viernes, 13 de junio de 2014

LA ABDICACION DEL REINO

El Rey ha dicho que se va y se ha montado un buen follón. Momento apasionante para ver de cerca la evolución de los acontecimientos, bien es cierto, que tenemos que ser conscientes de que aquello que parece suceder ante nuestros ojos no es más que una sombra proyectada hacia la superficie de lo que verdaderamente acontece en las profundas simas de la realidad. En todo caso, nos ha dicho que no quiere mas caldo, ni en taza ni en plato. Punto.

Inmediatamente han surgido explicaciones varias, posibles motivos, razonamientos, y análisis pero en mi opinión ninguna de estas cuestiones tienen hoy mayor interés. Nunca sabremos cuales han sido las circunstancias que han llevado a su abdicación, elegida libremente, inducida, impuesta…? Lo que si parece es que se va en un momento álgido, candente de la vida política en España. Su Reino se desmorona. Lleva derrumbándose tantos años como los que él ha estado reinando. Las fuerzas e intereses desintegradores de la Nación han operado con una eficacia y tenacidad implacables desde el mismo momento en que tuvieron representación democrática. La fuerza y la coacción, la violencia terrorista proveniente del País Vasco, la presión legislativa autonómica, han actuado con paciencia vietnamita, de manera constante, y sin darnos respiro durante décadas; han controlado los medios de comunicación locales, e incluso nacionales, la educación, la Universidad, la cultura, extendiendo sus tentáculos hasta los más recónditos rincones de la vida social, económica y hasta religiosa, en sus respectivos feudos autonómicos.

Los espacios de libertad para los ciudadanos que se consideran españoles, precisamente por el hecho de ser catalanes o vascos, han sido progresivamente limitados hasta la asfixia. Ser español, y mostrarse como tal, en Cataluña y País Vasco se ha convertido en una heroicidad. Expresarse en español en el trabajo, en la universidad, incluso en el colegio, supone una significación negativa, conducente al ostracismo, a ser vilipendiado, insultado, o amenazado, cuando no, a poner en cuestión la propia seguridad personal.

Hemos asistido a durante muchos, muchos años de reinado de D. Juan Carlos I, al insulto, la injuria, el desprecio y el odio hacia todo aquello que tuviera que ver con la Nación Española, con el sentimiento de pertenencia, desde la identidad catalana o vasca, a España. Ser vasco y ser español, ser catalán y ser español, ha dejado de ser posible, sencillamente porque décadas de ingeniería a social han tenido los efectos programados y previstos.

El rey ha abdicado. Le deja a su sucesor su hijo, el Príncipe Felipe, una nación que parece mostrarse ya incapaz de sostener su corona; indiferente y desnortada en relación con su identidad. España ha sido discutida y discutible, como decía el presidente socialista Rodríguez, a quien en tan alta consideración ha tenido el monarca. España ha sido desgarrada por los independentistas de la burguesía, y de la izquierda catalana con quien D. Juan Carlos compartía chanzas porque según su alto sentido regio “hablando se entiende la gente” (se ve que no importaba con quien se cruzaran las bromas y las confidencias). España ha abandonado a sus víctimas del terrorismo, y libera a sus asesinos de la ETA, dando cumplimiento a los acuerdos llevados a cabo por Rodríguez y continuados por Rajoy, con la organización terrorista, y pareciera que refrendados por las palabras del Rey : “ Si sale, sale…” sin tener en consideración el precio que debíamos pagar los ciudadanos en esas componendas, que han llenado de estupor, de sufrimiento y de ira a un parte de los ciudadanos españoles.

España se muere intoxicada por la corrupción de sindicatos, asociaciones empresariales, financieros, y banqueros, entre los que se encuentra el yerno del Rey, mientras desde la casa real se efectúan maniobras orquestadas en la oscuridad, y se encomienda la defensa jurídica de su hija a un prohombre/conseguidor catalán, de conocida y abierta posición por el reconocimiento de la soberanía catalana en detrimento de la soberanía nacional para llevar a cabo la expropiación a España de una parte de si misma.

Los años de reinado del Rey J. Carlos han sido años de Democracia en España, bajo una Constitución garante de derechos y libertades en nuestro país. Esta es la afirmación mas reiterada en estos días.

Lo cierto es que el sistema democrático que nació con nuestra Constitución no ha sido capaz de garantizar su cumplimiento en los aspectos esenciales de la misma: el reconocimiento de la soberanía nacional que reside en el pueblo español en su conjunto, contemplado en su artículo primero; y su fundamento, en la indisoluble unidad de la Nación Española, patria común e indivisible de los españole, en su artículo segundo. La defensa de estos principios se ha pagado con la muerte durante el reinado de Juan Carlos I; con aislamiento y la marginación social, con las coacciones y amenazas al ejercicio de la libertad política, con la presión sobre ciudadanos indefensos, sus negocios, o sus familias. La Constitución se ha convertido en un papel mojado, en poco más que un clínex en el que se suenan los mocos los independentistas, y se secan las lágrimas de cocodrilo todos aquellos que han hecho dejación absoluta y vergonzante de sus obligaciones, políticas y de todo orden, de defensa de la Constitución como norma democrática y suprema de nuestro Ordenamiento Jurídico en todo el territorio nacional. Todo lo demás, la modernización de nuestro país, el ejercicio de derechos y libertades, estrictamente de carácter individual siempre que éstas no atañan a la dimensión política del ciudadano, han tenido un desarrollo que en mi opinión habría podido darse bajo cualquier otra forma de régimen.

Podemos divorciarnos, abortar, casarnos con hombres o con mujeres o con transexuales, reunirnos como y donde queramos, defender y vanagloriarnos de nuestra homosexualidad, opinar y expresarnos a cerca de cualquier cosa, (menciono estos aspectos porque pudieran parecer derechos “especialmente necesitados de protección”), pero no podemos decir que somos españoles, que deseamos seguir siendo españoles, que sentimos España en nuestro corazón, que respetamos nuestra Historia, que nos identificamos con nuestra bandera constitucional, que hablamos además de euskera y catalán, también español, y que así lo queremos para nuestros hijos. Estas cosas no pueden decirse libremente en Cataluña y en el País Vasco, no pueden decirse sin miedo, sin pagar las consecuencias, sin ser un héroe.

El Rey se va con buena salud. El  Reino de España, agoniza.