domingo, 29 de junio de 2014

FELIPE, EL SEXTO DE SU NOMBRE.

Se llama Felipe VI. Ha llegado al trono cuando algunos lo deseaban, cuando todavía no se le esperaba. Su padre ha abdicado de la Corona y ha corrido el turno. Las maneras en las que se ha llevado a cabo el relevo, dicen los entendidos, que no han sido las más adecuadas, que la repentina decisión de D. Juan Carlos ha traido de cabeza a los leguleyos del Reino para vestir con la túnica de la legalidad, cada paso dado en la entronización del nuevo Rey. Todo este tinglado de ajustes y reajustes normativos está en la línea de como se hacen habitualmente las cosas en España, a golpe de oportunidad o de necesidad, o de ambas cosas. Demasiadas veces a tontas y a locas, abusando del trágala hasta mucho más allá de lo que sería tolerable en un país medianamente aseado en términos democráticos. Se han escrito ríos de tinta en estos días al respecto, con opiniones variopintas según el grado de cortesanía monárquica o de adhesión republicana. El Rey D. Juan Carlos por motivos que sólo él conoce, y que muchos pretenden adivinar, ha cogido las de Villadiego, sin mas explicaciones. Tengo la impresión de que los acontecimientos en España se suceden con una rapidez vertiginosa, y que, mas pronto que tarde, la realidad pondrá delante de los ojos que aquellos que quieran ver, quizá, algunas respuestas a muchos interrogantes que hoy están planteados en relación con abdicación del monarca.

Desde siempre he sido de la opinión de que la jefatura del Estado, como todos y cada uno de los cargos institucionales en una Democracia Parlamentaria deberían ser electos, y que la soberanía popular debe asumir, por ende, su responsabilidad en la elección de los mismos. Por lo tanto, a priori, y como punto de partida, mi posición es una posición a favor de que la nación adopte la forma de República. Dicho lo cual, es fundamental valorar el funcionamiento del régimen republicano en el pasado, y la naturaleza de las fuerzas políticas que en la actualidad abanderan la defensa de la República como forma de estado para España.

La experiencia republicana en nuestro país no ha podido ser mas decepcionante en nuestra Historia. Es cierto que se ha caracterizado por su brevedad tanto en Primera como en la Segunda y como de todos es sabido, por motivos diferentes. Lo que si parece haber quedado meridianamente claro, sobre todo en el desarrollo de la Segunda República, es que fue “tomada” por posiciones políticas de izquierdas/ultraizquierdas, impregnadas de un espíritu profundamente antinacional, actuando como fuerzas centrífugas, que apoyaban los movimientos independentistas/secesionistas mas beligerantes. Incomprensiblemente, las fuerzas republicanas en España llevan en su macuto ideológico las consignas de una España aborrecida, quebrada, empobrecida, y socialista cuando no comunista, o lo que toque, según los tiempos que corran. En el momento actual, son los regímenes bolivarianos latinoamericanos y el criminal régimen comunista castrista, los modelos propuestos con mayor o menor desfachatez por las fuerzas políticas republicanas. El fervorín con el que IU o Podemos defienden las dictaduras cubana y venezolana, son ejemplos elocuentes de esta circunstancia.

Podría argumentarse, sin embargo, que en Vascongadas (o País Vasco, como se quiera) y Cataluña, son los partidos pseudo-conservadores como el PNV y Convergencia y Unión, los que ha llevado a cabo desde hace décadas la implantación por tierra mar y aire de la ideología soberanista. Es necesario precisar, y no olvidarlo, que estos partidos soberanistas se han caracterizado por su progresiva radicalización, fruto de la cual, la defensa de las libertades ciudadanas, los derechos constitucionales, e incluso, los derechos humanos, propios de las ideologías conservadoras modernas y liberales, se han visto cercenados y sometidos, en aras a la consecución de su objetivo final que no es otro que la secesión. El control de los medios de comunicación, de la educación desde los primeros años de escolarización, de la universidad, la cultura, del mundo de las finanzas, de la Administración Autonómica, han sido “colonizados”. El poder político autonómico actuando de manera coactiva e implacable, se ha convertido en una apisonadora a cuyo paso no crece la hierba de la libertad. Los ciudadanos de estas Comunidades Autónomas, han sufrido un proceso muy exitoso de ingeniería social en la que se han utilizado como herramientas indispensables la educación y la imposición de las lenguas locales. Los gobiernos autonómicos de ideología independentista han levantado, palmo a palmo, el muro intangible del la vergüenza fomentando la segregación y la marginación de los ciudadanos castellano parlantes, o que , simplemente se sienten, ademas de vascos o catalanes, también españoles. De manera que se hace muy difícil poder calificar como conservadores o demócrata cristianos a estos partidos que han adoptado características mas propias de los fascismos que de las democracias liberales.

Por otro lado, nada impide constatar que la izquierda más radical en estas Comunidades Autónomas, Esquerra Republicana y Bildu, se están comiendo por los pies a estos partidos bajo cuya sombra han crecido, hasta que finalmente acaben devorándoles el corazón, conviertiendo a las formaciones soberanistas que se autodenominan de uno u otro modo como centristas o “conservadoras”, en partidos políticos residuales e irrelevantes. Los terroristas vascos y la estructura social de apoyo a ETA, no son fascistas ni son nazis. Son marxistas. Son comunistas. En cuanto a Esquerra Republicana, su pasado y su presente, están salpicados de multitud episodios históricos que les califican que dan asco y miedo, como los pactos llevados a cabo por su máximo dirigente Carod Rovira con los asesinos del terrorismo vasco para que ETA no atentara contra los ciudadanos catalanes limitando su actuación al asesinato de los españoles en el resto del territorio español. En cuanto a las numerosas formaciones de izquierdas que hay en nuestro país, actuán todas ellas bajo el común denominador de aborrecer a España, de pregonar el desgarro de sus territorios, y de hacerlo bajo vaya usted a saber que forma de república de naturaleza socialista.

En mi opinión “República” en el caso de España, es sinónimo de dictadura, de totalitarismo, defendida mayoritariamente por ideologías liberticidas. Así las cosas, la Monarquía Parlamentaria se presenta como la única alternativa que puede ser garante de la unidad nacional en su diversidad, y de la Democracia Constitucional, y lo que es más importante, de un régimen político de libertad y de progreso. Es por ello que llegado el caso, estoy dispuesta a aceptar pulpo como animal de compañía, y a reconocer a la Monarquía como nuestra mejor opción de futuro.

Aceptar la Monarquía no significa, en modo alguno, otorgar una carta en blanco a sus representantes. Ciertamente, las funciones de la Corona están recogidas en la Carta Magna. El Rey reina pero no gobierna. Esta frasecita de marras, tan traída y llevada, tan manoseada de manera interesada y cicatera, tiene sin embargo un importantísimo significado, y constituye una parte esencial del peso de la Corona. Implica, que por parte del Rey, sean diáfanas su neutralidad, su imparcialidad en las valoraciones públicas de los distintos partidos políticos y en su relación con los poderes públicos. Pero sobre todo, es absolutamente indispensable que su actuación institucional esté presidida de manera incuestionable por la firmeza en la defensa de los valores y principios constitucionales, de los cuales, el mas importante de todos, es el referido a la soberanía nacional que reside en el pueblo español en su conjunto y de la que emanan todos los demás poderes.

En segundo lugar, el Rey debe ser ejemplar, es el precio a pagar por sus privilegios de cuna. La transparencia de su actuación pública y privada es obligada, lo que no significa en modo alguno, faltar al respeto de su derecho a la intimidad como de cualquier otro español. España no es un Reino de súbditos. Los españoles somos ciudadanos, y eso ningún rey y ningún cortesano, deberían olvidarlo jamás. La Corona se debe a la Nación por encima de cualquier otra consideración, sencillamente porque la Nación es anterior a su existencia, y porque es la Nación la que, libremente, democráticamente, ha plasmado su legitimidad en la Constitución vigente. La Corona, cuyas funciones encomendadas quedan delimitadas constitucionalmente, tiene en mi opinión, que responder en todas y cada una de ellas con obligada lealtad. Una lealtad inquebrantable, no partidista, y no oportunista.

Felipe VI ha llegado a ostentar la corona del Reino de España hace unos días en un momento muy complicado en todos los sentidos, económico, social y político. Estos son sus bueyes y con ellos deberá realizar su siembra. No tengo la menor duda de que el Rey es perfectamente consciente de este hecho, no obstante, como se suele decir, la distancia mas corta entre dos puntos es la línea recta. Más le vale transitar por el camino de la rectitud en todos los sentidos desde el primer momento, con sus palabras y con sus silencios. Si por el contrario, se aventura por oscuros vericuetos de la mano de aquellos cuyo objetivo es hacer naufragar la Constitucion del 78, y con ello nuestra convivencia, perderá sin lugar a dudas el apoyo de los que le han dado su confianza pensando únicamente en el bien de nuestro país.


Felipe VI será Rey de España mientras España sea. Su destino está indisolublemente unido al de la Nación Española. Si en alguna ocasión alguien ha podido imaginar una dinastía Borbónica reinante en una España hecha jirones, que se vaya olvidando, porque aquellos que derramen sus lágrimas sobre el cadáver del Reino, no estarán dispuestos a tolerar, además, su profanación.

viernes, 13 de junio de 2014

LA ABDICACION DEL REINO

El Rey ha dicho que se va y se ha montado un buen follón. Momento apasionante para ver de cerca la evolución de los acontecimientos, bien es cierto, que tenemos que ser conscientes de que aquello que parece suceder ante nuestros ojos no es más que una sombra proyectada hacia la superficie de lo que verdaderamente acontece en las profundas simas de la realidad. En todo caso, nos ha dicho que no quiere mas caldo, ni en taza ni en plato. Punto.

Inmediatamente han surgido explicaciones varias, posibles motivos, razonamientos, y análisis pero en mi opinión ninguna de estas cuestiones tienen hoy mayor interés. Nunca sabremos cuales han sido las circunstancias que han llevado a su abdicación, elegida libremente, inducida, impuesta…? Lo que si parece es que se va en un momento álgido, candente de la vida política en España. Su Reino se desmorona. Lleva derrumbándose tantos años como los que él ha estado reinando. Las fuerzas e intereses desintegradores de la Nación han operado con una eficacia y tenacidad implacables desde el mismo momento en que tuvieron representación democrática. La fuerza y la coacción, la violencia terrorista proveniente del País Vasco, la presión legislativa autonómica, han actuado con paciencia vietnamita, de manera constante, y sin darnos respiro durante décadas; han controlado los medios de comunicación locales, e incluso nacionales, la educación, la Universidad, la cultura, extendiendo sus tentáculos hasta los más recónditos rincones de la vida social, económica y hasta religiosa, en sus respectivos feudos autonómicos.

Los espacios de libertad para los ciudadanos que se consideran españoles, precisamente por el hecho de ser catalanes o vascos, han sido progresivamente limitados hasta la asfixia. Ser español, y mostrarse como tal, en Cataluña y País Vasco se ha convertido en una heroicidad. Expresarse en español en el trabajo, en la universidad, incluso en el colegio, supone una significación negativa, conducente al ostracismo, a ser vilipendiado, insultado, o amenazado, cuando no, a poner en cuestión la propia seguridad personal.

Hemos asistido a durante muchos, muchos años de reinado de D. Juan Carlos I, al insulto, la injuria, el desprecio y el odio hacia todo aquello que tuviera que ver con la Nación Española, con el sentimiento de pertenencia, desde la identidad catalana o vasca, a España. Ser vasco y ser español, ser catalán y ser español, ha dejado de ser posible, sencillamente porque décadas de ingeniería a social han tenido los efectos programados y previstos.

El rey ha abdicado. Le deja a su sucesor su hijo, el Príncipe Felipe, una nación que parece mostrarse ya incapaz de sostener su corona; indiferente y desnortada en relación con su identidad. España ha sido discutida y discutible, como decía el presidente socialista Rodríguez, a quien en tan alta consideración ha tenido el monarca. España ha sido desgarrada por los independentistas de la burguesía, y de la izquierda catalana con quien D. Juan Carlos compartía chanzas porque según su alto sentido regio “hablando se entiende la gente” (se ve que no importaba con quien se cruzaran las bromas y las confidencias). España ha abandonado a sus víctimas del terrorismo, y libera a sus asesinos de la ETA, dando cumplimiento a los acuerdos llevados a cabo por Rodríguez y continuados por Rajoy, con la organización terrorista, y pareciera que refrendados por las palabras del Rey : “ Si sale, sale…” sin tener en consideración el precio que debíamos pagar los ciudadanos en esas componendas, que han llenado de estupor, de sufrimiento y de ira a un parte de los ciudadanos españoles.

España se muere intoxicada por la corrupción de sindicatos, asociaciones empresariales, financieros, y banqueros, entre los que se encuentra el yerno del Rey, mientras desde la casa real se efectúan maniobras orquestadas en la oscuridad, y se encomienda la defensa jurídica de su hija a un prohombre/conseguidor catalán, de conocida y abierta posición por el reconocimiento de la soberanía catalana en detrimento de la soberanía nacional para llevar a cabo la expropiación a España de una parte de si misma.

Los años de reinado del Rey J. Carlos han sido años de Democracia en España, bajo una Constitución garante de derechos y libertades en nuestro país. Esta es la afirmación mas reiterada en estos días.

Lo cierto es que el sistema democrático que nació con nuestra Constitución no ha sido capaz de garantizar su cumplimiento en los aspectos esenciales de la misma: el reconocimiento de la soberanía nacional que reside en el pueblo español en su conjunto, contemplado en su artículo primero; y su fundamento, en la indisoluble unidad de la Nación Española, patria común e indivisible de los españole, en su artículo segundo. La defensa de estos principios se ha pagado con la muerte durante el reinado de Juan Carlos I; con aislamiento y la marginación social, con las coacciones y amenazas al ejercicio de la libertad política, con la presión sobre ciudadanos indefensos, sus negocios, o sus familias. La Constitución se ha convertido en un papel mojado, en poco más que un clínex en el que se suenan los mocos los independentistas, y se secan las lágrimas de cocodrilo todos aquellos que han hecho dejación absoluta y vergonzante de sus obligaciones, políticas y de todo orden, de defensa de la Constitución como norma democrática y suprema de nuestro Ordenamiento Jurídico en todo el territorio nacional. Todo lo demás, la modernización de nuestro país, el ejercicio de derechos y libertades, estrictamente de carácter individual siempre que éstas no atañan a la dimensión política del ciudadano, han tenido un desarrollo que en mi opinión habría podido darse bajo cualquier otra forma de régimen.

Podemos divorciarnos, abortar, casarnos con hombres o con mujeres o con transexuales, reunirnos como y donde queramos, defender y vanagloriarnos de nuestra homosexualidad, opinar y expresarnos a cerca de cualquier cosa, (menciono estos aspectos porque pudieran parecer derechos “especialmente necesitados de protección”), pero no podemos decir que somos españoles, que deseamos seguir siendo españoles, que sentimos España en nuestro corazón, que respetamos nuestra Historia, que nos identificamos con nuestra bandera constitucional, que hablamos además de euskera y catalán, también español, y que así lo queremos para nuestros hijos. Estas cosas no pueden decirse libremente en Cataluña y en el País Vasco, no pueden decirse sin miedo, sin pagar las consecuencias, sin ser un héroe.

El Rey se va con buena salud. El  Reino de España, agoniza.

jueves, 5 de junio de 2014

PODER, PODEMOS, PERO NO QUEREMOS.

Bueno, bueno, bueno... ¡como está el patio¡.  Al nacional me refiero. Desde la celebración de las elecciones europeas el panorama político se ha puesto al rojo vivo. En cuanto a los resultados, lo que se dice ganar las elecciones, las ganó el Partido Popular, seguido a corta distancia por el PSOE.  Hay que añadir, sin embargo, la cuestión crucial de que se ha tratado de una victoria agónica, pírrica, que ha sabido a derrota sin paliativos en uno y en otro partido.

Para resumir, y no entrar en sesudos análisis, en mi opinión, lo notorio de estos comicios ha sido que los dos grandes partidos de carácter nacional han perdido la confianza de una abrumadora cantidad de sus votantes; que los afectos al partido popular han nutrido la abstención, y que las opciones que representan a la ultra izquierda, casposa e independentista, cuando no filoterrorista, han obtenido un resultado excelente en las urnas. Para la nación española los resultados no pueden ser más inquietantes.

La situación económica del país viene siendo crítica varios años, desde que el inefable Jose Luis Rodríguez tomo las riendas del gobierno y nos deslizamos por el abismo de la sinrazón económica, de las componendas con los terroristas asesinos (valga la redundancia) de ETA, del impulso dado por el entonces presidente a la pseudo constitución catalana, con su aceptación sin rechistar del nuevo estatuto catalán, además del despertar del enfrentamiento de las dos Españas.  Pese a todo, yo creo que la única fibra sensible de la ciudadanía que se ha visto tocada ha sido la del bolsillo, hecho harapos a fuerza de zarandeos y tirones, fruto de una crisis económica que  ha sumido en un oscuro pozo de pobreza a decenas de miles de hogares, desesperanzados, y con  un cabreo sin límites.

Evidentemente, la ruina nacional no habría sido tan afrentosa si las medidas llevadas a cabo por el PSOE, y desde hace dos años por el PP, no se hubieran ejecutado mientras nos sumíamos en una inconmensurable ciénaga de corrupción, que afecta a prácticamente todas las instituciones, partidos políticos, sindicatos, sector financiero, a los jueces, y hasta la familia real.  Los españoles somos más pobres, nos han arrebatado la esperanza, y tenemos la certeza de  ser estafados por aquellos que ostentan el poder en todos los órdenes de la vida pública, lo que ha resultado, sencillamente, inadmisible e insoportable para la ciudadanía. Las elecciones europeas han señalado, sin lugar a dudas, a los responsables de la profundísima crisis en la que nos encontramos, y ha evidenciado la perdida de la confianza de buena parte de aquellos habían entregado las riendas del Gobierno hasta ahora a los dos grandes partidos nacionales. Los ciudadanos se han plantado y les han dicho que hasta aquí han llegado.

Pero, insisto, no se debería perder de vista que este enfado descomunal, que esta desafección de los votantes al Partido Popular y al Partido Socialista llega de la mano de una situación económica gravísima, traumática, y desoladora, en la que el desempleo ha segado como una guadaña las esperanzas de millones de familias en España, sumiendo  en la pobreza repentina e inesperada a ciudadanos que hasta este momento gozaban de un bienestar igualmente insospechado hace muy pocos años. Por otro lado, todos aquellos que aún mantienen su puesto de trabajo viven con incertidumbre y desasosiego, en la creencia de que a cualquiera en cualquier momento puede encontrarse sin trabajo y que le han puesto la mismísima calle; porque a sus  hijos parece aguardarles un futuro tenebroso, independientemente de su formación o presupuesta valía. El pesimismo, la pobreza y la rabia, en mi opinión absolutamente justificados, han sido recogidos, manipulados adecuadamente, con precisión de laboratorio, por los movimientos de izquierdas con vocación revolucionaria, y por los partidos independentistas, que mira tu por donde, en su mayoría, también se sitúan en la izquierda radical, que han venido ensayando las pautas de rebelión y arenga de las masas mas proclives, por unos u otros motivos, tomando las calles no siempre de manera pacífica,  ya desde los Gobiernos del Presidente Aznar.

Estas formaciones, asombrosamente, han contado con el apoyo notorio, mas o menos explícito, de importantes y numerosos medios de comunicación, que por interés colaboracionista o por estupidez manifiesta, han servido de portavoces de formaciones y partidos políticos cuya palabrería descansa en peligrosísimos mensajes casposos, liberticidas y totalitarios de raíz anarcoide y comunista. Estos mismos medios se han caracterizado, además, por dar pábulo a una propaganda independentista mitómana, patética y ridícula, que adquiere tanto en Cataluña como en el País Vasco tintes xenófobos instalados ya en una parte muy importante de la opinión; desde los poderes públicos autonómicos  se promueve el odio y el desprecio hacia la Nación Española, su Historia y sus ciudadanos, mientras que los distintos gobiernos nacionales han renunciado, incluso, a hacer cumplir la  Constitución y las Leyes en estos territorios, en numerosas ocasiones con gravísimas consecuencias.

La semilla tarde o temprano acaba por germinar y dar fruto, y en España llevamos muchos años, demasiados en los que el poder político, las instituciones, los agentes llamados sociales, como asociaciones empresariales y sindicatos, la judicatura y hasta la jefatura del Estado han olvidado su verdadera y fundamental, y me atrevería a decir, única razón de ser, que no es otra que el servicio al ciudadano en particular, y a la Nación en general. Por el contrario, la deriva que ha tomado su actuación no ha podido ser más egocéntrica y  a la postre,  más suicida.  Hace mucho tiempo que aquellos a los deberíamos exigir una conducta pública impoluta, dejaron  de ser ejemplares. Se han convertido en ejecutores de políticas manipuladoras, poco o nada transparentes, de pactos y acuerdos de conveniencia partidista. La respuesta política de la sociedad ha sido hasta ahora nula mostrando su naturaleza infantil, adocenada y acrítica, otorgando una y otra vez su confianza en las urnas a aquellos que hacían con ella, de su capa un sayo con ella.

En el momento actual, esa misma ciudadanía,  que en época de vacas gordas y cigarras perezosas y cantarinas,  toleraba el desparpajo y el latrocinio de la casta política y financiera; que se mostraba indiferente hacia conductas judiciales rayanas en lo delictivo; esa ciudadanía que hacía oídos sordos al clamor de las víctimas del terrorismo cuando exigía justicia para sus familiares y amigos asesinados, para que no les  amargaran la mañana de domingo;  esos mismos ciudadanos, ahora que las vacas han adelgazado hasta quedarse escuálidas, y la crisis ha llegado con témpanos de hielo…  Ahora, se pregunta que hay de lo mío, y recibe como única respuesta que para ella ya no queda nada en los cuarteles de invierno. 

Esa misma ciudadanía antes dócil, mansa, y lanar,  que tiraba de Visa para pagar las vacaciones en la playa en hoteles de alto copete,  que estrenaba coche como quien se cambia de calcetines, que compraba pisos a troche y moche financiados a 50 años por una banca profesionalmente incompetente y moralmente deleznable, en la irresponsable e incomprensible creencia de que jamás de los jamases sus  vidas iban a dar un paso atrás; esas generaciones  de  jóvenes entrados en años, eternos adolescentes, consumidores de tecnología punta con nóminas paternas; los chicos del instituto de hace tres días, cuya formación intelectual está a la cola en todos los informes educativos internacionales; los universitarios licenciados por universidades desprestigiadas y politizadas… constituyen hoy, una gran masa de ciudadanos y de nuevos votantes, que están asustados y desconcertados, que sienten en sus propias carnes el desamparo de los poderes públicos antes complacientes,  porque ya no poseen lo que poseían, porque no les dan lo se que les daba, porque han perdido lo que habían conseguido, porque les han mentido. Tengo serias dudas de que entre estos encontremos a aquellos que asumen, que quizá, también ellos se equivocaron.

Una amalgama de tragedias individuales, y familiares  se han dado cita en la consulta de las elecciones europeas. Los españoles que han alimentado de manera acrítica, día a día, elección tras elección, a una clase política que no merecía su confianza, al tiempo que mantenía un comportamiento, en ocasiones profundamente inconsciente, insolidario e irresponsable, hoy busca desesperadamente, como no puede ser de otro modo, una salida para su vida y para el futuro de sus hijos, y también, como no podía ser de otro modo, vuelve los ojos con ira hacia los culpables. Los ha encontrado sin tener que quebrarse mucho la cabeza, los ha reconocido sin dificultad, porque son aquellos a los que ellos mismos han dado su voto de manera pertinaz y reiterada.

No es casual que la izquierda de corte más radical, más totalitaria, haya tomado la calle, esgrimiendo mensajes mesiánicos de salvación. Los redentores comunistoides han colgando del cuello la identificación con nombres y apellidos  de los espantajos titulares de esta crisis, fundamentalmente banqueros y  políticos, y grandes empresarios, a los que denomina genéricamente “la casta”, es decir, lo que viene a resumirse en ese lenguaje ramplón y directo que les es tan propio, “los ricos”  y exonerando de toda responsabilidad en la misma a los ciudadanos, a los que se presenta como víctimas inocentes, espíritus arcangélicos, y en absoluto protagonistas ni de sus vidas particulares  ni de su tiempo histórico. Tampoco es fruto del azar, que los independentistas de todo pelaje y condición encuentren en la crisis estructural que padece España la perfecta oportunidad para vender a mejor precio la palabrería incendiaria y machacona, que de manera eficacísima señala como culpables de todos los males acaecidos en de “su” feudo, al resto de los españoles, difundiendo la falacia de que tenemos aficiones vampíricas y les chupamos la sangre, hasta dejarlos anémicos e inermes, a ellos, que, tocados por el dedo divino de la diosa  Fortuna, nacieron como hombres selectos, catalanes y vascos, en una inmunda, indeseable y opresora nación española.

Nos adentramos por caminos minados y peligrosos, de la mano de la peor compañía; guiados por aquellos cuya intención es darnos la voz únicamente por el lapso de tiempo que lleva al paso siguiente, en el que sellarán nuestra boca. Nos describen la naturaleza de nuestra enfermedad y pretenden aplicarnos, para aplacar nuestro sufrimiento, la morfina que nos deje insensibles, inertes e indefensos.  Durante años hemos puesto nuestra confianza en una clase política que no la merecía a cambio de un mendrugo de pan  y ahora, los que dicen pretender nuestra salvación, lo hacen a cambio de cercenar nuestra libertad, nuestra modernidad, y nuestro progreso. No nos dicen si en su programa, a fuerza de prohibir y regular, y mandar,  penalizarán el uso del papel higiénico, habida cuenta de que su modelo de estado bolivariano ha dejado a sus ciudadanos con el culo al aire, quizá por considerarlo un lujo burgués e innecesario.

Vamos mal si lo más lejos que llegamos los ciudadanos españoles en nuestra reflexión es a encontrar chivos expiatorios en nuestros hermanos nacidos un poco más allá del Ebro, o en los límites con Burgos. Mal lo llevamos si convertimos en alternativa de gobierno en nuestro país a aquellos que sueltan espumarajos por la boca azuzando a la violencia a los jóvenes en las calles de nuestras ciudades y empujándolos a saltarse las leyes que nos hemos dado, en lugar de promover su modificación y cambio democrático si esa fuera su propuesta política; usando el fuego y la barricada urbana como medidas de presión para forzar y doblegar la soberanía nacional, articulada en la libre voluntad del ciudadano y de su voto,  y representada en nuestras Cortes Generales, al tiempo que obtienen financiación económica de regímenes totalitarios, de los son firmes defensores. Países estos, en los que los derechos humanos de homosexuales, niños, y mujeres, son pisoteados cotidianamente; en los que la libertad de expresión, de reunión, de prensa, se paga con la prisión o con la muerte.

La izquierda abanderada del supuesto cambio de rumbo para España la encarna el Partido más mediático  liderado por Pablo Iglesias, “Podemos”. Se ha dicho casi todo de esta organización y de su candidato en estos días. Pareciera que es el rayo luminoso que se ha propuesto renovar la izquierda española. Peor para ella,  y peor para todos.

Proveniente del movimiento 11  M que ocupó durante meses la Puerta del Sol de Madrid, del que ya he manifestado mi opinión en otras ocasiones, se ha convertido en la Belén  Esteban de las tertulias políticas de las televisiones. No ha habido puerta que no se le haya abierto en el panorama mediático, debe ser que tiene fotogenia por arrobas y da bien en las cámaras. A mi personalmente no me gusta, me refiero a su imagen y a su estilo, estudiadamente informal. En su rostro apunta de manera casi permanente media sonrisa, un punto cínica, y cuando se le ve molesto, aparece en su rostro el gesto contenido e inescrutable de quien igual te puede poner un caramelo en la boca que darte un garrotazo. Pero eso es lo de menos, porque es cuestión de percepción y de empatía.  Lo de más son las cosas que dice, que dan miedo. No me estoy refiriendo a su destreza expositiva de explicación de la realidad, que para eso no nos hace falta el señor Iglesias. De sobra sabemos cual es la situación que padecemos y a lo que nos enfrentamos.  No es su diagnostico lo que asusta, sino su remedio, que apesta a comunismo feroz  y rancio. Como el señor Iglesias cuenta con un sinfín de apoyos mediáticos y su presencia es constante por tierra, mar y aire en la prensa escrita y digital, modestamente me reservo el derecho en esa mi casa de no contribuir en ninguna medida a su celebridad desde estas paginas, de manera que aquel que tenga algún interés en conocer los dichos y obras de este señor, tiene la red a su disposición que desde hace un par de semanas no habla de otra cosa.

La cuestión es que, por ahora, las opciones políticas que encarnan alternativas de regeneración dentro del sistema parlamentario, desde la legalidad constitucional, y el ordenamiento jurídico que democráticamente nos hemos dado los ciudadanos, aún hoy no han encontrado el refrendo contundente de la ciudadanía. Partidos como UpyD, Ciudadanos o Vox, se las ven y se las desean para tener un minuto de presencia en las televisiones o las emisoras de radio. Sus mensajes son silenciados con toda la fuerza posible por los grandes partidos políticos enormemente influyentes en las comunicaciones, en la creencia de que son sus rivales y por lo tanto, a los que hay que mantener fuera del espectro político. Mientras califican a los nuevo partidos cercanos a su esfera  ideológica de galgos o de podencos,  la ultra izquierda espabila y hace la calle en donde no tiene rival. Moviliza sin miramientos a sus elementos más notorios y avezados, se organiza y elabora estrategias de propaganda y sobre todo, manipula y capitaliza en términos de votos, como hemos podido ver en las elecciones europeas, los sentimientos de desesperación, derrota y frustración de una ciudadanía victima de aquellos  que la han gobernado, que han abusado de ella, que la han mentido, y victima, también, desgraciadamente, victima  de si misma, de sus errores, de su inconsciencia, y de la irresponsabilidad de muchas de sus decisiones y comportamientos económicos y políticos.

Una vez mas y como siempre, a pesar de que pudiera parecer que los hechos históricos son ajenos a nosotros, a cada uno de nosotros de manera individual, deberíamos tomar buena nota de lo acontecido en las elecciones europeas, y de la importancia que nuestro voto puede tener a la postre en un sistema democrático. Queramoslo o no, alguien tomará las  riendas del poder y ello necesariamente afectara a nuestras vidas, a la vida de cada uno en particular. Podemos meter la cabeza debajo del ala, y circunscribirnos al metro cuadrado de nuestra casa, pero si creemos que por no ver lo sucede a nuestro alrededor estamos a salvo, no podemos estar mas equivocados.


Si yo no decido alguien decidirá por mí. Si no hablo alguien utilizara mi silencio en mi nombre, para decir lo que yo no digo. Si no actúo alguien lo hará sin mi consentimiento. Si no defiendo mi  dignidad, vendrán aquellos que dicen saber lo que a mi y a los míos nos conviene, sirviéndome en bandeja de plata un poco de alpiste, y cuando me quiera dar cuenta habré dejado de vivir en un país esperanzado para habitar un corral; habré  dejado de mirar al futuro para envejecer en un eterno presente, sumido en el silencio. Si no miro al pasado y analizo con honestidad el presente, y  reconozco con esperanza y determinación,  aquello en lo que me he equivocado, entonces sabré que he entregado mi libertad.  Que lo he perdido todo.