El juez Pedraz de la Audiencia Nacional, archiva la querella
contra el señor Zapata, concejal del Ayuntamiento de Madrid, por no
considerar que sus twits constituyeran ofensa o humillación a las víctimas del
terrorismo. Ha sido determinante en su decisión la carta remitida por Irene
Villa, en la que le comunicaba al juez no sentirse humillada ni concernida por
los “chistes” publicados por el ahora concejal de Madrid, miembro de Podemos.
Acabo de leer el auto del Juez, y las motivaciones jurídicas de la decisión que
ha tomado. No voy a reproducirlas en este momento, porque el auto esta publicado
en todos los medios digitales y es sencillo acceder al mismo. No obstante, si
voy a dedicar unas líneas a comentar la consideración que me merece este
asunto, a mi entender de suma gravedad.
Las redes sociales recogen millones de comentarios referentes
a casi cualquier asunto divino o humano que podamos imaginarnos. En brevísimas líneas,
centenares de miles de personas, convertidos en internautas, vuelcan sus
opiniones, deseos, comunicaciones, que son de lectura y conocimientos público
en todo el mundo. Es evidente, que no todos ellos pueden ser calificados de
inocuos e inocentes, en uno u otro sentido. Sin embargo el contenido de lo
publicado es de una naturaleza tan ingente, que se nos hace prácticamente
imposible, el rastreo, valoración y control de todo aquello que se dice, que se
propone, que se induce desde la red de redes que constituye Internet. Ni
siquiera la detección y persecución de delitos tan aberrantes como la inducción
al odio, el desprecio a los derechos
humanos, o simplemente, la comisión de crímenes horrendos como la pederastia,
son tarea sencilla para los expertos policiales de todo el Mundo.
Por otro lado, las
democracias liberales, hemos hecho nuestra la libertad de expresión como un
baluarte irrenunciable de nuestra sociedad. Sabemos que el control de la
libertad de las comunicaciones por parte del poder político, es un menoscabo
flagrante de nuestra libertad individual y así ha quedado reflejado en nuestras
legislaciones. El caso del Sr. Zapata, entiendo que debe enmarcarse en este
contexto y en ambos sentidos.
El señor Zapata es obvio que ha hecho uso de su libertad,
utilizando como objeto de sus mensajes de la red social Twitter, a una víctima
de los asesinos miembros de ETA, Irene Villa, a víctimas de asesinato y las torturas más dolorosas que podemos imaginar, por parte
de la delincuencia común como las niñas de Alcaser, o a Marta del Castillo, asesinada vilmente y
cuyos restos su familia no ha podido dar sepultura por la negativa de su
asesino a indicar donde escondieron su cuerpo. También aludía al exterminio de
millones de niños, mujeres y hombres
judíos, en los hornos crematorios de Alemania, a los que ubicaba en un
cenicero convertidos en cenizas. Todas las alusiones de estas víctimas de la mayor crueldad humana,
se realizaban por el Sr. Concejal de la Alcaldesa Carmona, en un
contexto de de canchondeo, de hilaridad, de chiste. Comentarios que movieran a
la risa, al divertimento, de aquel que los leía.
En un plano menos risueño, el concejal llamaba a “hacer el
amor”, lentamente dulce y lentamente, sobre un cadáver, el cadáver del alcalde
de Alcorcón, una importante población de Madrid. Este último twitt está
publicado en febrero de 2014. La sola imagen mental de, como se diría
vulgarmente, echar un polvo sobre un
cadáver, dice suficiente del personaje y de sus devaneos mentales, que imagino
tendrán adecuada calificación en términos psicoanalíticos a la hora de
tipificar la perversión y la sexualidad.
No tengo interés en valorar, si estos comentarios son o no
merecedores de castigo en el orden penal. La legislación nacional, por cierto
recientemente modificada, dará el tratamiento que merezca desde esta
perspectiva la actividad twitera del Sr. Zapata, y de hasta donde es o no
lícito que en el uso de su libertad utilice el sufrimiento de los seres humanos
como vehículo de comunicación, la banalización del asesinato y el genocidio de
inocentes provocando la risa en sus lectores. La Justicia, en el auto del Jueza
Pedraza, se ha pronunciado y la causa ha sido archivada. Evidentemente, la
decisión del juez me ha llamado enormemente la atención, pero no más que la
innumerables actuaciones judiciales en relación con el terrorismo etarra en
España y el tratamiento vejatorio que las víctimas de los asesinos han recibido
de la Justicia politizada hasta extremos inconcebibles en cualquier país
democrático del Mundo.
Por otro lado, una de estas víctimas, Irene Villa, en uso de su libertad, ha manifestado
no sentirse aludida ni humillada por el twit que a ella se refería.
Yo tengo mi opinión en relación con la actitud mantenida por
la víctima, que entiendo no tengo por qué manifestar. Una actitud contraria o distinta a la que
Irene Villa ha mantenido, me hubiera parecido igualmente legítima, aunque no
igualmente calificable. Pero lo
importante, aquello en lo que me parece realmente necesario poner el acento, es en trascender (que no significa ignorar) de
lo que esta victima en particular manifiesta
cuando judicialmente se la cita para declarar. Lo digo en el sentido, de que no
podemos conocer la opinión de millones de judíos convertidos en pavesas a manos
de los nazis alemanes, de sus
descendientes, de sus familiares dolientes. Tampoco podemos saber que diría la
pobrecita Marta. Ellos no pueden enviarle una carta al Juez Pedraz,
manifestándole que no se sienten concernidos. Ellos son víctimas de asesinato,
de terrorismo, silentes, sin palabras, sencillamente porque están muertos. La
cuestión no es, únicamente escuchar a las víctimas, sino establecer mecanismos
para que a la defensa de su diginidad, en todo caso y en cualquier
circunstancia, independientemente de si están vivas, muertas o heridas, física o
psicológicamente, de si tienen voluntad, o capacidad, para hacer valer en los
tribunales el respeto que se merecen. Un determinado acto es delictivo por la
esencia de su naturaleza, independientemente de la percepción que del mismo
tenga su víctima, siempre sujeta a indefensión.
Imaginemos un caso muy alejado del que nos ocupa. Imaginemos que un hombre propina a su pareja (mujer,
porque tiene que ser ¡mujer¡) un soberana paliza. Imaginemos que su víctima se
niega a promover su denuncia. Imaginemos que la autoridad es sabedora de los
malos tratos. Sería suficiente para la exculpación del maltratador que su
víctima no ejerciera acciones legales contra él? Evidentemente, no. El auto del
Juez Pedraz en mi opinión una verdadera basura jurídica. Pero, como ya he comento
antes, no supone para mi ninguna sorpresa.
Irene Villa no acusa al Señor Zapata. Ha manifestado que no
se siente concernida por sus comentarios públicos.
Yo, sin embargo, si me siento concernida. Yo, si acuso al Sr.
Zapata.
Le acuso de causarme dolor y humillación, cuando a las
víctimas de mi país asesinadas por ETA, de las que Irene Villa es un símbolo, las hace objeto de sus cachondeos tiwteros. Yo,
le acuso de causarme dolor y
humillación, cuando convierte la memoria del Holocausto judío en un mal chiste,
al que imagino aplaudirán entre carcajadas los nazis más repugnantes que aun
puedan existir. Yo, le acuso de causarme dolor y humillación, cuando menciona a
las adolescentes de Alcaser despedazadas y torturadas, moviendo a la risa. Yo,
le acuso de causarme dolor y humillación cuando cita el cuerpo de Marta del
Castillo y lo hace en tono de broma mordaz para ridiculizar al Presidente de
Gobierno, mientras sus padres llevan años llorando su ausencia.
Si, yo si acuso al Señor Zapata. No lo hago ante un juez. No espero una sentencia. Yo, le acuso, aquí, en esta mi casa virtual, y le condeno a mí desprecio, porque como
ciudadana, tengo derecho legítimo a la libertad de expresión, y en ese ámbito,
en el de mi libertad personal, elijo estar al lado de las víctimas de la tortura, del
asesinato, de la humillación, ahora también, una vez más, de la vejación de una Justicia indigna de tal
nombre. Elijo intentar comprender su sufrimiento, elijo respetar y hacer
respetar su memoria y su dignidad, aquello de lo que él, públicamente se ha
mofado.
Yo, acuso a la Alcaldesa de Madrid, la Señora Carmena,
como ciudadana libre, de un país democrático, de someterme a la humillación y a
la vergüenza de colocar y mantener en un cargo público, pagado con mis
impuestos, a una persona que ha puesto de manifiesto públicamente su bajeza moral,
como Don Guillermo Zapata.