegado el momento de decir …
 Nosotros votamos en conciencia, ¡¡Ya basta¡¡