sábado, 15 de octubre de 2011

LAS VICTIMAS DEL TERRORISMO, SIMBOLO DEL ESTADO DE DERECHO

Hace unos días en la Fundación Sabino Arana un cura de altos vuelos, y muchos galones, Monseñor Uriarte, Obispo emérito de San Sebastián dio una conferencia bajo el título Paz y Reconciliación. Llega la intervención pública de monseñor, en un momento este, preelectoral, en el que la banda de asesinos ETA, juega como ya es habitual, la baza que mas cuenta le trae. La cruel partida se disputa en esta ocasión, por lo menos, a dos bandas. De un lado, los asesinos; del otro, el Gobierno socialista flanqueado por el siempre siniestro PNV. La Iglesia de los vascos nacionalistas, de los vascos independentistas, no ha querido quedarse fuera de este juego infame, y quiere cantar las cuarenta en espadas, colocándose del lado del ganador en esta mano. Con las mismas espadas con las que se arrancó de cuajo la cabeza a mil ciudadanos españoles indefensos; con las que se desmembraron juventudes y esperanzas, va finalizando el tanteo, la timba, la negociación con los asesinos, lo que eufemísticamente han dado en llamar “el proceso”. Se lanzan órdagos y se hacen tratos y cambalaches con la memoria, la dignidad y la justicia que la nación española le debe a cada una de las victimas.

Vivimos momentos complicados en España, y aprieta la necesidad en muchos hogares. La conciencia de que la miseria y el empobrecimiento se encuentran a la vuelta de la esquina, se ha extendido por todo el país, y los ciudadanos corrientes y molientes se temen lo peor, que aun está por llegar. Estamos con el agua al cuello, y queda poco margen para que comencemos a asfixiarnos sumergidos en la practica quiebra del país, anegado por la corrupción y el desaliento. Los partidos políticos en plena campaña electoral centran su discurso en asuntos que tienen que ver poco o nada con los altos valores y las miras elevadas del ras del suelo, mas bien se ocupan de intentar convencer a los electores de que la crisis económica en la que estamos sumidos esta cuajadita de brotes verdes, de que verde era mi valle, y de que verde las han segao, y mientras tanto Rajoy parece encaminarse a la Moncloa con temblor de canillas, que no es para menos, porque los sapos y las culebras le saltan a la chepa por doquier desde el inmenso foso de reptiles en que el PSOE ha convertido a España. Por su parte, Alfredo, o el Sr. Rubalcaba (como guste, que no se aclara en el tratamiento este hombre) parece que tiene el futuro electoral color de hormiga, y el cenagal de corrupción socialista por el que transita, le está dejando la imagen de candidato que no hay por donde cogerla sin pringarse.

Entre tanto, esa cosa llamada proceso sigue adelante, sin pausa y sin interrupción, cumpliéndose punto por punto la hoja de ruta que ya hace meses tuvieron a bien los asesinos vascos terroristas en poner en el conocimiento de todos los españoles. ocialistas, nacionalistas, independentistas, fuerzas de seguridad tumorales, magistrados y fiscales envilecidos por el poder, la gloria y alguna cosa mas crematística me malicio, han decidido por todos nosotros y negocian con el alacrán al precio que haga falta, lo que lo que sea necesario. El objetivo de este Gobierno con Zapatero a la cabeza y con el candidato y ministro de interior hasta hace cinco minutos, Rubalcaba, (Sr. Alfredo) de llevar adelante las negociaciones con la ETA, esta ultimado, y esperan en breve, al parecer, el comunicado oficial de los asesinos para vender a los ciudadanos la paz de los cementerios, la paz disminuida y ultrajada, un cuarto y mitad de paz, como simiente de votos a cosechar para el Partido Socialista en las próximas elecciones generales. Su paz, la del gobierno y la de los terroristas, es una paz roñosa y oxidada, una paz que hiede y que duele, un paz sin libertad y sin justicia, una paz con la ley sucia y pringada

Asisto conteniendo la nausea, desde hace varios años, al espectáculo deleznable que se esta produciendo en mi país desde que el Partido Socialista llego al poder. Emerge el hedor de las cloacas del Estado hasta las alfombras de los grandes despachos ocupados por personalidades humanas diminutas, de jíbaras conciencias, amorfa y oportunista moral. Me escandalizan y averguenzan los actos infames de un Gobierno que condena a las víctimas del terrorismo a una soledad doliente, expulsándolas de la vida pública y negocia con sus asesinos pactos y acuerdos que vuelven, una vez mas, a herirlas de muerte. Me asquea la clase política que ha parido España, agarrada con uñas y dientes a la codicia, prendida de la ambición, anhelante de un poder efímero, casi ridículo, doblemente ofensivo por su insignificancia, que en la Historia mostrará como el rostro horrendo y estúpido que reviste la banalidad del mal de un Gobierno que la traiciona y una oposición que consiente.

El terrorismo ya no es preocupación de primer orden para los españoles según dicen los indicadores de concienzudas encuestas del CIS. Supongo que se debe a que no consideran una posibilidad real ser víctimas de una bomba o de un balazo de la nuca. Los españoles son desmemoriados y ahora tienen, además, otras urgencias que atender, que se han metido por centenares de miles en camisa de once varas resultando a la postre que la camisa la tomaron prestada y este es el momento en que se tienen que quitar el pan de la boca par pagar a los fiadores inmisericordes. Se les ha borrado de la cara la risa tonta de una prosperidad ilusoria, infantil e irresponsable, y les ha entrado la risa triste de por no llorar, desconcertados y asustados ante un futuro que cada día que pasa se muestra más incierto y más amenazante. En esta situación las victimas se han vuelto del todo invisibles; se han convertido a los ojos de la sociedad española un holograma, en una sombra.

Sin embargo las tierras de España de Norte a Sur, de Este a Oeste, están jalonadas por los nombres de mas de de mil españoles asesinados, capturados, torturados con un refinamiento feroz, chantajeados, amenazados y humillados por los asesinos terroristas vascos. Su presencia entre nosotros es un grito de silencio que no puede dejar de escucharse, que ha tatuado por siempre la historia reciente de nuestro país. Muertos y sangre, bombas y pistolas, tortura y amenazas han asfixiado la libertad en el País Vasco, han hecho de la cobardía una enfermedad ya endémica en su sociedad.

Nada de de todo esto ha impedido que los poderes fácticos al margen de la sociedad española lleven a  cabo su particular su decisión de negociar con los asesinos, aunque para ello se hayan comprado voluntades, no podemos intuir a que precio; se hayan puesto en marcha mecanismos terribles que han corrompido las mismísimas entrañas del Estado de Derecho, y se haya retorcido el espíritu de la ley de la manera mas hiriente. Se ha insultado, con absoluta impunidad, desde disitntos poder del Estado a las víctimas, y a todos aquellos ciudadanos españoles que decidimos hace ya mucho tiempo que nuestro lealtad estaría comprometida con las victimas, con su memoria y con su dignidad; con la justicia que es absolutamente imprescindible para vivir en libertad y en Democracia.

Este es el contexto histórico en el que, Uriarte, monseñor, aborda la negociación del Gobierno con la ETA en su intervención en la Fundación Sabino Arana. En la fotografía aparecida en los medios que recogen la noticia, aparece flanqueado por el peneuvista señor Atucha, ex presidente del gobierno Vasco. Mal sitio ha escogido monseñor, y malas compañías para lanzar su homilía pacifista de medio pelo.

Me he tomado la molestia de leer con detenimiento la conferencia dada por Uriarte y no me ha decepcionado. Entre algodones asoman las patas los alacranes, renglón tras renglón. En un texto trufado de palabras inocentes y plagado de aparentes buenas intenciones, va configurándose poco a poco, un mensaje tenebroso que más pareciera dictado por un hombre malvado que por un hombre de Dios.

¡¡ Uriarte, Uriarte…¡¡ Habla de construir la paz, … ¿Debemos descubrir, ahora, después de tanto sufrimiento que libramos una guerra y no nos hemos dado cuenta de ello? De haberlo sabido, monseñor, los padres, las madres de cada niño muerto a manos de los asesinos vascos de la ETA, habrían hecho lo imposible por proteger a sus hijos indefensos. Nadie les dijo nunca que el enemigo aguardaba en el portal de su casa, en el bar de su pueblo; que le espiaba cuando volvía de la compra, o de dejar a los niños en el colegio. Díganos, señor cura, por qué nadie le dijo a Miguel Angel Blanco que debía proteger su vida como lo haría un soldado en el campo de batalla, aquel día en el que los asesinos comenzaron a matarle a primera hora de la mañana con una muerte dolorosamente lenta y aterradora, que duro tantas horas, que secó la saliva de su boca y arrasó de lagrimas sus ojos.

 ¿Por qué, monseñor, por qué?

Uriarte, hombre de amplia cultura eclesiástica, me consta autor sesudos análisis teológicos, utiliza el lenguaje con calculada intención, lo que supone un insulto aun mayor, si cabe, para las víctimas. A los asesinos los llama violentos, agresores, como si fueran jugadores de fútbol que se exceden con el contrario en el ardor del juego, y siguiendo ese criterio indecente, coloca a la véctimas en lugar equidistante con sus asesinos y los secuaces colaboradores de éstos, hablando de “las partes del conflicto”, igualando al Estado de Derecho Democrático con una organización terrorista y asesina, de corte revolucionario y totalizante. Concluye, su intervención, sin embargo con una afirmación contundente y clarificadora que es de agradecer, para no dejar lugar a dudas, a la interpretación subjetiva. Dice monseñor, textualmente, que a las víctimas de ETA "no les corresponde decidir una determinada política pacificadora, que es responsabilidad de los gobernantes, ni establecer las penas y ni su duración, ni su cumplimiento, tarea que corresponde a los jueces".

No ha tenido monseñor suficiente con su silencio de lustros lanzado como un escupitajo en el corazón de las victimas que cuando las menciona lo hace, después, ires y venires de despachos del Gobierno a las ikastolas, y elige, y persiste, desde hace años en la defensa e intermediación en la negociación con los criminales, para la cual las victimas son un estorbo, un obstáculo a eliminar, a neutralizar, a silenciar. Les niega Uriarte a las victimas sus derechos políticos para mantener expedita la hoja de ruta pactada con la ETA como han venido avisando muchas y preclaras voces a lo largo de este tiempo.
Habla Uriarte en su disertación de la necesidad de una política pacificadora como si anterior a la política, no fuera el hombre ciudadano; como si la acción política no tuviera la naturaleza de mero instrumento al servicio de la libertad y de la justicia; como si los gobernantes en Democracia no ostentaran el poder por en un ejercicio de interinaje sujeto a la Ley que emana de la soberanía popular. Estoy segura de que Uriarte no ignora que el único motivo, la exclusiva razón, por la que los ciudadanos no ejecutamos la defensa de nuestra vida y de nuestra propiedad de manera directa e implacable, con nuestras propias manos, es porque hemos convenido de mutuo acuerdo que sea el Estado quien administre por nuestra delegación tal ejercicio y, que, en esta decisión ciudadana y compartida de nuestra sociedad aceptamos ceder la defensa legitima de nuestra individualidad, de nuestra vida, de nuestra propiedad, de nuestra libertad en la confianza de que Estado aplicara justamente de Ley en nuestro nombre y por nuestra exclusiva delegación.

Las victimas, son la encarnación misma del Estado de Derecho. Los asesinos vascos de ETA, no los mataron por que si, gratuitamente, los mataron intencionada y deliberadamente por ser españoles y para que los españoles sintiéramos el dolor y el terror circular por nuestras venas. Las victimas eran españoles de las Fuerzas de Seguridad del Estado, garantes de nuestra libertad, españoles miembros del Ejército de España, periodistas que trabajaban para medios de comunicación libres de nuestro país; ciudadanos, españoles, que simplemente pasaban por ahí cuando detonaron sus bombas mientras  observaban ocultos como ratas como saltaban por los aires sus cuerpos destrozados; eran, humildes concejales españoles, y, monseñor Uriarte, eran niños y niñas españoles, hijos e hijas de padres y madres españoles.

En cincuenta años de asesinatos execrables, de amenazas, de secuestros y chantajes, jamás una victima ha ejecutado la justicia por su mano. Nunca una victima ha clamado venganza, ni se ha rebelado contra el Estado de Derecho; ni siquiera, cuando el dolor era mas profundo y la indignación más legitima, han iuncitado a la rebelión o a la deslealtad con el Estado. Las victimas no se han defendido, no han devuelto el ataque, no han asestado jamás un golpe a los asesinos organizados en el grupo terrorista ETA. La sociedad española se ha dejado matar para defender su Democracia y su Libertad. Tan caro ha sido el precio que los españoles hemos pagado, monseñor.

Uriarte, habla en su intervención de la necesidad de que la victimas perdonen, no como una opción libre, de cada una de ellas, sino como una nueva imposición de este Estado disminuido y desprestigiado, que les ha traicionado, que les ha abandonado a su dolor, arrebatándoles la Justicia, el principal y mas importante derecho que les asiste. El perdón es una opción personal, individual e intransferible. El perdón, como el amor, nace de la libertad y como la acción emerge de la voluntad. Ni el Estado, ni el Gobierno, ni Iglesia alguna, ni usted, monseñor, son nadie para exigir el perdón de las victimas, a modo de rubrica de sus tejes y manejes con los asesinos de ETA.

El perdón Uriarte, es como el arrepentimiento, una realidad que nace en ámbito más íntimo de cada persona, en algún momento de su vida, o quizá nunca. No he escuchado pedir perdón a los asesinos de ETA a las victimas, ni a los españoles que sin conocerlas las echamos todos los días de menos. Muy al contrario sabemos que los alacranes siguen en sus guaridas, mofándose de los muertos que llenan sus sanguinarios currículo; medrando, y enchulados, riéndose del sufrimiento que nos han causado; exigiendo una política penitenciaria con alojamiento de cinco estrellas y cubierto de muchos tenedores. A eso, monseñor, le llama usted un política penitenciaria mas justa y humana.

¡Que asco y qué tristeza, monseñor¡ Pero cómo les mola a algunos la oportuna y servil manga ancha de según que clero donde le cabe cualquier cosa. El problema, Uriarte, es que eso que llama con rimbombante nombre “política pacificadora” lo que significa realmente es que el Gobierno socialista, haciendo uso de todas las argucias jurídicas posibles (como por ejemplo el tercer grado) prostituye el espíritu con el que fueron dictadas las leyes y con la colaboración inestimable de los jueces que son asequibles a cambio de lo que todos nos imaginamos, pone en la calle a  sicópatas etarras impunemente y permite que se les piren a paraderos desconocidos (que risa tía Felisa) los asesinos en serie mas celebres de la ETA. Ofrecen a los presos etarras prebendas carcelarias de toda índole, como permisos por razones tan peregrinas como inseminar al perro al otro lado de los Pirineos, que hay que echarle bemoles al asunto. Los motivos para suavizar sus condenas son tan descaradamente impresentables y tan ridículos que da pudor ponerse a enumerarlos. Decenas de etarras  reciben diariamente un trato carcelario privilegiado y vergonzoso, que constituye un agravio lacerante para el resto de reclusos de nuestro país.

Se prevé, al parecer, la puesta a disposición de los asesinos de una especie de libertad pensionada, habida cuenta de que toda la vida se la han pasado matando y sin oficio conocido, y claro, necesitan perras para su reinserción o lo que es lo mismo, llevar una vida de terrorista jubilado a cuerpo de rey. Lo que haga falta verdad Uriarte? con los impuestos de todos, de los parados, de los pensionistas, de los pobres, de los menos pobres, de todos los españoles, y de las propias victimas, en aras a que el proceso prospere que como esta previsto, y con esta misma mandanga, los amiguetes del Gobierno en el T. Constitucional le enmiendan la plana al Tribuna Supremo y permiten presentarse a las municipales a los individuos que han sido calificados como la mismísima ETA por los jueces de nuestro máximo Ordenamiento Jurídico. Y, ahí los tenemos, en los ayuntamientos de Vascongadas manejando datos personales e íntimos de cada ciudadano vasco en particular y español en general, que es lo mismo que decirle al próximo gobierno que salga de las urnas, no te queda otra que tragar porque te tenemos cogido por los congojos, ya me entienden.

Y las victimas…? A las victimas palmaditas y mucha, muuucccha compasión que sale gratis… A las víctimas, si acaso, cuatro duros, y el pésame, pero que se estén calladitas, que lo suyo es llorar y desahogarse si lo tienen a bien, pero sin hacer mucho ruido y sin estorbar. Y, monseñor, no quiere quedarse fuera y pone todo su interés para que se cumpla aquello de que las victimas punto en boca y aquí paz y después gloria, y, encima, nos sale con la patraña esa del perdón y la reconciliación. Nadie ha pedido perdón a las victimas. Nunca, nadie. Tú tampoco has pedido perdón, monseñor,  por tus muchas ofensas pasadas y presentes. Tú tampoco, Uriarte, te has arrepentido del sufrimiento causado a las víctimas con tu silencio y lo que es peor, con tus palabras y tu voz. Tu, Uriarte, nunca te has querido mostrar al lado de una victima del terrorismo etarra. No. Nunca. Como es posible, monseñor, que siempre se te encuentre al lado de los malos, de los asesinos, de los amigos de los asesinos, de los terroristas de ETA y de sus cómplices.
Ahora, cuando la política traiciona la Ley y la Democria; cuando los curas vascos con galones abandonan a los débiles y los no vascos lo silencian; cuando la Justicia se ha quitado la venda de la imparcialidad de los ojos en nuestro país, y nos escudriña a los ciudadanos con ojos avarientos para aplicar la ley según y cómo; cuando los ciudadanos están a lo suyo, mas que nunca, y lo suyo cada día es menos, casi nada.

Ahora, yo quiero seguir hablando, seguir recordando a las víctimas del terrorismo vasco de ETA.

Quiero, humildemente pero con la firmeza que Dios me de, amarrar a mi memoria a todos aquellos cuyos ojos se cerraron para siempre en un momento que no era el suyo, no era el momento que Dios quiso, sino el instante macabro en que ETA decidió arrebatarles la vida por ser españoles. Quiero recordarles en su último aliento, en su último suspiro, en el ultimo de sus besos. Quiero, ahora que pareciera que tantos desean olvidarles, revivir las caricias y los sueños que tenían guardados para ellos sus novias y sus madres, sus esposas y sus hijos, sus nietos. Quiero oír nuevamente las risas de sus bromas, y las canciones con las que se enamoraron, sus ilusiones y sus proyectos. Quiero, ahora, que parece que nada importan, tenerles muy presentes, y pedirles perdón allí donde estén, en el Cielo donde se encuentren, porque quizá no hicimos lo suficiente para defender su memoria, su dignidad y la justicia que día a día les fue poco a poco arrebatada por una nación extraviada que olvidó su identidad.

Quiero aquí, en esta mi casa, dejar grabados en sus paredes, los nombres de los niños y niñas que ETA asesinó, que son para mí el símbolo de todas y cada una de las victimas. Las voces rotas de niñitos inocentes y de ingenuos adolescentes, estará siempre presente en mi corazón, en mi voluntad de exigir justicia, en mi firme determinación de no olvidar.

A los políticos, a los jueces, a los curas con galones en la sotana,  a los asesinos y a sus cómplices, a los ciudadanos indiferentes … Siempre que regresen por los pasos dados de su memoria se encontrarán a cada uno de estos niños en ese camino.

María Begoña Urroz Ibarrola, tenía dieciocho meses cuando ETA la asesinó. José María Piris Carballo, tenia 13 años. Alfredo Aguirre Belascoain, tenia 13 años. Daniel Garrido Velasco, tenía 14 años. Sonia Cabrerizo Mármol, tenía 15 años. Susana Cabrerizo Mármol, tenía 13 años; Silvia Vicente Manzanares, tenía 13 años; Jorge Vicente Manzanares, tenía 9 años; Silvia Pino Fernández, tenía 7 años. Silvia Ballarín Gay, tenía 6 años. Rocío Capilla Franco, tenía 12 años; Pedro Alcaraz Martos, 16 años; Esther Barrera Alcaraz, tenía 3 años; Miriam Barrera Alcaraz, tenía 3 años; . Luis Delgado Villalonga, 3 años; María del Coro Villamudria Sánchez, 17 años; María Cristina Rosa Muñoz, tenía 14 años. María Dolores Quesada Araque, tenía 8 años. Ana Cristina Porras López, tenía 10 años. Vanesa Ruiz Lara, tenía 11 años. Francisco Díaz Sánchez, tenía 17 años; Fabio Moreno Alsa, tenía 2 años. Juan José Carrasco Herrero, tenía 13 años; Silvia Martínez Santiago, tenía 6 años.

El hijo de Patricia Lanillo Borbolla, nunca llego a ver la luz de este mundo, murió en el seno de su madre también asesinada por ETA a la edad de 32 años.

El hijo de Maria Dolores Ledo García, murió asesinado a la edad de siete meses de gestación en el seno de su madre, también asesinada por ETA.