El Rey ha dicho que se va
y se ha montado un buen follón. Momento apasionante para ver de
cerca la evolución de los acontecimientos, bien es cierto, que
tenemos que ser conscientes de que aquello que parece suceder ante
nuestros ojos no es más que una sombra proyectada hacia la
superficie de lo que verdaderamente acontece en las profundas simas
de la realidad. En todo caso, nos ha dicho que no quiere mas caldo,
ni en taza ni en plato. Punto.
Inmediatamente han
surgido explicaciones varias, posibles motivos, razonamientos, y
análisis pero en mi opinión ninguna de estas cuestiones tienen hoy
mayor interés. Nunca sabremos cuales han sido las circunstancias que
han llevado a su abdicación, elegida libremente, inducida,
impuesta…? Lo que si parece es que se va en un momento álgido,
candente de la vida política en España. Su Reino se desmorona.
Lleva derrumbándose tantos años como los que él ha estado
reinando. Las fuerzas e intereses desintegradores de la Nación han
operado con una eficacia y tenacidad implacables desde el mismo
momento en que tuvieron representación democrática. La fuerza y la
coacción, la violencia terrorista proveniente del País Vasco, la
presión legislativa autonómica, han actuado con paciencia
vietnamita, de manera constante, y sin darnos respiro durante
décadas; han controlado los medios de comunicación locales, e
incluso nacionales, la educación, la Universidad, la cultura,
extendiendo sus tentáculos hasta los más recónditos rincones de la
vida social, económica y hasta religiosa, en sus respectivos feudos
autonómicos.
Los espacios de libertad
para los ciudadanos que se consideran españoles, precisamente por el
hecho de ser catalanes o vascos, han sido progresivamente limitados
hasta la asfixia. Ser español, y mostrarse como tal, en Cataluña y
País Vasco se ha convertido en una heroicidad. Expresarse en español
en el trabajo, en la universidad, incluso en el colegio, supone una
significación negativa, conducente al ostracismo, a ser
vilipendiado, insultado, o amenazado, cuando no, a poner en cuestión
la propia seguridad personal.
Hemos asistido a durante
muchos, muchos años de reinado de D. Juan Carlos I, al insulto, la
injuria, el desprecio y el odio hacia todo aquello que tuviera que
ver con la Nación Española, con el sentimiento de pertenencia,
desde la identidad catalana o vasca, a España. Ser vasco y ser
español, ser catalán y ser español, ha dejado de ser posible,
sencillamente porque décadas de ingeniería a social han tenido los
efectos programados y previstos.
El rey ha abdicado. Le
deja a su sucesor su hijo, el Príncipe Felipe, una nación que
parece mostrarse ya incapaz de sostener su corona; indiferente y
desnortada en relación con su identidad. España ha sido discutida y
discutible, como decía el presidente socialista Rodríguez, a quien
en tan alta consideración ha tenido el monarca. España ha sido
desgarrada por los independentistas de la burguesía, y de la
izquierda catalana con quien D. Juan Carlos compartía chanzas porque
según su alto sentido regio “hablando se entiende la gente” (se
ve que no importaba con quien se cruzaran las bromas y las
confidencias). España ha abandonado a sus víctimas del terrorismo,
y libera a sus asesinos de la ETA, dando cumplimiento a los acuerdos
llevados a cabo por Rodríguez y continuados por Rajoy, con la
organización terrorista, y pareciera que refrendados por las
palabras del Rey : “ Si sale, sale…” sin tener en consideración
el precio que debíamos pagar los ciudadanos en esas componendas, que
han llenado de estupor, de sufrimiento y de ira a un parte de los
ciudadanos españoles.
España se muere
intoxicada por la corrupción de sindicatos, asociaciones
empresariales, financieros, y banqueros, entre los que se encuentra
el yerno del Rey, mientras desde la casa real se efectúan maniobras
orquestadas en la oscuridad, y se encomienda la defensa jurídica de
su hija a un prohombre/conseguidor catalán, de conocida y abierta
posición por el reconocimiento de la soberanía catalana en
detrimento de la soberanía nacional para llevar a cabo la
expropiación a España de una parte de si misma.
Los años de reinado del
Rey J. Carlos han sido años de Democracia en España, bajo una
Constitución garante de derechos y libertades en nuestro país. Esta
es la afirmación mas reiterada en estos días.
Lo cierto es que el
sistema democrático que nació con nuestra Constitución no ha sido
capaz de garantizar su cumplimiento en los aspectos esenciales de la
misma: el reconocimiento de la soberanía nacional que reside en el
pueblo español en su conjunto, contemplado en su artículo primero;
y su fundamento, en la indisoluble unidad de la Nación Española,
patria común e indivisible de los españole, en su artículo
segundo. La defensa de estos principios se ha pagado con la muerte
durante el reinado de Juan Carlos I; con aislamiento y la
marginación social, con las coacciones y amenazas al ejercicio de la
libertad política, con la presión sobre ciudadanos indefensos, sus
negocios, o sus familias. La Constitución se ha convertido en un
papel mojado, en poco más que un clínex en el que se suenan los
mocos los independentistas, y se secan las lágrimas de cocodrilo
todos aquellos que han hecho dejación absoluta y vergonzante de sus
obligaciones, políticas y de todo orden, de defensa de la
Constitución como norma democrática y suprema de nuestro
Ordenamiento Jurídico en todo el territorio nacional. Todo lo demás,
la modernización de nuestro país, el ejercicio de derechos y
libertades, estrictamente de carácter individual siempre que éstas
no atañan a la dimensión política del ciudadano, han tenido un
desarrollo que en mi opinión habría podido darse bajo cualquier
otra forma de régimen.
Podemos divorciarnos,
abortar, casarnos con hombres o con mujeres o con transexuales,
reunirnos como y donde queramos, defender y vanagloriarnos de nuestra
homosexualidad, opinar y expresarnos a cerca de cualquier cosa,
(menciono estos aspectos porque pudieran parecer derechos
“especialmente necesitados de protección”), pero no podemos
decir que somos españoles, que deseamos seguir siendo españoles,
que sentimos España en nuestro corazón, que respetamos nuestra
Historia, que nos identificamos con nuestra bandera constitucional,
que hablamos además de euskera y catalán, también español, y que
así lo queremos para nuestros hijos. Estas cosas no pueden decirse
libremente en Cataluña y en el País Vasco, no pueden decirse sin
miedo, sin pagar las consecuencias, sin ser un héroe.
El Rey se va con buena
salud. El Reino de España, agoniza.