viernes, 15 de agosto de 2014

REVOLUCIONARIO DE PAPEL COUCHE

No hay manera de librarse de este señor pesadísimo que se llama Pablo Iglesias. La tele, los medios digitales, la prensa escrita es que no nos dan respiro, en el café madrugador de la mañana, en la radio, que si Podemos esto, que si D.Pablo lo otro, y mas de lo mismo en los informativos, las tertulias a todas horas, nos muestan de frente al personaje, de costado, mirando al horizonte, posando como una diva "joligudiana" a media sonrisa y mirada seductora de “.... chica tu valeshhhhhsss muuuuuschoooo”. Que cansancio veraniego, que sopor, que aburrimiento la charleta del Sr. Iglesias. Me habia propuesto no mencionar al superferolítico lidercillo de moda, no cruzar la portezuela del corralito en el que D. Pablo pone los huevos, con perdón, en sentido figurado y considerado como figura retórica un ave gallinácea, por lo de su  contínuo y pertinaz cacareo. Hoy el huevo lo ha  puesto en el Diario El Mundo en el que este señor viene a decir que Jesucristo y él serían algo así como colegas, y que Jesús militaría en su formación política. Como parece obvio, la vanidad del personaje es supina, y su ego, paulatinamente más hipertrófico. D. Pablo camina con pasos apresurados hacía una egolatría patética, y en esta perdida de pudor no tiene el menor inconveniente en mostrarse como un personajillo sencillamente ridículo.

Pero, como el verano en Madrid está siendo maravillosamente templado, y sus mañanas frescas y luminosas... Como sus calles estan serenas y apacibles, sin el bullicio de la gran ciudad funcionando a pleno rendimiento, y como me siento especialmente generosa en este viernes fiesta en mi ciudad, le dedico a D. Pablo, a sus seguidores, y simpatizantes, un relato muy breve de Slawomir Mrozek, que se titula “La Revolución”, como antídoto eficaz contra el pensamiento dogmático, las tentaciones liberticidas, y sobre todo, contra la ramplonería vulgar de los personajes populistas de medio pelo,  con pinta además, de estar sucio y casposo.

A todos aquellos que visiten esta mi casa, y que en nada se identifiquen con el señor Iglesias, les digo por anticipado, que les va a divertir enormemente la grandiosa sabiduría, que les impresionará la inteligencia libre, que se esconde este cuentito, del escritor polaco anticomunista , fallecido recientemente en exilio.

Sin más, aquí tienen:

LA REVOLUION”. Autor Slawomir Mrozek


En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa.
Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí.
Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver.
Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable.

Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista.

La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición preferida.
Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedo más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio.
Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista.

Es vanguardista.

Pero al cabo de cierto tiempo...Ah, si no fuera por ese "cierto tiempo". Para ser breve, el armario en medio también dejo de parecerme algo nuevo y extraordinario.

Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución.

Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna.

Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez "cierto tiempo" también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio -es decir, el cambio seguía siendo un cambio-, sino que, al contrario , cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo.

De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama.
Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio , porque el armario en medio me molestaba.

Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario.