lunes, 11 de agosto de 2014

EBOLA, EL NOMBRE DE NUESTRO MIEDO.

Ebola, la palabra que ha calentado el verano con fuegos abrasadores venidos de otro continente. Nos despierta de nuestro sueño simplón de cuerpos sobrealimentados, buscadores incansables de la eternidad, huidores de la arruga, juramentados en el bótox; perfiles ambiguos de seres confundidos y volátiles, solícitos consumidores de palabras, enganchados a las imágenes que nos confirmen quienes somos, que somos, y sobre todo, que quieren que seamos.

Ebola, pudiera ser un nombre de mujer o de una exótica danza, quizá un baile calentón... ¿que te gusta bailar, a mi me pone el zumba-zumba¡ uff pues a mi lo que mola, es el Ebola. Triste es la pasión que despierta la palabra que nos llega del otro lado del mundo, de Africa; el Continente de los diamantes, de hermosísimas lunas, de ardientes atardeceres.

Ebola canalla, que llega hasta nosotros con un cuchillo entre los dientes, y amenaza con cortarnos de cuajo la borrachera de adolescentes envejecidos que vivimos en nuestros pequeños y estrechos mundoS de diseño, donde no tenemos muy claro si vamos o venimos; donde, aturdidos miramos la televisión y escuchamos que a los negros, se les va la vida en sangre, y en heces, y en vómitos y en llantos.

Ebola, menudo marrón en Africa. Marrón, que es negro, como el Continente. El bicho dicen que es viajero y que va de extrangis. Que nos puede llegar en cualquier momento, aquí, a nuestra mismísima casa y darnos matarile. Un pié en el otro mundo, y el otro que nos queda en este valle, por un ratito nada mas, el que dure su destructor afán incansable. Ebola, que no, que no se baila, que se duerme. Dueño del sueño eterno, sin fin. El sueño del dolor, primero, y luego el del olvido.

Hace años que es un viejo conocido, solo de algunos. De los negros pobres. De los negros abandonados. De los negros lejanos. De los otros negros. De los que van quedando porque han sobrevivido al dengue, a la malaria, al tifus, a la tuberulosis, al sida... los supervivientes de la sed, del hambre en carne viva … los negros a los que nadie enseño a leer, a sumar... los niños que encallecen primero por los pies y luego, por el alma, con la fe inocente puesta en otro amanecer o en otra luna. Los padres y las madres reconocen al Ebola casi al instante, cuando empuja sus puertas siempre abiertas y se cuela hasta la cocina, y entonces, solo les queda abrazar a sus hijos y huir de su sombra hacia ninguna parte, ultima patria de aquellos que no son nada.

Desde 1976 algunas voces en su mayoría blancas, han clamado en el árido desierto de nuestra estulticia, del acomodo hortera y banal de mundos supuestamente modernos, acomodados y aburridos. Apenas llegaba a nuestros oidos el eco de sus gritos de auxilio, porque emergían de la otredad, de sombras harapientas y remotas, apenas perceptibles. Nunca contestamos a sus suplicas, estamos, en general, demasiado ocupados para prestar atención a los mundos susurrantes de aquellos que apenas tienen voz.

Pero ha sucedido, como si de un cuento terror de Lovecraft se tratase, que nuestro rey del mambo de los virus, el hoy archifamoso Ebola, ha visitado nuestro mundo, ni mas ni menos, y estamos estupefactos y perplejos porque, sencillamente, la Parca nos puede arrastrar por los pelos, como si no fuéramos otra cosa que ¡africanos negros¡.

¡ Ah, Occidente, la vieja Europa, la novísima Norteamerica, han despertado con pánico en los ojos y no saben si están dormidas o si está despiertas. Comienza a desperezarse Occidente. OMS se ha puesto las pilas, y reconoce que la embestida del virus puede causar un inmenso dolor, también a nosotros, a todos nosotros. El mundo científico se moviliza, trabaja a marchas forzadas, los mercados reflejan fielmente, disparando el precio de los laboratorios, los avances de posibles medicamentos eficaces. Es urgente calmar nuestro pánico, devolver la serenidad a nuestras placidas existencias, establecer mecanismos para preservar nuestra seguridad. Seguramente, tendremos éxito en nuestra batalla, porque en esta guerra contra el Ebola, hemos sacado toda nuestra artillería y estamos dispuestos a fajarnos en el combate.

Entre tanto, nos llega la noticia, de que George Combey, compañero y hermano de congregación Los Hermanos de San Juan de Dios, del sacerdote español Miguel Pajares, ha fallecido anoche, victima de la infección. Hace unos días, cayó, la hermana Chantal Pascaline. El padre Miguel está siendo sometido a un tratamiento aun experimental para tratar de salvar su vida.

Ellos, los voluntarios, los médicos y enfermeros cristianos, mujeres y hombres de diferentes iglesias, miembros de organizaciones humanitarias, han sido las voces en el aire que pasado como una brisa caliente por nuestros países, por los oídos de nuestros gobernantes, sin apenas rozarnos, ni movernos un pelo. Ellos, los que aguantaron hasta que no quedaba nadie que no fuera una alma, solos en compañía de la muerte, y del dolor de aquellos a los que cuidaron hasta su ultimo suspiro, son el símbolo de la grandeza que se esconde en la naturaleza humana. Ellos, nos devuelven la dignidad que creímos perdida cuando renunciamos a escuchar, a reflexionar, a reivindicar aquello que nos hace personas, cuando, perdimos la compasión y dejamos de sentir piedad.

Ellos, que son victimas y testigos, portadores de la infección y heroicos gladiadores armados de la esperanza, sabedores de la poderosa fuerza de la ultima sonrisa, de la penúltima palabra de consuelo... ellos, se han convertido de la noche a la mañana en protagonistas inesperados de la noticia en todo el Mundo, que no es otra que... el Miedo.


A todos aquellos que murieron santamente, heroicamente, en la defensa de la vida y del amor entre los hombres, tan lejos de todos, tan cerca del Cielo. Descansen en paz.