miércoles, 3 de febrero de 2010

TE HE VISTO…, AVATAR


Avatar, la película de ciencia ficción dirigida por James Cameron, se ha convertido desde su estreno en un rotundo éxito. Su proyección en la gran pantalla haciendo uso de la tecnología 3D, es decir, jugando con la profundidad y el relieve en su visualización supone una novedad tecnológica que imagino está contribuyendo a la recaudación multimillonaria de la productora norteamericana con la distribución de su película en todo el mundo.

Pero no es el aspecto tecnológico lo que me interesa abordar de Avatar. Vaya por delante que, soy muy aficionada en primer lugar al cine de ciencia ficción, (también a la literatura de este género), en segundo lugar al cine de producción norteamericana, y en tercer lugar que tengo un enorme respeto por el trabajo bien hecho. Avatar reúne las tres condiciones para que merezca mi atención. Había oido alguna cosa respecto de la película, pero como no tengo mucho tiempo, ni tampoco ganas de prestar oídos a todo lo que se dice ni se escribe en los mass-media, puede decirse que me coloque frente a la pantalla con una predisposición tan impoluta como un folio en blanco.

Desde los primeros minutos es evidente que nos encontramos ante un espectáculo visual muy divertido, técnicamente logradísimo, con imágenes de una dinámica excepcional, con efectos visuales verdaderamente mágicos; a medio camino entre el cine convencional de acción épica y los recursos propios de los juegos interactivos de ordenador, nos vamos introduciendo en un mundo “virtual”, de atmósfera a la vez terrenal y onírica. Nada que objetar en este sentido a Avatar.

Pero, Avatar no es solo la tecnología aplicada a la imagen, al cine. Avatar es un producto económico que debe venderse y venderse bien. Y, para ello, es necesario que sea capaz de concitar la atención de millones de espectadores más allá de sus recursos visuales. Aquí reside, en mi opinión, el aspecto más interesante de la película. Avatar no es un film “blanco” o “inocuo”. La película esta concebida argumentalmente con un alto contenido ideológico, inserta en la corriente “progresista” que dirige una parte importantísima de la multimillonaria industria del cine, pero no solo del cine, sino del arte en general, de la literatura en particular, de los medios de comunicación, de grupos económicos, y de movimientos de poder en el mundo desarrollado.

Estamos en mi opinión, y para sintetizar, ante el consabido y explotado “mito del buen salvaje” de Jean-Jacques Rousseau, superado por el conocimiento y la contundencia de los hechos históricos, por la realidad, y que difícilmente resiste el análisis intelectual cuando se confronta con el devenir de la Historia. El mito del pensador francés, nos situa en la tesis de que el hombre puro, involucionado, en estado de subdesarrollo cultural, inserto en un mundo natural y adherido al mismo desde la inocencia y la inacción es un hombre pleno, libre y feliz.

Esta “pildorita” nos endilga Avatar. A lo tonto y a lo bobo, como diría mi abuela, nos meten el rollito progre a lomos de un saurio volador intergaláctico, mecidos por el viento ese del que habla Zapatero y que no pertenece a nadie sino a la Tierra… y a los dragones de James Cameron, bueno, y a los “molinillos” de las superestructuras empresariales dedicadas a los moler nuestras economías domésticas con el recibo de la luz.

En el contexto del “buenísimo” salvaje, el argumento de la película cuenta con todos los ingredientes que la progresía internacional utiliza como instrumentos “transformadores” de nuestra sociedad.

La historia que cuenta la película, es una historia de buenos y de malos, en la que los malos son los seres humanos corrientes y molientes, y sus instituciones de seres “civilizados”, a saber…El ejército, encarnado por los marines norteamericanos con un sargento al uso, (cara de malo, musculoso, vocerón, violento y antipático, con pelo a cepillo y mirada aviesa), el poder económico, representado por el alto cargo de una compañía explotadora minera, egoísta, ambicioso e inmoral, que pretende a toda costa explotar el mineral que subyace bajo la tierra fértil de Pandora, y los científicos, indispensables en el objetivo colonizador-explotador del proyecto que debe llevarse a cabo en el planeta. Como digo, estos son los malos (con alguna excepción como veremos). Los buenos, ¿Quiénes son los buenos? Los Na’vi , naturalmente, los habitantes de Pandora. Una raza de seres humanoides azulados, de escaso dimorfismo sexual, esbeltos, de mirada felina, ágiles como simios, de rápidas reacciones como lagartijas, con un rabo fashion con el que se comunican y conectan en un nivel extrasensorial, y orejas que me recuerdan a las de un perrito yorkshire, pero sin pelo. Son seres atractivos, esculturales y estilizados, que evocan la belleza corporal de los etíopes. Seres que habitan en un gran árbol “madre”, y que viven trepando y deslizándose por árboles gigantescos, en un paraíso galáctico de luces y cascadas, rodeados de seres feísimos, con apariencia de ferocidad pero beatíficos con los que conviven en una armonía perfecta y donde las almas “cuelgan” de los árboles donde se supone que residen. Antes decía que había una excepción a la maldad de los humanos ¿Cuál? La excepción son los humanos que que deciden ponerse del lado de los indefensos y extraordinarios Na’vi, enfrentándose a sus congéneres.
Acabada la película, uno cae en la cuenta de que a lo largo de las 2hora, 40minutos de duración, en las que se nos muestran las bondades de este mundo “natural”, armónico y feliz que constituye la sociedad, mejor dicho, la comunidad de los Na,vi (una sociedad es otra cosa mucho más compleja) no hemos visto, entre los pobladores de Pandora, ancianos y no hemos visto niños. No les hemos visto buscar alimento ni sufrir la enfermedad, tampoco les hemos visto morir (salvo por el efecto contundente de las armas usadas por los humanos). No hemos detectado ningún tipo de diversificación del trabajo social; tampoco parece reflejarse algún indicio de identidad individual, de privacidad o intimidad de sus individuos. Sus estímulos vitales no vienen dados por la acuciante necesidad de sobrevivir, sino por los impulsos inocentes de su corazón o de sus sentidos, que son inmediatamente reconocidos, aceptados y complacidos por lo que para los quechuas es la “Pachamama”, o madre Tierra. Son los Na’vi, para concluir, naturalmente buenos y naturalmente felices.

La película, se mantiene firmemente, en la maniquea tesis roussonania: el hombre en la Naturaleza es bueno y feliz, el hombre en la Sociedad es desgraciado y perverso. Asi de sencillo y así de fraudulento.

Como esta página y las que la preceden y las que le seguirán constituyen un ámbito de libertad intelectual para quien las escribe y solo hablan “enmipropionombre”, reivindico para mi un mundo humano e imperfecto, que incluya las lágrimas y la enfermedad, el amor y la muerte. El reconocimiento de la individualidad y la libertad de sus miembros. Una Historia humana de errores y de culpas por las que sentir un profundo y sentido arrepentimiento. Un devenir humano de agotadoras y magistrales pruebas de ensayo/error, de conocimientos heredados de nuestros antepasados; de pasos torpes y exitosos avances en el anhelo siempre inalcanzable y siempre presente de la superación del dolor y la búsqueda de la felicidad. Una estructura de organización humana cada vez mas sociedad con individuos mas autónomos de la naturaleza y más responsables y respetuosos con ella. Una sociedad donde el azar se minimice y se combata con la inteligencia la disciplina y el esfuerzo una Naturaleza a menudo hostil y homicida. Porque el viento zapateril, a veces es una brisa que saluda nuestros sentidos y a veces, es un huracán que nos arranca de los brazos a nuestros hijos. Es la misma Naturaleza la que imprime en nuestras pupilas la belleza transparente y blanca de los hielos del Ártico, que aquella que estalla violentamente y escupe desde sus entrañas la lava que arrastra nuestros pueblos. Es verdad que la Naturaleza no nos pertenece, porque difícilmente puede pertenecernos algo de lo que formamos parte. Y es que, nosotros somos también Naturaleza, y por tanto, de modo indirecto, el producto de nuestras acciones es la consecuencia de una forma natural perfectamente identificable que es lo humano.

Los seres humanos no tenemos que comunicarnos moviendo un rabo, como los Na’vi, porque tenemos la palabra. La palabra que alberga todo el Universo. La palabra que constituye la abstracción de lo real, y transforma lo abstracto en comunicación. Nuestra madre no es un árbol, sino la piel que nos protege y nos enseña. Nuestra familia no es la Tierra, son los ojos que nos miran en nuestra infancia, y las manos que nos impulsan y ayudan a dar los primeros pasos. Nuestro Dios no vaga flotando en forma de mariposas espaciales revoloteando en nuestro entorno, sino que vive dentro de nosotros, a veces tan escondido que ni siquiera sabemos que está ahí y, entonces, nos sentimos aún más indefensos y más solos.

Lo específicamente humano es la sensación de vulnerabilidad ante lo desconocido, el miedo a la enfermedad y a la muerte; también la risa, la solidaridad y la esperanza; es nuestra la capacidad creadora de la música que eleva nuestra alma, del instrumento afilado para matar el animal que garantice nuestro sustento y el de nuestra familia, y, también, es nuestro el intrincado sistema de conocimientos tecnológicos que hace posible una película visualmente tan hermosa como Avatar.
Pero que no quieran confundirnos. Ese es un juego que yo no voy a jugar. Avatar es un cuento épico poco edificante; la Tierra es mi hogar a veces confortable y a veces francamente incomodo, pero, en todo caso, no es mi amo. ¿ Y el viento…? El viento es, como deciamos de niños, “el aire en movimiento”. Y, el presidente de mi país…me parece un cursi de tomo y lomo, además de otras cosas que dejo para mejor oportunidad...

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