No hay manera de librarse de este señor
pesadísimo que se llama Pablo Iglesias. La tele, los medios
digitales, la prensa escrita es que no nos dan respiro, en el café
madrugador de la mañana, en la radio, que si Podemos esto, que si
D.Pablo lo otro, y mas de lo mismo en los informativos, las tertulias
a todas horas, nos muestan de frente al personaje, de costado, mirando al
horizonte, posando como una diva "joligudiana" a media sonrisa y mirada
seductora de “.... chica tu valeshhhhhsss muuuuuschoooo”. Que
cansancio veraniego, que sopor, que aburrimiento la charleta del Sr.
Iglesias. Me habia propuesto no mencionar al superferolítico lidercillo de moda, no cruzar la portezuela del
corralito en el que D. Pablo pone los huevos, con perdón, en sentido
figurado y considerado como figura retórica un ave gallinácea, por
lo de su contínuo y pertinaz cacareo. Hoy el huevo lo ha puesto en el
Diario El Mundo en el que este señor viene a decir que
Jesucristo y él serían algo así como colegas, y que Jesús militaría en
su formación política. Como parece obvio, la vanidad del personaje es supina,
y su ego, paulatinamente más hipertrófico. D. Pablo camina con
pasos apresurados hacía una egolatría patética, y en esta perdida
de pudor no tiene el menor inconveniente en mostrarse como un
personajillo sencillamente ridículo.
Pero, como el verano en Madrid está
siendo maravillosamente templado, y sus mañanas frescas y
luminosas... Como sus calles estan serenas y apacibles, sin el
bullicio de la gran ciudad funcionando a pleno rendimiento, y como me
siento especialmente generosa en este viernes fiesta en mi ciudad,
le dedico a D. Pablo, a sus seguidores, y simpatizantes, un relato
muy breve de Slawomir
Mrozek, que
se titula
“La Revolución”, como antídoto eficaz contra el pensamiento
dogmático, las tentaciones liberticidas, y sobre todo, contra la
ramplonería vulgar de los personajes populistas de medio pelo, con pinta además, de estar sucio y casposo.
A todos aquellos
que visiten esta mi casa, y que en nada se identifiquen con el señor
Iglesias, les digo por anticipado, que les va a divertir enormemente
la grandiosa sabiduría, que les impresionará la inteligencia libre, que
se esconde este cuentito, del escritor polaco anticomunista ,
fallecido recientemente en exilio.
Sin más, aquí
tienen:
“LA
REVOLUION”. Autor Slawomir
Mrozek
En
mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la
mesa.
Hasta
que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí.
Durante
un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento
acabó por volver.
Llegué
a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o
mejor dicho, su situación central e inmutable.
Trasladé
la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista.
La
novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la
incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no
podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había
sido mi posición preferida.
Pero
al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedo más
que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en
medio.
Esta
vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una
habitación es más que inconformista.
Es
vanguardista.
Pero
al cabo de cierto tiempo...Ah, si no fuera por ese "cierto
tiempo". Para ser breve, el armario en medio también dejo de
parecerme algo nuevo y extraordinario.
Era
necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante.
Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio
verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el
inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay
que hacer una revolución.
Decidí
dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un
armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir
en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores
de columna.
Sí,
esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que
esta vez "cierto tiempo" también se mostró impotente. Al
cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al
cambio -es decir, el cambio seguía siendo un cambio-, sino que, al
contrario , cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor
aumentaba a medida que pasaba el tiempo.
De
modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de
resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no
aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama.
Dormí
tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto
a la pared y la mesa en medio , porque el armario en medio me
molestaba.
Ahora
la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y
cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui
revolucionario.