viernes, 18 de diciembre de 2015

ELECCIONES GENERALES. ESTA NO ES MI GUERRA.

A falta de dos días para la celebración de las elecciones generales escribo esta página recordando la bronca cariñosa que me dedicaba un amigo por ausentarme de esta mi casa virtual durante un largo tiempo. ¡ya te vale -me decía- hace más de dos meses que no escribes ni una palabra en tu blog¡. Es cierto. El silencio, en este caso, ha sido el mejor vehículo para expresar mi opinión sobre los acontecimientos que están teniendo lugar en mi país últimamente. La legislatura que ha encabezado como presidente del Gobierno Mariano Rajoy, al mando del Partido Popular, toca a su fin. El tiempo ha volado, como quien dice, y estos últimos cuatro años son ya historia. Resta el momento crucial de depositar el voto ciudadano que permita enterrar el pasado, y alumbrar una nueva legislatura.  

La maquinaria electoral está en marcha, a pleno rendimiento, y los principales líderes políticos echan el resto buscando llenar la cesta con el mayor número de votos posibles.  Nada que objetar, nada que añadir, que reseñar. La cuestión, en lo que a mí concierne, es que la jornada del próximo domingo día 20 de noviembre, tiene un nulo interés en relación con la fuerzas políticas dominantes. Y es justamente esta circunstancia, el infinito aburrimiento, lo que define el estado de mi ánimo en relación con los resultados de la inmediata cita en las urnas, lo que no impide que sea plenamente consciente de que abordamos estos comicios con importantísimas novedades, respecto de lo que hasta ahora han sido las distintas elecciones en España.

Por primera vez en la historia de nuestra democracia, sobre el tapete de la mesa de juego, las cartas no van a repartirse entre dos fuerzas políticas de potencia equivalente. Ahora, hay que repartir a cuatro, y de entre ellos, viendo el escaso montante que resta en el mazo de la baraja, no parece que ninguno sea capaz de alzarse con una victoria suficiente como para doblegar las ansias de poder del resto. Así las cosas, aventurar un vencedor no resulta tan difícil como intuir quien o quienes nos van a gobernar los próximos cuatro años. Porque con toda seguridad, no van a ser las siglas de un determinado partido político las que puedan hacer valer su preeminencia; serán las fuerzas de ideología, en mayor o menor medida compartida, las que estableciendo alianzas al precio que haga falta se repartirán primero el cotarro, para después, cortar el bacalao con el cuchillo que traen entre los dientes.

Escucho con frecuencia que el tiempo de las ideologías es un tiempo pretérito, que  nuestro presente, es un tiempo tecnológicamente avanzado, en el que no hay lugar para grandes elucubraciones filosófico-políticas; un tiempo domesticado por las redes sociales, y los medios audiovisuales. Nuestros cerebros están ávidos de ingerir píldoras de certezas.

Nuestro tiempo parece transcurrir siempre en un presente de indicativo, que sin embargo envejece apenas recién nacido, y se multiplica por la red de redes sin dar un respiro y sin cuartel. En este medio virtual y en gran medida, difuso,  se mueve  una  gran masa de votantes que el domingo acudirá a las urnas a expresar su voluntad, para elegir a aquellos que serán sus representantes.

Durante estos últimos cuatro años, hemos asistido a dos fenómenos extraordinariamente novedosos, que han puesto a prueba la solidez del sistema, y la eficacia del mismo para aportar innovadoras alternativas democráticas capaces de taponar las cuchilladas infligidas  al propio sistema por aquellos que han mantenido conductas publicas irresponsables,  e incluso, delictivas, y cuya única misión debería  haber sido la de velar por la salud y el progreso de nuestro sistema democrático. La crisis económica y la corrupción a la que se le ha aplicado el apellido de “política” constituyen las dos variables  que han condicionado de manera radical la legislatura que ahora finaliza.  Al albur, de ambas cuestiones, han emergido en el panorama político fuerzas canalizadoras del descontento, la decepción, la frustración y también la esperanza, de los ciudadanos que se han visto afectados de lleno en su vida personal, de manera directa e implacable por las  consecuencias devastadoras de la crisis económica y la corrupción en España.

Ambas cuestiones, crisis y corrupción, se han atribuido sin contemplaciones a Partido Popular, y en mucha menor medida al Partido Socialista (en menor medida porque en este país nuestro, los pecados veniales e incluso mortales, cometidos por politicos de izquierda suelen zanjase con la pérdida de las elecciones y pelillos a la mar). Esgrimiendo la bandera de la regeneración ha surgido el partido de Albert Rivera, Ciudadanos, y la cuarta pata de la mesa, Podemos, con Pablo Iglesias al frente. Excuso decir que, ni el Partido Popular es parangonable con el PSOE, por más que hayan ambos ostentado responsabilidades de gobierno, ni lo son, Ciudadanos y Podemos porque ambos aparezcan como partidos emergentes.

Es evidente que solo pueden corromperse aquellos que detentan el poder de uno u otro modo, y solo pueden fracasar en términos de gobierno, aquellos que lo han ejercido. Es fácil deducir que las acusaciones de corruptos e incompetentes, no parece razonable imputarlas  ni a Albert Rivera ni a Pablo Iglesias, sencillamente porque todavía no han pillado cacho de la cosa pública a gran escala y durante suficiente tiempo, aunque después de las elecciones autonómicas y locales, contamos con suficientes indicios, de unos y de otros, como para hacernos una idea de cómo tocan la flauta y del pie que cojean. En este escenario, no podían faltar los nacionalistas/independentistas, apoyados todos ellos, tanto vascos como catalanes, por lo peor de cada casa: las famélicas fuerzas que le van quedando al PSOE, los filoetarras vascos y navarros, y sus homólogos antisistema de cualquier parte del territorio patrio.

Estos, son nuestros bueyes, y con ellos tenemos que arar. El panorama que se me ofrece, francamente no me resulta en absoluto seductor. La elección entre unos y otros  me exige un ímprobo esfuerzo y a estas alturas de mi vida, la pereza en estos asuntos va ganando terreno. No es que me haya vuelto pasota o indiferente ante las circunstancias políticas, económicas o sociales que vive mi país. Más bien al contrario. Mi experiencia personal me ha vuelto exigente y la valoración ética de las conductas públicas, la conducta moral de los dirigentes políticos, la eficiencia y la eficacia de su gestión, colocan el listón de mi confianza en terminado nivel que por uno u otro motivo, las propuestas políticas “dominantes” no alcanzan.

Por otro lado, tengo la viva impresión, de que, llevamos cuatro años, hablando con demasiada insistencia del parné, lo que, dicho sea de paso, me desagrada y decepciona profundamente.  La economía ocupa el centro y a periferia del discurso político, sea éste cual sea. La corrupción y la crisis calificada como fundamentalmente “económica” son la esencia de los insultos y acusaciones, de las reivindicaciones y propuestas de regeneración, que se dirigen a los ciudadanos de las que cuelgan etiquetas con su precio en euros. Por otro lado, los ciudadanos en su conjunto, preguntan a veces airados, a veces desconfiados,  esperanzados, o expectantes, ¿Qué hay de lo mío? Y eso mío tiene que ver las más de las veces, con lo mío en el sentido más literal de la palabra.

La respuesta de los candidatos, los partidos que lideran, las estructuras de poder económico que los sustentan, tienen la lección bien aprendida de manera que  sus mensajes electorales ponen el acento justamente en la cuestión económica, tanto cuando juegan en  la defensa como cuando lo hacen en el ataque.

Sucede que, el debate político en estos términos, francamente no me interesa. Considero que la dirección económica de un país es de radical importancia para su presente y para su futuro; que el progreso y el bienestar de su ciudadanía dependen de manera  importantísima de un sistema económico saludable y eficiente. Pero no únicamente, y si  me apuran, no de una manera determinante.

He puesto atención desde  hace muchos meses, en la evolución que han seguido los partidos políticos con más opciones de representación en el futuro Parlamento y como supongo la mayor parte de la ciudadanía, me he formado una opinión al respecto, basada en la cual tengo tomada mi decisión respecto de la próxima cita electoral. A grandes rasgos, y sin entrar en detalladas consideraciones …

La opción que representa la izquierda radical de Podemos supone a mi  modo de ver, un enorme peligro para la Democracia en nuestro país; otorgar el poder a su líder Pablo Iglesias, supondría retrotraernos a un pasado carente de garantías democráticas,  generaría inmensa pobreza y sufrimiento, como ha sucedido durante años en Venezuela en manos, aun hoy, de gobiernos criminales a los que los cuadros dirigentes de Podemos asesoraron concienzudamente en los procedimientos a seguir en el  acoso y derribo de los derechos humanos y libertades de los ciudadanos venezolanos. Me pregunto cómo hemos llegado a una situación en España en la que una opción liberticida como la encarnada por Pablo Iglesias, cuyos dirigentes máximos tienen un siniestro pasado político, ha conseguido aglutinar el importantísimo apoyo ciudadano que hoy detenta. La respuesta la encuentro  en la pintura de Goya “Duelo a garrotazos”, que describe dolorosamente, la ferocidad inmisericorde tan propia de los españoles cuando dejamos salir a pasear a nuestros demonios, bien nutridos por la ignorancia, el odio, el rencor y la envidia.

Creo,  que el PSOE, por su parte,  es responsable directo de la catástrofe económica que los españoles hemos sufrido de manera durísima en una crisis sin precedentes;  que el asunto de  Cataluña se radicalizó  con la determinación que tomo en su momento Rodríguez Z. en relación con la aceptación sin más de un Estatuto que vulneraba las reglas del juego democrático; que el presidente socialista, del que es directo heredero P. Sánchez, ha sido una auténtica desgracia para España, azuzando odios y enfrentamientos entre españoles, y utilizando la nación como patio de operaciones donde sus propios odios y rencores hacia los otros españoles tomaron carta de naturaleza. Con lo sencillo que hubiera sido someterse a una eficaz terapia con la que superar sus complejos, fobias y rencores. 
Pedro Sanchez, el actual lider del partido socialista es el responsable de que, Podemos y las marcas blancas de esta formación de izquierdas radical, gobierne en las principales ciudades de España. Así sucede en Madrid o en Barcelona.  No se trata únicamente de los socialistas hayan  llevado a los ayuntamientos la radicalidad más indeseable, sino que la vida publica municipal y en gran parte autonómica, se ha plagado de personajes y personajas verdaderamente impresentables en todos los sentidos. Ciertamente la representación municipal en España es de sonrojo después de las ultimas elecciones y eso, se lo debemos inexcusablemente al partido socialista y a Pedro Sanchez.


La regeneración parece llegar con aire fresco de la mano de Ciudadanos, con vocaciòn de partido nacional. Viene, avalado por una corajuda historia de resistencia en Cataluña. Su líder se ha curtido prácticamente en soledad,  tras los gélidos muros del mas nauseabundo y corrupto nacionalismo catalán. Llega con las manos limpias, y con los deberes hechos; apunta maneras y sus propuestas en defensa de  la unidad de la Nación Española son valientes y novedosas. También lo son en cuanto a la regeneración  del propio sistema democrático,  desde el punto de vista institucional, como la indispensable y urgentísima articulación de la separación de poderes y la reforma judicial.

Y pienso, finalmente, que  el Partido Popular, llega a estas elecciones acosado por los gravísimos casos de corrupción de su partido, que tocan muy de cerca al mismísimo Presidente. Todos los días amanecemos con un caso de corrupción política. Sin embargo, francamente no puedo extrañarme. El Partido socialista ha gobernado en España durante décadas, y la corrupción ha sido una constante definitoria de su actividad pública. Durante el gobierno de F. Gonzalez, la corrupción podía definirse como universal en España, al igual que ha sucedido en Andalucía, donde la hediondez de la actividad del partido socialista y los sindicatos “de clase”, lo ha impregnado todo en la comunidad autónoma. Siendo deleznables y escandalosísimos los casos de corrupción del Partido Popular, tiene en su haber que la asignatura  en economía la va aprobando con un suficiente, al que podemos añadir un +, teniendo en cuenta que el país que la izquierda representada por el Partido Socialista le entregó era un país literalmente quebrado.

Los cuatro partidos, (a los que habría que añadir los partidos independentistas) cuyas discrepancias aparentemente son radicales en algunas cuestiones, comparten sin embargo,  planteamientos éticos y morales muy similares. Parecen participar todos ello de un modelo de sociedad que yo no comparto.  La valoración de la cuestión económica no es suficiente para mi a la hora de decantar mi voto. En absoluto constituye una cuestión definitiva para que  yo entregue mi confianza a una formación política. Voy a ser mucho mas explicita, y para ello pondré dos ejemplos ilustrativos de cual es mi planteamiento ante las urnas.

Podría disculpar a Mariano Rajoy que no  hubiese acertado con sus medidas económicas, pero jamás le perdonare la puesta en libertad de Bolinga, o la continuidad de la hoja de ruta de Zapatero con la ETA, que ha llevado a los terroristas a las instituciones de mi país. Por otro lado, puedo valorar  el coraje de Albert Rivera en la defensa de la Unidad de España en Cataluña, pero no voy a participar de un proyecto político que plantea la regulación de lo que se denomina la “maternidad subrogada”. Abordar desde esta perspectiva la maternidad, la dignidad de la mujer, atenta gravemente contra mis principios morales. La supuesta “normalización” de este tipo de practicas, responde a la concepción de la sociedad que me es completamente ajena.

Imagino que alguien podría preguntarse, ¿y el resto del programa político no es suficiente? No, no es suficiente. La transgresión de determinadas líneas rojas, que delimitan mi conciencia, es definitiva para que yo adopte una u otra posición política. He puesto solo dos ejemplos, y he simplificado en mi exposición, solo para explicarla. El sentido de la misma es bastante simple. Se llama voto en conciencia, voto en valores, voto a favor de determinados principios, que son, por decirlo con claridad, innegociables para mi.


Obviamente las opciones de izquierda no las tengo en consideración. No porque no me haya molestado en leer sus programas electorales, sino precisamente por ello. He tenido la santa paciencia de leerlos, escuchar a sus líderes, y valorar su presente y su pasado. No gracias. Menos que nada necesito salvadores que me ofrezcan la paz de los cementerios, ni siquiera desde el punto de vista intelectual. 

Sigo con atención la evolución de las encuestas de opinión. He asistido verdaderamente pasmada a la manipulación de la información política, a la desinformación intencionada de la ciudadanía, por parte de unos medios de comunicación que producen sonrojo. Contemplo como la ideología dominante en cuestiones candentes, se extiende  por las redes sociales y a través de los medios de comunicación,  como una tinta que lo tiñe todo un color uniforme y sin matices. Asuntos como el cambio climático, la ideología de género, el anticlericalismo, el ateismo, el antisemitismo, el feminismo radical, el medioambientalismo  de rasgos malthusionianos, el pacifismo estéril y acrítico, conforman la superestructura en la que descansa una opinión publica ajena mayoritariamente al debate, a la discusión intelectual o moral, y me atrevería a decir, completamente ignorante y desinteresada por  presupuestos alternativos a la corriente de pensamiento dominante en los diferentes ordenes de la vida. Tengo la sensación de vivir en una dictadura sutil, pero implacable, en la que los “disidentes”, son condenados a la invisibilidad, al silencio, a la no existencia y en estas circunstancias, el control de la opinión resulta determinante en la orientación de la voluntad ciudadana a la hora de depositar su voto.

Ninguna de las opciones políticas con capacidad de gobierno contará con  mi confianza. No porque crea que todo seguirá igual. Soy consciente de que según que resultado que se derive de las urnas, todo puede incluso empeorar. Lo que sucede es que, soy consciente de que es la ciudadanía la responsable de sus decisiones, y que, francamente, ha dejado de interesarme aquellos asuntos que para la mayoría parecieran ser fundamentales. Digamos, que no quiero jugar el juego que me ofrecen, y que mi libertad me lleva a transitar por los caminos de la disidencia. Lo digo con buen ánimo, incluso con satisfacción y un poco de orgullo.

No me siento concernida por esta batalla, en la que las cosas que se discuten no me interesan de manera fundamental, y las que me interesan ni siquiera son mencionadas. Por el contrario parecen ponerse de acuerdo, los que entre si se muestran tan diferentes, en ofrecerme propuestas que me producen un profundo rechazo y una enorme vergüenza.

Como decía San Francisco, personalmente cada día necesito menos cosas, y las que necesito las necesito menos. Me hiere mas lo que se me ofrece, que temo lo me pudieran arrebatar. Si es que el temor fuera lo que tuviera que mover mi voluntad, para, en el peor de los casos, votar para votar contra alguien. En el fondo, y en determinadas cuestiones ninguno de los cuatro son tan diferentes.

Si se que algunas de las cosas que estoy segura veré, no será porque yo con mi voto las haya propiciado. Las luchas políticas que se diriman, en asuntos que no me conciernen, las observaré ajena. Que voten aquellos que todavía tengan algo que esperar, o aquellos que confíen en tener algo que conservar a las opciones políticas que les representen.  

Esta, estoy convencida de que esta no es mi guerra, por eso, votaré el Domingo con un sonrisa, con alegre ánimo y con sentido orgullo por aquellos que son silenciados, por los hablan en el lenguaje en el que yo me entiendo. Votaré por el partido que pone su voz en los labios de los no nacidos, en las propuestas a favor de la vida, en la esperanza de una nación de españoles libres e iguales, en una sociedad de ciudadanos que sustente un verdadero estado de derecho, donde la justicia sea independiente y este al servicio de todos y cada uno de los ciudadanos, sin atender a su procedencia o su capacidad económica. Votaré en la dirección contraria a la corriente dominante, votaré para que mi voto no sea una renuncia; quiero que mi voto sea uno, aunque, solo sea uno, ejemplo de ello. En definitiva, porque la Libertad, mi libertad, sigue siendo para mi lo más  importante.