Se llama Felipe VI. Ha
llegado al trono cuando algunos lo deseaban, cuando todavía no se le
esperaba. Su padre ha abdicado de la Corona y ha corrido el turno.
Las maneras en las que se ha llevado a cabo el relevo, dicen los
entendidos, que no han sido las más adecuadas, que la repentina
decisión de D. Juan Carlos ha traido de cabeza a los leguleyos del
Reino para vestir con la túnica de la legalidad, cada paso dado en
la entronización del nuevo Rey. Todo este tinglado de ajustes y
reajustes normativos está en la línea de como se hacen
habitualmente las cosas en España, a golpe de oportunidad o de
necesidad, o de ambas cosas. Demasiadas veces a tontas y a locas,
abusando del trágala hasta mucho más allá de lo que sería
tolerable en un país medianamente aseado en términos democráticos.
Se han escrito ríos de tinta en estos días al respecto, con
opiniones variopintas según el grado de cortesanía monárquica o de
adhesión republicana. El Rey D. Juan Carlos por motivos que sólo él
conoce, y que muchos pretenden adivinar, ha cogido las de Villadiego,
sin mas explicaciones. Tengo la impresión de que los acontecimientos
en España se suceden con una rapidez vertiginosa, y que, mas pronto
que tarde, la realidad pondrá delante de los ojos que aquellos que
quieran ver, quizá, algunas respuestas a muchos interrogantes que
hoy están planteados en relación con abdicación del monarca.
Desde siempre he sido de
la opinión de que la jefatura del Estado, como todos y cada uno de
los cargos institucionales en una Democracia Parlamentaria deberían
ser electos, y que la soberanía popular debe asumir, por ende, su
responsabilidad en la elección de los mismos. Por lo tanto, a
priori, y como punto de partida, mi posición es una posición a
favor de que la nación adopte la forma de República. Dicho lo cual,
es fundamental valorar el funcionamiento del régimen republicano en
el pasado, y la naturaleza de las fuerzas políticas que en la
actualidad abanderan la defensa de la República como forma de estado
para España.
La experiencia
republicana en nuestro país no ha podido ser mas decepcionante en
nuestra Historia. Es cierto que se ha caracterizado por su brevedad
tanto en Primera como en la Segunda y como de todos es sabido, por
motivos diferentes. Lo que si parece haber quedado meridianamente
claro, sobre todo en el desarrollo de la Segunda República, es que
fue “tomada” por posiciones políticas de
izquierdas/ultraizquierdas, impregnadas de un espíritu profundamente
antinacional, actuando como fuerzas centrífugas, que apoyaban los
movimientos independentistas/secesionistas mas beligerantes.
Incomprensiblemente, las fuerzas republicanas en España llevan en
su macuto ideológico las consignas de una España aborrecida,
quebrada, empobrecida, y socialista cuando no comunista, o lo que
toque, según los tiempos que corran. En el momento actual, son los
regímenes bolivarianos latinoamericanos y el criminal régimen
comunista castrista, los modelos propuestos con mayor o menor
desfachatez por las fuerzas políticas republicanas. El fervorín con
el que IU o Podemos defienden las dictaduras cubana y venezolana, son
ejemplos elocuentes de esta circunstancia.
Podría argumentarse, sin
embargo, que en Vascongadas (o País Vasco, como se quiera) y
Cataluña, son los partidos pseudo-conservadores como el PNV y
Convergencia y Unión, los que ha llevado a cabo desde hace décadas
la implantación por tierra mar y aire de la ideología soberanista.
Es necesario precisar, y no olvidarlo, que estos partidos
soberanistas se han caracterizado por su progresiva radicalización,
fruto de la cual, la defensa de las libertades ciudadanas, los
derechos constitucionales, e incluso, los derechos humanos, propios
de las ideologías conservadoras modernas y liberales, se han visto
cercenados y sometidos, en aras a la consecución de su objetivo
final que no es otro que la secesión. El control de los medios de
comunicación, de la educación desde los primeros años de
escolarización, de la universidad, la cultura, del mundo de las
finanzas, de la Administración Autonómica, han sido “colonizados”.
El poder político autonómico actuando de manera coactiva e
implacable, se ha convertido en una apisonadora a cuyo paso no crece
la hierba de la libertad. Los ciudadanos de estas Comunidades
Autónomas, han sufrido un proceso muy exitoso de ingeniería
social en la que se han utilizado como herramientas indispensables
la educación y la imposición de las lenguas locales. Los gobiernos
autonómicos de ideología independentista han levantado, palmo a
palmo, el muro intangible del la vergüenza fomentando la
segregación y la marginación de los ciudadanos castellano
parlantes, o que , simplemente se sienten, ademas de vascos o
catalanes, también españoles. De manera que se hace muy difícil
poder calificar como conservadores o demócrata cristianos a estos
partidos que han adoptado características mas propias de los
fascismos que de las democracias liberales.
Por otro lado, nada
impide constatar que la izquierda más radical en estas Comunidades
Autónomas, Esquerra Republicana y Bildu, se están comiendo por los
pies a estos partidos bajo cuya sombra han crecido, hasta que
finalmente acaben devorándoles el corazón, conviertiendo a las
formaciones soberanistas que se autodenominan de uno u otro modo como
centristas o “conservadoras”, en partidos políticos residuales e
irrelevantes. Los terroristas vascos y la estructura social de apoyo
a ETA, no son fascistas ni son nazis. Son marxistas. Son comunistas.
En cuanto a Esquerra Republicana, su pasado y su presente, están
salpicados de multitud episodios históricos que les califican que
dan asco y miedo, como los pactos llevados a cabo por su máximo
dirigente Carod Rovira con los asesinos del terrorismo vasco para que
ETA no atentara contra los ciudadanos catalanes limitando su
actuación al asesinato de los españoles en el resto del territorio
español. En cuanto a las numerosas formaciones de izquierdas que hay
en nuestro país, actuán todas ellas bajo el común denominador de
aborrecer a España, de pregonar el desgarro de sus territorios, y de
hacerlo bajo vaya usted a saber que forma de república de naturaleza
socialista.
En mi opinión
“República” en el caso de España, es sinónimo de dictadura,
de totalitarismo, defendida mayoritariamente por ideologías
liberticidas. Así las cosas, la Monarquía Parlamentaria se presenta
como la única alternativa que puede ser garante de la unidad
nacional en su diversidad, y de la Democracia Constitucional, y lo
que es más importante, de un régimen político de libertad y de
progreso. Es por ello que llegado el caso, estoy dispuesta a
aceptar pulpo como animal de compañía, y a reconocer a la
Monarquía como nuestra mejor opción de futuro.
Aceptar la Monarquía no
significa, en modo alguno, otorgar una carta en blanco a sus
representantes. Ciertamente, las funciones de la Corona están
recogidas en la Carta Magna. El Rey reina pero no gobierna. Esta
frasecita de marras, tan traída y llevada, tan manoseada de manera
interesada y cicatera, tiene sin embargo un importantísimo
significado, y constituye una parte esencial del peso de la Corona.
Implica, que por parte del Rey, sean diáfanas su neutralidad, su
imparcialidad en las valoraciones públicas de los distintos partidos
políticos y en su relación con los poderes públicos. Pero sobre
todo, es absolutamente indispensable que su actuación institucional
esté presidida de manera incuestionable por la firmeza en la defensa
de los valores y principios constitucionales, de los cuales, el mas
importante de todos, es el referido a la soberanía nacional que
reside en el pueblo español en su conjunto y de la que emanan todos
los demás poderes.
En segundo lugar, el Rey
debe ser ejemplar, es el precio a pagar por sus privilegios de cuna.
La transparencia de su actuación pública y privada es obligada, lo
que no significa en modo alguno, faltar al respeto de su derecho a la
intimidad como de cualquier otro español. España no es un Reino de
súbditos. Los españoles somos ciudadanos, y eso ningún rey y
ningún cortesano, deberían olvidarlo jamás. La Corona se debe a
la Nación por encima de cualquier otra consideración, sencillamente
porque la Nación es anterior a su existencia, y porque es la Nación
la que, libremente, democráticamente, ha plasmado su legitimidad en
la Constitución vigente. La Corona, cuyas funciones encomendadas
quedan delimitadas constitucionalmente, tiene en mi opinión, que
responder en todas y cada una de ellas con obligada lealtad. Una
lealtad inquebrantable, no partidista, y no oportunista.
Felipe VI ha llegado a
ostentar la corona del Reino de España hace unos días en un momento
muy complicado en todos los sentidos, económico, social y político.
Estos son sus bueyes y con ellos deberá realizar su siembra. No
tengo la menor duda de que el Rey es perfectamente consciente de este
hecho, no obstante, como se suele decir, la distancia mas corta entre
dos puntos es la línea recta. Más le vale transitar por el camino
de la rectitud en todos los sentidos desde el primer momento, con sus
palabras y con sus silencios. Si por el contrario, se aventura por
oscuros vericuetos de la mano de aquellos cuyo objetivo es hacer
naufragar la Constitucion del 78, y con ello nuestra convivencia,
perderá sin lugar a dudas el apoyo de los que le han dado su
confianza pensando únicamente en el bien de nuestro país.
Felipe VI será Rey de
España mientras España sea. Su destino está indisolublemente unido
al de la Nación Española. Si en alguna ocasión alguien ha podido
imaginar una dinastía Borbónica reinante en una España hecha
jirones, que se vaya olvidando, porque aquellos que derramen sus
lágrimas sobre el cadáver del Reino, no estarán dispuestos a
tolerar, además, su profanación.