jueves, 5 de junio de 2014

PODER, PODEMOS, PERO NO QUEREMOS.

Bueno, bueno, bueno... ¡como está el patio¡.  Al nacional me refiero. Desde la celebración de las elecciones europeas el panorama político se ha puesto al rojo vivo. En cuanto a los resultados, lo que se dice ganar las elecciones, las ganó el Partido Popular, seguido a corta distancia por el PSOE.  Hay que añadir, sin embargo, la cuestión crucial de que se ha tratado de una victoria agónica, pírrica, que ha sabido a derrota sin paliativos en uno y en otro partido.

Para resumir, y no entrar en sesudos análisis, en mi opinión, lo notorio de estos comicios ha sido que los dos grandes partidos de carácter nacional han perdido la confianza de una abrumadora cantidad de sus votantes; que los afectos al partido popular han nutrido la abstención, y que las opciones que representan a la ultra izquierda, casposa e independentista, cuando no filoterrorista, han obtenido un resultado excelente en las urnas. Para la nación española los resultados no pueden ser más inquietantes.

La situación económica del país viene siendo crítica varios años, desde que el inefable Jose Luis Rodríguez tomo las riendas del gobierno y nos deslizamos por el abismo de la sinrazón económica, de las componendas con los terroristas asesinos (valga la redundancia) de ETA, del impulso dado por el entonces presidente a la pseudo constitución catalana, con su aceptación sin rechistar del nuevo estatuto catalán, además del despertar del enfrentamiento de las dos Españas.  Pese a todo, yo creo que la única fibra sensible de la ciudadanía que se ha visto tocada ha sido la del bolsillo, hecho harapos a fuerza de zarandeos y tirones, fruto de una crisis económica que  ha sumido en un oscuro pozo de pobreza a decenas de miles de hogares, desesperanzados, y con  un cabreo sin límites.

Evidentemente, la ruina nacional no habría sido tan afrentosa si las medidas llevadas a cabo por el PSOE, y desde hace dos años por el PP, no se hubieran ejecutado mientras nos sumíamos en una inconmensurable ciénaga de corrupción, que afecta a prácticamente todas las instituciones, partidos políticos, sindicatos, sector financiero, a los jueces, y hasta la familia real.  Los españoles somos más pobres, nos han arrebatado la esperanza, y tenemos la certeza de  ser estafados por aquellos que ostentan el poder en todos los órdenes de la vida pública, lo que ha resultado, sencillamente, inadmisible e insoportable para la ciudadanía. Las elecciones europeas han señalado, sin lugar a dudas, a los responsables de la profundísima crisis en la que nos encontramos, y ha evidenciado la perdida de la confianza de buena parte de aquellos habían entregado las riendas del Gobierno hasta ahora a los dos grandes partidos nacionales. Los ciudadanos se han plantado y les han dicho que hasta aquí han llegado.

Pero, insisto, no se debería perder de vista que este enfado descomunal, que esta desafección de los votantes al Partido Popular y al Partido Socialista llega de la mano de una situación económica gravísima, traumática, y desoladora, en la que el desempleo ha segado como una guadaña las esperanzas de millones de familias en España, sumiendo  en la pobreza repentina e inesperada a ciudadanos que hasta este momento gozaban de un bienestar igualmente insospechado hace muy pocos años. Por otro lado, todos aquellos que aún mantienen su puesto de trabajo viven con incertidumbre y desasosiego, en la creencia de que a cualquiera en cualquier momento puede encontrarse sin trabajo y que le han puesto la mismísima calle; porque a sus  hijos parece aguardarles un futuro tenebroso, independientemente de su formación o presupuesta valía. El pesimismo, la pobreza y la rabia, en mi opinión absolutamente justificados, han sido recogidos, manipulados adecuadamente, con precisión de laboratorio, por los movimientos de izquierdas con vocación revolucionaria, y por los partidos independentistas, que mira tu por donde, en su mayoría, también se sitúan en la izquierda radical, que han venido ensayando las pautas de rebelión y arenga de las masas mas proclives, por unos u otros motivos, tomando las calles no siempre de manera pacífica,  ya desde los Gobiernos del Presidente Aznar.

Estas formaciones, asombrosamente, han contado con el apoyo notorio, mas o menos explícito, de importantes y numerosos medios de comunicación, que por interés colaboracionista o por estupidez manifiesta, han servido de portavoces de formaciones y partidos políticos cuya palabrería descansa en peligrosísimos mensajes casposos, liberticidas y totalitarios de raíz anarcoide y comunista. Estos mismos medios se han caracterizado, además, por dar pábulo a una propaganda independentista mitómana, patética y ridícula, que adquiere tanto en Cataluña como en el País Vasco tintes xenófobos instalados ya en una parte muy importante de la opinión; desde los poderes públicos autonómicos  se promueve el odio y el desprecio hacia la Nación Española, su Historia y sus ciudadanos, mientras que los distintos gobiernos nacionales han renunciado, incluso, a hacer cumplir la  Constitución y las Leyes en estos territorios, en numerosas ocasiones con gravísimas consecuencias.

La semilla tarde o temprano acaba por germinar y dar fruto, y en España llevamos muchos años, demasiados en los que el poder político, las instituciones, los agentes llamados sociales, como asociaciones empresariales y sindicatos, la judicatura y hasta la jefatura del Estado han olvidado su verdadera y fundamental, y me atrevería a decir, única razón de ser, que no es otra que el servicio al ciudadano en particular, y a la Nación en general. Por el contrario, la deriva que ha tomado su actuación no ha podido ser más egocéntrica y  a la postre,  más suicida.  Hace mucho tiempo que aquellos a los deberíamos exigir una conducta pública impoluta, dejaron  de ser ejemplares. Se han convertido en ejecutores de políticas manipuladoras, poco o nada transparentes, de pactos y acuerdos de conveniencia partidista. La respuesta política de la sociedad ha sido hasta ahora nula mostrando su naturaleza infantil, adocenada y acrítica, otorgando una y otra vez su confianza en las urnas a aquellos que hacían con ella, de su capa un sayo con ella.

En el momento actual, esa misma ciudadanía,  que en época de vacas gordas y cigarras perezosas y cantarinas,  toleraba el desparpajo y el latrocinio de la casta política y financiera; que se mostraba indiferente hacia conductas judiciales rayanas en lo delictivo; esa ciudadanía que hacía oídos sordos al clamor de las víctimas del terrorismo cuando exigía justicia para sus familiares y amigos asesinados, para que no les  amargaran la mañana de domingo;  esos mismos ciudadanos, ahora que las vacas han adelgazado hasta quedarse escuálidas, y la crisis ha llegado con témpanos de hielo…  Ahora, se pregunta que hay de lo mío, y recibe como única respuesta que para ella ya no queda nada en los cuarteles de invierno. 

Esa misma ciudadanía antes dócil, mansa, y lanar,  que tiraba de Visa para pagar las vacaciones en la playa en hoteles de alto copete,  que estrenaba coche como quien se cambia de calcetines, que compraba pisos a troche y moche financiados a 50 años por una banca profesionalmente incompetente y moralmente deleznable, en la irresponsable e incomprensible creencia de que jamás de los jamases sus  vidas iban a dar un paso atrás; esas generaciones  de  jóvenes entrados en años, eternos adolescentes, consumidores de tecnología punta con nóminas paternas; los chicos del instituto de hace tres días, cuya formación intelectual está a la cola en todos los informes educativos internacionales; los universitarios licenciados por universidades desprestigiadas y politizadas… constituyen hoy, una gran masa de ciudadanos y de nuevos votantes, que están asustados y desconcertados, que sienten en sus propias carnes el desamparo de los poderes públicos antes complacientes,  porque ya no poseen lo que poseían, porque no les dan lo se que les daba, porque han perdido lo que habían conseguido, porque les han mentido. Tengo serias dudas de que entre estos encontremos a aquellos que asumen, que quizá, también ellos se equivocaron.

Una amalgama de tragedias individuales, y familiares  se han dado cita en la consulta de las elecciones europeas. Los españoles que han alimentado de manera acrítica, día a día, elección tras elección, a una clase política que no merecía su confianza, al tiempo que mantenía un comportamiento, en ocasiones profundamente inconsciente, insolidario e irresponsable, hoy busca desesperadamente, como no puede ser de otro modo, una salida para su vida y para el futuro de sus hijos, y también, como no podía ser de otro modo, vuelve los ojos con ira hacia los culpables. Los ha encontrado sin tener que quebrarse mucho la cabeza, los ha reconocido sin dificultad, porque son aquellos a los que ellos mismos han dado su voto de manera pertinaz y reiterada.

No es casual que la izquierda de corte más radical, más totalitaria, haya tomado la calle, esgrimiendo mensajes mesiánicos de salvación. Los redentores comunistoides han colgando del cuello la identificación con nombres y apellidos  de los espantajos titulares de esta crisis, fundamentalmente banqueros y  políticos, y grandes empresarios, a los que denomina genéricamente “la casta”, es decir, lo que viene a resumirse en ese lenguaje ramplón y directo que les es tan propio, “los ricos”  y exonerando de toda responsabilidad en la misma a los ciudadanos, a los que se presenta como víctimas inocentes, espíritus arcangélicos, y en absoluto protagonistas ni de sus vidas particulares  ni de su tiempo histórico. Tampoco es fruto del azar, que los independentistas de todo pelaje y condición encuentren en la crisis estructural que padece España la perfecta oportunidad para vender a mejor precio la palabrería incendiaria y machacona, que de manera eficacísima señala como culpables de todos los males acaecidos en de “su” feudo, al resto de los españoles, difundiendo la falacia de que tenemos aficiones vampíricas y les chupamos la sangre, hasta dejarlos anémicos e inermes, a ellos, que, tocados por el dedo divino de la diosa  Fortuna, nacieron como hombres selectos, catalanes y vascos, en una inmunda, indeseable y opresora nación española.

Nos adentramos por caminos minados y peligrosos, de la mano de la peor compañía; guiados por aquellos cuya intención es darnos la voz únicamente por el lapso de tiempo que lleva al paso siguiente, en el que sellarán nuestra boca. Nos describen la naturaleza de nuestra enfermedad y pretenden aplicarnos, para aplacar nuestro sufrimiento, la morfina que nos deje insensibles, inertes e indefensos.  Durante años hemos puesto nuestra confianza en una clase política que no la merecía a cambio de un mendrugo de pan  y ahora, los que dicen pretender nuestra salvación, lo hacen a cambio de cercenar nuestra libertad, nuestra modernidad, y nuestro progreso. No nos dicen si en su programa, a fuerza de prohibir y regular, y mandar,  penalizarán el uso del papel higiénico, habida cuenta de que su modelo de estado bolivariano ha dejado a sus ciudadanos con el culo al aire, quizá por considerarlo un lujo burgués e innecesario.

Vamos mal si lo más lejos que llegamos los ciudadanos españoles en nuestra reflexión es a encontrar chivos expiatorios en nuestros hermanos nacidos un poco más allá del Ebro, o en los límites con Burgos. Mal lo llevamos si convertimos en alternativa de gobierno en nuestro país a aquellos que sueltan espumarajos por la boca azuzando a la violencia a los jóvenes en las calles de nuestras ciudades y empujándolos a saltarse las leyes que nos hemos dado, en lugar de promover su modificación y cambio democrático si esa fuera su propuesta política; usando el fuego y la barricada urbana como medidas de presión para forzar y doblegar la soberanía nacional, articulada en la libre voluntad del ciudadano y de su voto,  y representada en nuestras Cortes Generales, al tiempo que obtienen financiación económica de regímenes totalitarios, de los son firmes defensores. Países estos, en los que los derechos humanos de homosexuales, niños, y mujeres, son pisoteados cotidianamente; en los que la libertad de expresión, de reunión, de prensa, se paga con la prisión o con la muerte.

La izquierda abanderada del supuesto cambio de rumbo para España la encarna el Partido más mediático  liderado por Pablo Iglesias, “Podemos”. Se ha dicho casi todo de esta organización y de su candidato en estos días. Pareciera que es el rayo luminoso que se ha propuesto renovar la izquierda española. Peor para ella,  y peor para todos.

Proveniente del movimiento 11  M que ocupó durante meses la Puerta del Sol de Madrid, del que ya he manifestado mi opinión en otras ocasiones, se ha convertido en la Belén  Esteban de las tertulias políticas de las televisiones. No ha habido puerta que no se le haya abierto en el panorama mediático, debe ser que tiene fotogenia por arrobas y da bien en las cámaras. A mi personalmente no me gusta, me refiero a su imagen y a su estilo, estudiadamente informal. En su rostro apunta de manera casi permanente media sonrisa, un punto cínica, y cuando se le ve molesto, aparece en su rostro el gesto contenido e inescrutable de quien igual te puede poner un caramelo en la boca que darte un garrotazo. Pero eso es lo de menos, porque es cuestión de percepción y de empatía.  Lo de más son las cosas que dice, que dan miedo. No me estoy refiriendo a su destreza expositiva de explicación de la realidad, que para eso no nos hace falta el señor Iglesias. De sobra sabemos cual es la situación que padecemos y a lo que nos enfrentamos.  No es su diagnostico lo que asusta, sino su remedio, que apesta a comunismo feroz  y rancio. Como el señor Iglesias cuenta con un sinfín de apoyos mediáticos y su presencia es constante por tierra, mar y aire en la prensa escrita y digital, modestamente me reservo el derecho en esa mi casa de no contribuir en ninguna medida a su celebridad desde estas paginas, de manera que aquel que tenga algún interés en conocer los dichos y obras de este señor, tiene la red a su disposición que desde hace un par de semanas no habla de otra cosa.

La cuestión es que, por ahora, las opciones políticas que encarnan alternativas de regeneración dentro del sistema parlamentario, desde la legalidad constitucional, y el ordenamiento jurídico que democráticamente nos hemos dado los ciudadanos, aún hoy no han encontrado el refrendo contundente de la ciudadanía. Partidos como UpyD, Ciudadanos o Vox, se las ven y se las desean para tener un minuto de presencia en las televisiones o las emisoras de radio. Sus mensajes son silenciados con toda la fuerza posible por los grandes partidos políticos enormemente influyentes en las comunicaciones, en la creencia de que son sus rivales y por lo tanto, a los que hay que mantener fuera del espectro político. Mientras califican a los nuevo partidos cercanos a su esfera  ideológica de galgos o de podencos,  la ultra izquierda espabila y hace la calle en donde no tiene rival. Moviliza sin miramientos a sus elementos más notorios y avezados, se organiza y elabora estrategias de propaganda y sobre todo, manipula y capitaliza en términos de votos, como hemos podido ver en las elecciones europeas, los sentimientos de desesperación, derrota y frustración de una ciudadanía victima de aquellos  que la han gobernado, que han abusado de ella, que la han mentido, y victima, también, desgraciadamente, victima  de si misma, de sus errores, de su inconsciencia, y de la irresponsabilidad de muchas de sus decisiones y comportamientos económicos y políticos.

Una vez mas y como siempre, a pesar de que pudiera parecer que los hechos históricos son ajenos a nosotros, a cada uno de nosotros de manera individual, deberíamos tomar buena nota de lo acontecido en las elecciones europeas, y de la importancia que nuestro voto puede tener a la postre en un sistema democrático. Queramoslo o no, alguien tomará las  riendas del poder y ello necesariamente afectara a nuestras vidas, a la vida de cada uno en particular. Podemos meter la cabeza debajo del ala, y circunscribirnos al metro cuadrado de nuestra casa, pero si creemos que por no ver lo sucede a nuestro alrededor estamos a salvo, no podemos estar mas equivocados.


Si yo no decido alguien decidirá por mí. Si no hablo alguien utilizara mi silencio en mi nombre, para decir lo que yo no digo. Si no actúo alguien lo hará sin mi consentimiento. Si no defiendo mi  dignidad, vendrán aquellos que dicen saber lo que a mi y a los míos nos conviene, sirviéndome en bandeja de plata un poco de alpiste, y cuando me quiera dar cuenta habré dejado de vivir en un país esperanzado para habitar un corral; habré  dejado de mirar al futuro para envejecer en un eterno presente, sumido en el silencio. Si no miro al pasado y analizo con honestidad el presente, y  reconozco con esperanza y determinación,  aquello en lo que me he equivocado, entonces sabré que he entregado mi libertad.  Que lo he perdido todo.