domingo, 29 de junio de 2014

FELIPE, EL SEXTO DE SU NOMBRE.

Se llama Felipe VI. Ha llegado al trono cuando algunos lo deseaban, cuando todavía no se le esperaba. Su padre ha abdicado de la Corona y ha corrido el turno. Las maneras en las que se ha llevado a cabo el relevo, dicen los entendidos, que no han sido las más adecuadas, que la repentina decisión de D. Juan Carlos ha traido de cabeza a los leguleyos del Reino para vestir con la túnica de la legalidad, cada paso dado en la entronización del nuevo Rey. Todo este tinglado de ajustes y reajustes normativos está en la línea de como se hacen habitualmente las cosas en España, a golpe de oportunidad o de necesidad, o de ambas cosas. Demasiadas veces a tontas y a locas, abusando del trágala hasta mucho más allá de lo que sería tolerable en un país medianamente aseado en términos democráticos. Se han escrito ríos de tinta en estos días al respecto, con opiniones variopintas según el grado de cortesanía monárquica o de adhesión republicana. El Rey D. Juan Carlos por motivos que sólo él conoce, y que muchos pretenden adivinar, ha cogido las de Villadiego, sin mas explicaciones. Tengo la impresión de que los acontecimientos en España se suceden con una rapidez vertiginosa, y que, mas pronto que tarde, la realidad pondrá delante de los ojos que aquellos que quieran ver, quizá, algunas respuestas a muchos interrogantes que hoy están planteados en relación con abdicación del monarca.

Desde siempre he sido de la opinión de que la jefatura del Estado, como todos y cada uno de los cargos institucionales en una Democracia Parlamentaria deberían ser electos, y que la soberanía popular debe asumir, por ende, su responsabilidad en la elección de los mismos. Por lo tanto, a priori, y como punto de partida, mi posición es una posición a favor de que la nación adopte la forma de República. Dicho lo cual, es fundamental valorar el funcionamiento del régimen republicano en el pasado, y la naturaleza de las fuerzas políticas que en la actualidad abanderan la defensa de la República como forma de estado para España.

La experiencia republicana en nuestro país no ha podido ser mas decepcionante en nuestra Historia. Es cierto que se ha caracterizado por su brevedad tanto en Primera como en la Segunda y como de todos es sabido, por motivos diferentes. Lo que si parece haber quedado meridianamente claro, sobre todo en el desarrollo de la Segunda República, es que fue “tomada” por posiciones políticas de izquierdas/ultraizquierdas, impregnadas de un espíritu profundamente antinacional, actuando como fuerzas centrífugas, que apoyaban los movimientos independentistas/secesionistas mas beligerantes. Incomprensiblemente, las fuerzas republicanas en España llevan en su macuto ideológico las consignas de una España aborrecida, quebrada, empobrecida, y socialista cuando no comunista, o lo que toque, según los tiempos que corran. En el momento actual, son los regímenes bolivarianos latinoamericanos y el criminal régimen comunista castrista, los modelos propuestos con mayor o menor desfachatez por las fuerzas políticas republicanas. El fervorín con el que IU o Podemos defienden las dictaduras cubana y venezolana, son ejemplos elocuentes de esta circunstancia.

Podría argumentarse, sin embargo, que en Vascongadas (o País Vasco, como se quiera) y Cataluña, son los partidos pseudo-conservadores como el PNV y Convergencia y Unión, los que ha llevado a cabo desde hace décadas la implantación por tierra mar y aire de la ideología soberanista. Es necesario precisar, y no olvidarlo, que estos partidos soberanistas se han caracterizado por su progresiva radicalización, fruto de la cual, la defensa de las libertades ciudadanas, los derechos constitucionales, e incluso, los derechos humanos, propios de las ideologías conservadoras modernas y liberales, se han visto cercenados y sometidos, en aras a la consecución de su objetivo final que no es otro que la secesión. El control de los medios de comunicación, de la educación desde los primeros años de escolarización, de la universidad, la cultura, del mundo de las finanzas, de la Administración Autonómica, han sido “colonizados”. El poder político autonómico actuando de manera coactiva e implacable, se ha convertido en una apisonadora a cuyo paso no crece la hierba de la libertad. Los ciudadanos de estas Comunidades Autónomas, han sufrido un proceso muy exitoso de ingeniería social en la que se han utilizado como herramientas indispensables la educación y la imposición de las lenguas locales. Los gobiernos autonómicos de ideología independentista han levantado, palmo a palmo, el muro intangible del la vergüenza fomentando la segregación y la marginación de los ciudadanos castellano parlantes, o que , simplemente se sienten, ademas de vascos o catalanes, también españoles. De manera que se hace muy difícil poder calificar como conservadores o demócrata cristianos a estos partidos que han adoptado características mas propias de los fascismos que de las democracias liberales.

Por otro lado, nada impide constatar que la izquierda más radical en estas Comunidades Autónomas, Esquerra Republicana y Bildu, se están comiendo por los pies a estos partidos bajo cuya sombra han crecido, hasta que finalmente acaben devorándoles el corazón, conviertiendo a las formaciones soberanistas que se autodenominan de uno u otro modo como centristas o “conservadoras”, en partidos políticos residuales e irrelevantes. Los terroristas vascos y la estructura social de apoyo a ETA, no son fascistas ni son nazis. Son marxistas. Son comunistas. En cuanto a Esquerra Republicana, su pasado y su presente, están salpicados de multitud episodios históricos que les califican que dan asco y miedo, como los pactos llevados a cabo por su máximo dirigente Carod Rovira con los asesinos del terrorismo vasco para que ETA no atentara contra los ciudadanos catalanes limitando su actuación al asesinato de los españoles en el resto del territorio español. En cuanto a las numerosas formaciones de izquierdas que hay en nuestro país, actuán todas ellas bajo el común denominador de aborrecer a España, de pregonar el desgarro de sus territorios, y de hacerlo bajo vaya usted a saber que forma de república de naturaleza socialista.

En mi opinión “República” en el caso de España, es sinónimo de dictadura, de totalitarismo, defendida mayoritariamente por ideologías liberticidas. Así las cosas, la Monarquía Parlamentaria se presenta como la única alternativa que puede ser garante de la unidad nacional en su diversidad, y de la Democracia Constitucional, y lo que es más importante, de un régimen político de libertad y de progreso. Es por ello que llegado el caso, estoy dispuesta a aceptar pulpo como animal de compañía, y a reconocer a la Monarquía como nuestra mejor opción de futuro.

Aceptar la Monarquía no significa, en modo alguno, otorgar una carta en blanco a sus representantes. Ciertamente, las funciones de la Corona están recogidas en la Carta Magna. El Rey reina pero no gobierna. Esta frasecita de marras, tan traída y llevada, tan manoseada de manera interesada y cicatera, tiene sin embargo un importantísimo significado, y constituye una parte esencial del peso de la Corona. Implica, que por parte del Rey, sean diáfanas su neutralidad, su imparcialidad en las valoraciones públicas de los distintos partidos políticos y en su relación con los poderes públicos. Pero sobre todo, es absolutamente indispensable que su actuación institucional esté presidida de manera incuestionable por la firmeza en la defensa de los valores y principios constitucionales, de los cuales, el mas importante de todos, es el referido a la soberanía nacional que reside en el pueblo español en su conjunto y de la que emanan todos los demás poderes.

En segundo lugar, el Rey debe ser ejemplar, es el precio a pagar por sus privilegios de cuna. La transparencia de su actuación pública y privada es obligada, lo que no significa en modo alguno, faltar al respeto de su derecho a la intimidad como de cualquier otro español. España no es un Reino de súbditos. Los españoles somos ciudadanos, y eso ningún rey y ningún cortesano, deberían olvidarlo jamás. La Corona se debe a la Nación por encima de cualquier otra consideración, sencillamente porque la Nación es anterior a su existencia, y porque es la Nación la que, libremente, democráticamente, ha plasmado su legitimidad en la Constitución vigente. La Corona, cuyas funciones encomendadas quedan delimitadas constitucionalmente, tiene en mi opinión, que responder en todas y cada una de ellas con obligada lealtad. Una lealtad inquebrantable, no partidista, y no oportunista.

Felipe VI ha llegado a ostentar la corona del Reino de España hace unos días en un momento muy complicado en todos los sentidos, económico, social y político. Estos son sus bueyes y con ellos deberá realizar su siembra. No tengo la menor duda de que el Rey es perfectamente consciente de este hecho, no obstante, como se suele decir, la distancia mas corta entre dos puntos es la línea recta. Más le vale transitar por el camino de la rectitud en todos los sentidos desde el primer momento, con sus palabras y con sus silencios. Si por el contrario, se aventura por oscuros vericuetos de la mano de aquellos cuyo objetivo es hacer naufragar la Constitucion del 78, y con ello nuestra convivencia, perderá sin lugar a dudas el apoyo de los que le han dado su confianza pensando únicamente en el bien de nuestro país.


Felipe VI será Rey de España mientras España sea. Su destino está indisolublemente unido al de la Nación Española. Si en alguna ocasión alguien ha podido imaginar una dinastía Borbónica reinante en una España hecha jirones, que se vaya olvidando, porque aquellos que derramen sus lágrimas sobre el cadáver del Reino, no estarán dispuestos a tolerar, además, su profanación.