Bueno, bueno, bueno... ¡como está
el patio¡. Al nacional me refiero. Desde
la celebración de las elecciones europeas el panorama político se ha puesto al
rojo vivo. En cuanto a los resultados, lo que se dice ganar
las elecciones, las ganó el Partido Popular, seguido a corta distancia por el
PSOE. Hay que añadir, sin embargo, la
cuestión crucial de que se ha tratado de una victoria agónica, pírrica, que ha
sabido a derrota sin paliativos en uno y en otro partido.
Para resumir, y no entrar en
sesudos análisis, en mi opinión, lo notorio de estos comicios ha sido que los
dos grandes partidos de carácter nacional han perdido la confianza de una
abrumadora cantidad de sus votantes; que los afectos al partido popular han
nutrido la abstención, y que las opciones que representan a la ultra izquierda,
casposa e independentista, cuando no filoterrorista, han obtenido un resultado
excelente en las urnas. Para la nación española los resultados no pueden ser
más inquietantes.
La situación económica del país
viene siendo crítica varios años, desde que el inefable Jose Luis Rodríguez
tomo las riendas del gobierno y nos deslizamos por el abismo de la sinrazón
económica, de las componendas con los terroristas asesinos (valga la
redundancia) de ETA, del impulso dado por el entonces presidente a la pseudo
constitución catalana, con su aceptación sin rechistar del nuevo estatuto
catalán, además del despertar del enfrentamiento de las dos Españas. Pese a todo, yo creo que la única fibra
sensible de la ciudadanía que se ha visto tocada ha sido la del bolsillo, hecho
harapos a fuerza de zarandeos y tirones, fruto de una crisis económica que ha sumido en un oscuro pozo de pobreza a
decenas de miles de hogares, desesperanzados, y con un cabreo sin límites.
Evidentemente, la ruina nacional
no habría sido tan afrentosa si las medidas llevadas a cabo por el PSOE, y
desde hace dos años por el PP, no se hubieran ejecutado mientras nos sumíamos
en una inconmensurable ciénaga de corrupción, que afecta a prácticamente todas
las instituciones, partidos políticos, sindicatos, sector financiero, a los
jueces, y hasta la familia real. Los
españoles somos más pobres, nos han arrebatado la esperanza, y tenemos la
certeza de ser estafados por aquellos
que ostentan el poder en todos los órdenes de la vida pública, lo que ha
resultado, sencillamente, inadmisible e insoportable para la ciudadanía. Las
elecciones europeas han señalado, sin lugar a dudas, a los responsables de la
profundísima crisis en la que nos encontramos, y ha evidenciado la perdida de
la confianza de buena parte de aquellos habían entregado las riendas del
Gobierno hasta ahora a los dos grandes partidos nacionales. Los ciudadanos se
han plantado y les han dicho que hasta aquí han llegado.
Pero, insisto, no se debería
perder de vista que este enfado descomunal, que esta desafección de los
votantes al Partido Popular y al Partido Socialista llega de la mano de una
situación económica gravísima, traumática, y desoladora, en la que el desempleo
ha segado como una guadaña las esperanzas de millones de familias en España, sumiendo
en la pobreza repentina e inesperada a
ciudadanos que hasta este momento gozaban de un bienestar igualmente
insospechado hace muy pocos años. Por otro lado, todos aquellos que aún
mantienen su puesto de trabajo viven con incertidumbre y desasosiego, en la
creencia de que a cualquiera en cualquier momento puede encontrarse sin trabajo
y que le han puesto la mismísima calle; porque a sus hijos parece aguardarles un futuro tenebroso, independientemente
de su formación o presupuesta valía. El pesimismo, la pobreza y la rabia, en mi
opinión absolutamente justificados, han sido recogidos, manipulados
adecuadamente, con precisión de laboratorio, por los movimientos de izquierdas
con vocación revolucionaria, y por los partidos independentistas, que mira tu
por donde, en su mayoría, también se sitúan en la izquierda radical, que han
venido ensayando las pautas de rebelión y arenga de las masas mas proclives,
por unos u otros motivos, tomando las calles no siempre de manera
pacífica, ya desde los Gobiernos del
Presidente Aznar.
Estas formaciones, asombrosamente, han contado
con el apoyo notorio, mas o menos explícito, de importantes y numerosos medios
de comunicación, que por interés colaboracionista o por estupidez manifiesta,
han servido de portavoces de formaciones y partidos políticos cuya palabrería
descansa en peligrosísimos mensajes casposos, liberticidas y totalitarios de
raíz anarcoide y comunista. Estos mismos medios se han caracterizado, además,
por dar pábulo a una propaganda independentista mitómana, patética y ridícula,
que adquiere tanto en Cataluña como en el País Vasco tintes xenófobos instalados
ya en una parte muy importante de la opinión; desde los poderes públicos
autonómicos se promueve el odio y el
desprecio hacia la
Nación Española , su Historia y sus ciudadanos, mientras que
los distintos gobiernos nacionales han renunciado, incluso, a hacer cumplir la
Constitución y las Leyes en estos territorios, en
numerosas ocasiones con gravísimas consecuencias.
La semilla tarde o temprano acaba
por germinar y dar fruto, y en España llevamos muchos años, demasiados en los
que el poder político, las instituciones, los agentes llamados sociales, como
asociaciones empresariales y sindicatos, la judicatura y hasta la jefatura del
Estado han olvidado su verdadera y fundamental, y me atrevería a decir, única razón
de ser, que no es otra que el servicio al ciudadano en particular, y a la Nación en general. Por el
contrario, la deriva que ha tomado su actuación no ha podido ser más
egocéntrica y a la postre, más suicida.
Hace mucho tiempo que aquellos a los deberíamos exigir una conducta
pública impoluta, dejaron de ser
ejemplares. Se han convertido en ejecutores de políticas manipuladoras, poco o
nada transparentes, de pactos y acuerdos de conveniencia partidista. La
respuesta política de la sociedad ha sido hasta ahora nula mostrando su
naturaleza infantil, adocenada y acrítica, otorgando una y otra vez su confianza
en las urnas a aquellos que hacían con ella, de su capa un sayo con ella.
En el momento actual, esa misma
ciudadanía, que en época de vacas gordas
y cigarras perezosas y cantarinas,
toleraba el desparpajo y el latrocinio de la casta política y financiera;
que se mostraba indiferente hacia conductas judiciales rayanas en lo delictivo;
esa ciudadanía que hacía oídos sordos al clamor de las víctimas del terrorismo cuando
exigía justicia para sus familiares y amigos asesinados, para que no les amargaran la mañana de domingo; esos mismos ciudadanos, ahora que las vacas
han adelgazado hasta quedarse escuálidas, y la crisis ha llegado con témpanos
de hielo… Ahora, se pregunta que hay de lo mío, y recibe como única
respuesta que para ella ya no queda nada en los cuarteles de invierno.
Esa misma ciudadanía antes dócil,
mansa, y lanar, que tiraba de Visa para
pagar las vacaciones en la playa en hoteles de alto copete, que estrenaba coche como quien se cambia de
calcetines, que compraba pisos a troche y moche financiados a 50 años por una
banca profesionalmente incompetente y moralmente deleznable, en la
irresponsable e incomprensible creencia de que jamás de los jamases sus vidas iban a dar un paso atrás; esas
generaciones de jóvenes entrados en años, eternos
adolescentes, consumidores de tecnología punta con nóminas paternas; los chicos
del instituto de hace tres días, cuya formación intelectual está a la cola en
todos los informes educativos internacionales; los universitarios licenciados
por universidades desprestigiadas y politizadas… constituyen hoy, una gran masa
de ciudadanos y de nuevos votantes, que están asustados y desconcertados, que
sienten en sus propias carnes el desamparo de los poderes públicos antes
complacientes, porque ya no poseen lo
que poseían, porque no les dan lo se que les daba, porque han perdido lo que
habían conseguido, porque les han mentido. Tengo serias dudas de que entre
estos encontremos a aquellos que asumen, que quizá, también ellos se
equivocaron.
Una amalgama de tragedias
individuales, y familiares se han dado
cita en la consulta de las elecciones europeas. Los españoles que han
alimentado de manera acrítica, día a día, elección tras elección, a una clase política
que no merecía su confianza, al tiempo que mantenía un comportamiento, en
ocasiones profundamente inconsciente, insolidario e irresponsable, hoy busca
desesperadamente, como no puede ser de otro modo, una salida para su vida y
para el futuro de sus hijos, y también, como no podía ser de otro modo, vuelve los
ojos con ira hacia los culpables. Los ha encontrado sin tener que quebrarse
mucho la cabeza, los ha reconocido sin dificultad, porque son aquellos a los
que ellos mismos han dado su voto de manera pertinaz y reiterada.
No es casual que la izquierda de
corte más radical, más totalitaria, haya tomado la calle, esgrimiendo mensajes
mesiánicos de salvación. Los redentores comunistoides han colgando del cuello
la identificación con nombres y apellidos de los espantajos titulares de esta crisis, fundamentalmente
banqueros y políticos, y grandes
empresarios, a los que denomina genéricamente “la casta”, es decir, lo que
viene a resumirse en ese lenguaje ramplón y directo que les es tan propio, “los ricos” y exonerando de toda responsabilidad en la
misma a los ciudadanos, a los que se presenta como víctimas inocentes,
espíritus arcangélicos, y en absoluto protagonistas ni de sus vidas
particulares ni de su tiempo histórico.
Tampoco es fruto del azar, que los independentistas de todo pelaje y condición
encuentren en la crisis estructural que padece España la perfecta oportunidad
para vender a mejor precio la palabrería incendiaria y machacona, que de manera
eficacísima señala como culpables de todos los males acaecidos en de “su”
feudo, al resto de los españoles, difundiendo la falacia de que tenemos
aficiones vampíricas y les chupamos la sangre, hasta dejarlos anémicos e
inermes, a ellos, que, tocados por el dedo divino de la diosa Fortuna, nacieron como hombres selectos,
catalanes y vascos, en una inmunda, indeseable y opresora nación española.
Nos adentramos por caminos
minados y peligrosos, de la mano de la peor compañía; guiados por aquellos cuya
intención es darnos la voz únicamente por el lapso de tiempo que lleva al paso
siguiente, en el que sellarán nuestra boca. Nos describen la naturaleza de nuestra
enfermedad y pretenden aplicarnos, para aplacar nuestro sufrimiento, la morfina
que nos deje insensibles, inertes e indefensos.
Durante años hemos puesto nuestra confianza en una clase política que no
la merecía a cambio de un mendrugo de pan
y ahora, los que dicen pretender nuestra salvación, lo hacen a cambio de
cercenar nuestra libertad, nuestra modernidad, y nuestro progreso. No nos dicen
si en su programa, a fuerza de prohibir y regular, y mandar, penalizarán el uso del papel higiénico, habida
cuenta de que su modelo de estado bolivariano ha dejado a sus ciudadanos con el
culo al aire, quizá por considerarlo un lujo burgués e innecesario.
Vamos mal si lo más lejos que
llegamos los ciudadanos españoles en nuestra reflexión es a encontrar chivos
expiatorios en nuestros hermanos nacidos un poco más allá del Ebro, o en los
límites con Burgos. Mal lo llevamos si convertimos en alternativa de gobierno
en nuestro país a aquellos que sueltan espumarajos por la boca azuzando a la
violencia a los jóvenes en las calles de nuestras ciudades y empujándolos a
saltarse las leyes que nos hemos dado, en lugar de promover su modificación y
cambio democrático si esa fuera su propuesta política; usando el fuego y la
barricada urbana como medidas de presión para forzar y doblegar la soberanía
nacional, articulada en la libre voluntad del ciudadano y de su voto, y representada en nuestras Cortes Generales, al
tiempo que obtienen financiación económica de regímenes totalitarios, de los son
firmes defensores. Países estos, en los que los derechos humanos de
homosexuales, niños, y mujeres, son pisoteados cotidianamente; en los que la
libertad de expresión, de reunión, de prensa, se paga con la prisión o con la
muerte.
La izquierda abanderada del
supuesto cambio de rumbo para España la encarna el Partido más mediático liderado por Pablo Iglesias, “Podemos”. Se ha
dicho casi todo de esta organización y de su candidato en estos días. Pareciera
que es el rayo luminoso que se ha propuesto renovar la izquierda española. Peor
para ella, y peor para todos.
Proveniente del movimiento 11 M que ocupó durante meses la Puerta del Sol de Madrid,
del que ya he manifestado mi opinión en otras ocasiones, se ha convertido en la Belén Esteban de las tertulias
políticas de las televisiones. No ha habido puerta que no se le haya abierto en
el panorama mediático, debe ser que tiene fotogenia por arrobas y da bien en
las cámaras. A mi personalmente no me gusta, me refiero a su imagen y a su
estilo, estudiadamente informal. En su rostro apunta de manera casi permanente
media sonrisa, un punto cínica, y cuando se le ve molesto, aparece en su rostro
el gesto contenido e inescrutable de quien igual te puede poner un caramelo en
la boca que darte un garrotazo. Pero eso es lo de menos, porque es cuestión de
percepción y de empatía. Lo de más son
las cosas que dice, que dan miedo. No me estoy refiriendo a su destreza
expositiva de explicación de la realidad, que para eso no nos hace falta el
señor Iglesias. De sobra sabemos cual es la situación que padecemos y a lo que
nos enfrentamos. No es su diagnostico lo
que asusta, sino su remedio, que apesta a comunismo feroz y rancio. Como el señor Iglesias cuenta con
un sinfín de apoyos mediáticos y su presencia es constante por tierra, mar y
aire en la prensa escrita y digital, modestamente me reservo el derecho en esa
mi casa de no contribuir en ninguna medida a su celebridad desde estas paginas,
de manera que aquel que tenga algún interés en conocer los dichos y obras de
este señor, tiene la red a su disposición que desde hace un par de semanas no
habla de otra cosa.
La cuestión es que, por ahora,
las opciones políticas que encarnan alternativas de regeneración dentro del
sistema parlamentario, desde la legalidad constitucional, y el ordenamiento jurídico
que democráticamente nos hemos dado los ciudadanos, aún hoy no han encontrado
el refrendo contundente de la ciudadanía. Partidos como UpyD, Ciudadanos o Vox,
se las ven y se las desean para tener un minuto de presencia en las
televisiones o las emisoras de radio. Sus mensajes son silenciados con toda la
fuerza posible por los grandes partidos políticos enormemente influyentes en
las comunicaciones, en la creencia de que son sus rivales y por lo tanto, a los
que hay que mantener fuera del espectro político. Mientras califican a los
nuevo partidos cercanos a su esfera ideológica de galgos o de podencos, la ultra izquierda espabila y hace la calle en
donde no tiene rival. Moviliza sin miramientos a sus elementos más notorios y
avezados, se organiza y elabora estrategias de propaganda y sobre todo,
manipula y capitaliza en términos de votos, como hemos podido ver en las
elecciones europeas, los sentimientos de desesperación, derrota y frustración
de una ciudadanía victima de aquellos
que la han gobernado, que han abusado de ella, que la han mentido, y
victima, también, desgraciadamente, victima
de si misma, de sus errores, de su inconsciencia, y de la
irresponsabilidad de muchas de sus decisiones y comportamientos económicos y
políticos.
Una vez mas y como siempre, a
pesar de que pudiera parecer que los hechos históricos son ajenos a nosotros, a
cada uno de nosotros de manera individual, deberíamos tomar buena nota de lo
acontecido en las elecciones europeas, y de la importancia que nuestro voto
puede tener a la postre en un sistema democrático. Queramoslo o no, alguien
tomará las riendas del poder y ello
necesariamente afectara a nuestras vidas, a la vida de cada uno en particular.
Podemos meter la cabeza debajo del ala, y circunscribirnos al metro cuadrado de
nuestra casa, pero si creemos que por no ver lo sucede a nuestro alrededor
estamos a salvo, no podemos estar mas equivocados.
Si yo no decido alguien decidirá
por mí. Si no hablo alguien utilizara mi silencio en mi nombre, para decir lo
que yo no digo. Si no actúo alguien lo hará sin mi consentimiento. Si no
defiendo mi dignidad, vendrán aquellos
que dicen saber lo que a mi y a los míos nos conviene, sirviéndome en bandeja
de plata un poco de alpiste, y cuando me quiera dar cuenta habré dejado de
vivir en un país esperanzado para habitar un corral; habré dejado de mirar al futuro para envejecer en
un eterno presente, sumido en el silencio. Si no miro al pasado y analizo con
honestidad el presente, y reconozco con
esperanza y determinación, aquello en lo
que me he equivocado, entonces sabré que he entregado mi libertad. Que lo he perdido todo.