Ebola, la palabra que ha calentado el
verano con fuegos abrasadores venidos de otro continente. Nos
despierta de nuestro sueño simplón de cuerpos sobrealimentados,
buscadores incansables de la eternidad, huidores de la arruga,
juramentados en el bótox; perfiles ambiguos de seres confundidos y
volátiles, solícitos consumidores de palabras, enganchados a las
imágenes que nos confirmen quienes somos, que somos, y sobre todo,
que quieren que seamos.
Ebola, pudiera ser un nombre de mujer o
de una exótica danza, quizá un baile calentón... ¿que te gusta
bailar, a mi me pone el zumba-zumba¡ uff pues a mi lo que mola, es
el Ebola. Triste es la pasión que despierta la palabra que
nos llega del otro lado del mundo, de Africa; el Continente de los
diamantes, de hermosísimas lunas, de ardientes atardeceres.
Ebola canalla, que llega hasta nosotros
con un cuchillo entre los dientes, y amenaza con cortarnos de cuajo
la borrachera de adolescentes envejecidos que vivimos en nuestros
pequeños y estrechos mundoS de diseño, donde no tenemos muy claro si
vamos o venimos; donde, aturdidos miramos la televisión y escuchamos
que a los negros, se les va la vida en sangre, y en heces, y en
vómitos y en llantos.
Ebola, menudo marrón en Africa.
Marrón, que es negro, como el Continente. El bicho dicen que es
viajero y que va de extrangis. Que nos puede llegar en
cualquier momento, aquí, a nuestra mismísima casa y darnos
matarile. Un pié en el otro mundo, y el otro que nos queda en este
valle, por un ratito nada mas, el que dure su destructor afán
incansable. Ebola, que no, que no se baila, que se duerme. Dueño del
sueño eterno, sin fin. El sueño del dolor, primero, y luego el
del olvido.
Hace años que es un viejo conocido,
solo de algunos. De los negros pobres. De los negros abandonados. De
los negros lejanos. De los otros negros. De los que van quedando
porque han sobrevivido al dengue, a la malaria, al tifus, a la
tuberulosis, al sida... los supervivientes de la sed, del hambre en
carne viva … los negros a los que nadie enseño a leer, a sumar...
los niños que encallecen primero por los pies y luego, por el alma,
con la fe inocente puesta en otro amanecer o en otra luna. Los padres
y las madres reconocen al Ebola casi al instante, cuando empuja sus
puertas siempre abiertas y se cuela hasta la cocina, y entonces, solo
les queda abrazar a sus hijos y huir de su sombra hacia ninguna
parte, ultima patria de aquellos que no son nada.
Desde 1976 algunas voces en su mayoría
blancas, han clamado en el árido desierto de nuestra estulticia,
del acomodo hortera y banal de mundos supuestamente modernos,
acomodados y aburridos. Apenas llegaba a nuestros oidos el eco de sus
gritos de auxilio, porque emergían de la otredad, de sombras
harapientas y remotas, apenas perceptibles. Nunca contestamos a sus
suplicas, estamos, en general, demasiado ocupados para prestar
atención a los mundos susurrantes de aquellos que apenas tienen voz.
Pero ha sucedido, como si de un cuento
terror de Lovecraft se tratase, que nuestro rey del mambo de los
virus, el hoy archifamoso Ebola, ha visitado nuestro mundo, ni mas ni
menos, y estamos estupefactos y perplejos porque, sencillamente, la
Parca nos puede arrastrar por los pelos, como si no fuéramos otra
cosa que ¡africanos negros¡.
¡ Ah, Occidente, la vieja Europa, la
novísima Norteamerica, han despertado con pánico en los ojos y no
saben si están dormidas o si está despiertas. Comienza a
desperezarse Occidente. OMS se ha puesto las pilas, y reconoce que
la embestida del virus puede causar un inmenso dolor, también a
nosotros, a todos nosotros. El mundo científico se moviliza, trabaja
a marchas forzadas, los mercados reflejan fielmente, disparando el
precio de los laboratorios, los avances de posibles medicamentos
eficaces. Es urgente calmar nuestro pánico, devolver la serenidad a
nuestras placidas existencias, establecer mecanismos para preservar
nuestra seguridad. Seguramente, tendremos éxito en nuestra batalla,
porque en esta guerra contra el Ebola, hemos sacado toda nuestra
artillería y estamos dispuestos a fajarnos en el combate.
Entre tanto, nos llega la noticia, de
que George
Combey,
compañero
y hermano de congregación Los Hermanos de San Juan de Dios, del
sacerdote español Miguel Pajares, ha fallecido anoche, victima de la
infección. Hace unos días, cayó, la hermana Chantal Pascaline. El
padre Miguel está siendo sometido a un tratamiento aun experimental
para tratar de salvar su vida.
Ellos,
los voluntarios, los médicos y enfermeros cristianos, mujeres y
hombres de diferentes iglesias, miembros de organizaciones
humanitarias, han sido las voces en el aire que pasado como una brisa
caliente por nuestros países, por los oídos de nuestros
gobernantes, sin apenas rozarnos, ni movernos un pelo. Ellos, los que
aguantaron hasta que no quedaba nadie que no fuera una alma, solos
en compañía de la muerte, y del dolor de aquellos a los que
cuidaron hasta su ultimo suspiro, son el símbolo de la grandeza que
se esconde en la naturaleza humana. Ellos, nos devuelven la dignidad
que creímos perdida cuando renunciamos a escuchar, a reflexionar, a
reivindicar aquello que nos hace personas, cuando, perdimos la
compasión y dejamos de sentir piedad.
Ellos,
que son victimas y testigos, portadores de la infección y heroicos
gladiadores armados de la esperanza, sabedores de la poderosa fuerza
de la ultima sonrisa, de la penúltima palabra de consuelo... ellos,
se han convertido de la noche a la mañana en protagonistas
inesperados de la noticia en todo el Mundo, que no es otra que...
el Miedo.
A
todos aquellos que murieron santamente, heroicamente, en la defensa
de la vida y del amor entre los hombres, tan lejos de todos, tan cerca del Cielo.
Descansen en paz.