viernes, 27 de noviembre de 2009

MIS QUERIDOS AMIGOS


“Enmipropionombre”, recoge hoy la fábula que leí hace tiempo y que se ha quedado prendida de mi memoria. Su autor es Paulo Coelho,

“Un hombre, sus animales, y el Cielo”.
Un hombre, su caballo y su perro iban por una carretera. Cuando pasaban cerca de un árbol enorme cayó un rayo y los tres murieron fulminados.Pero el hombre no se dio cuenta de que ya había abandonado este mundo, y prosiguió su camino con sus dos animales (a veces los muertos tardan un cierto tiempo antes de ser conscientes de su nueva condición...)
La carretera era muy larga y colina arriba. El sol era muy intenso y ellos estaban sudados y sedientos.
En una curva del camino vieron un magnifico portal de mármol, que conducía a una plaza pavimentada con adoquines de oro.
El caminante se dirigió al hombre que custodiaba la entrada y entabló con él, el siguiente diálogo:
- Buenos días.
- Buenos días. Respondió el guardián.
- ¿Cómo se llama este lugar tan bonito?
- Esto es el Cielo.
- ¡Qué bien que hayamos llegado al Cielo, porque estamos sedientos!
- Usted puede entrar y beber tanta agua como quiera. Y el guardián señaló la fuente.
- Pero mi caballo y mi perro también tienen sed...
- Lo siento mucho, dijo el guardián pero aquí no se permite la entrada a los animales.
El hombre se levantó con gran disgusto, puesto que tenía muchísima sed, pero no pensaba beber él solo. Dio las gracias al guardián y siguió adelante.
Después de caminar un buen rato cuesta arriba, ya exhaustos los tres, llegaron a otro sitio, cuya entrada estaba marcada por una puerta vieja que daba a un camino de tierra rodeado de árboles. A la sombra de uno de los árboles había un hombre echado, con la cabeza cubierta por un sombrero.
Posiblemente dormía.
- Buenos días, dijo el caminante.
El hombre respondió con un gesto de la cabeza.
- Tenemos mucha sed, mi caballo, mi perro y yo.
Hay una fuente entre aquellas rocas, dijo el hombre, indicando el lugar.
Podéis beber toda el agua como queráis.
El caminante, el caballo y el perro fueron a la fuente y calmaron su sed.
Después volvió atrás para dar las gracias al hombre.
Podéis volver siempre que queráis, le respondió éste.
A propósito ¿Cómo se llama este lugar?, preguntó el caminante.
CIELO le respondió.
¿El Cielo? ¡Pero si el guardián del portal de mármol me ha dicho que aquello era el Cielo!
Aquello no era el Cielo. Era el Infierno, contestó el hombre del sombrero.
El caminante quedó perplejo.
¡Deberíais prohibir que utilicen vuestro nombre! ¡Esta información falsa trae grandes confusiones! advirtió al hombre.
¡De ninguna manera!, contestó éste. En realidad, dijo, nos hacen un gran favor, porque allí se quedan todos los que son capaces de abandonar a sus mejores amigos...

He recordado la fábula de Coelho en este momento que tanto echo de menos a mi gato Momo. En su recuerdo se encuentran las ausencias de mis otras mascotas que durante muchos años han acompañado mi vida, y que ya me han dejado para siempre. Mis perritas, que siempre se llaman Tusi, porque siendo distintas, alojan el mismo alma de perro, de dulce y leal amigo; de mis gatos, compañeros de lectura, de estudios, de sueños y de lágrimas.
Ellos son el pedacito de Naturaleza en estado puro que vive en mi hogar; el mundo animal que me acompaña como miembro de la especie humana, más humana siempre a su lado.
Sus ladridos y sus ronroneos acunan los átomos de atmósfera de mi casa. Sus miradas tristes o felices, de sorpresa, de dolor, o felicidad se han quedado prendidas de mi retina y ya son parte del color por el que ven mis ojos. También sus sueños de perro y de gato están suspendidos en mis sueños. Son sueños inocentes, sin violencia ni codicia, los sueños de los animales. No añoran otra caricia que no sea la de mi mano, otra vida que no sea la de nuestro hogar, ni otro Dios que no sea su amo.
En casa hoy, como todos los días, me espera Tusi. Una nueva Tusi, joven y un poco ruidosa. Los rabotazos felices al aire cuando me encuentro con ella, agitan y espantan las tristezas. Tusi, tusi…., guau, guau, y vuelta empezar. Ella llena el vacío que dejaron las ausencias de mis otras mascotas, y contribuye con su inocente presencia a que jamás anide el olvido en mi corazón. En ella sobreviven nuestros momentos felices de juegos y los tristísimos instantes de las despedidas. ¡Hasta siempre, hasta mi otra vida, mi querida perrita, mi dulce gato¡
Yo, como Paulo Coelho, no quiero un Cielo de lujoso mármol y adoquines de oro. Quiero un lugar fresco y apacible, donde habiten los buenos y los inocentes. No comprendo un Cielo donde no me encuentre con mis mascotas. Como tampoco comprendo mi vida sin ellas.

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