martes, 15 de octubre de 2013

A ÉL ... SHALOM …

Con los ojos entornados, casi cerrados, dice la música. En sus manos,  aferradas a un pasado de siglos, milenario de profetas y mártires, recoge las gotitas del rocío que amanece tras el Holocausto. Dedos que se deslizan por las cuerdas tensas de una guitarra a veces anhelante, a veces doliente, siempre enamorada. Su voz mana a  borbotones desde el silencio sembrado de ecos, de murmullos, de lamentos, de risas, de añoranzas muertas, de nacimientos agonizantes, de viejas esperanzas, siempre por estrenarse y en la cabeza, sobre los hombros encorvados, doblegados por paso de los años que ya no volverán,  corona su cabeza un sombrero del color de la noche, de la duda; acompañante leal de todos  los escenarios, testigo elocuente de los abrazos, de las  emociones regadas con su palabra.

La poesía se cae, apenas sin hacer ruido, de sus labios como el  beso del hombre anciano en la plenitud de la edad tardía, mientras el hacedor de historias, teje incansablemente, versos enamorados y epitafios.

Todá, rabá. Gracias,  Leonard Cohen …