La mona Chita ha visitado el Congreso de los Diputados esta mañana. Pegando alaridos se ha encaramado a los asientos de la tribuna de invitados. Se ha presentado como vulgarmente se dice, en bolas, con una leyenda rotulada sobre la piel en la que reivindica y califica el aborto como un acto sagrado. Me pregunto que tipo de neuronas amueblarán la zotea de estas mujeres simiescas que les lleve a la conclusión de que hay alguien con algún interés en dedicarles un minuto de atención por el simple hecho de abrir la boca lanzando gruñidos y enseñando las tetas a troche y moche.
No hemos tenido suficiente las mujeres a lo largo de la Historia con la reducción de nuestra identidad y nuestra existencia a nuestros meros atributos físicos de diferenciación sexual, para que estos oscuros personajes se erijan en abanderadas y defensoras de nuestros supuestos derechos. Es que no se enteran las pobres. No tienen ni idea de lo que somos las mujeres y de lo que queremos ser, que no somos un escote, no somos dos pezones, ni somos agujeros colocados por la Naturaleza de manera estratégica, ni somos el impudor, ni los hombres son nuestros enemigos, ni tenemos en nuestras aspiraciones la necesidad ni el deseo de abortar a nuestros niños. Que no. Que no se enteran.
Me da vergüenza que me mencionen como mujer, en sus reivindicaciones, no porque me ofenda o impresione su banal desnudez. Me da vergüenza ajena su patetismo, su ridícula pretensión de llamar la atención haciendo uso de sus atributos específicos de mujeres, en un comportamiento grotesco, pedestre, y de mal gusto. Una vez mas las feminazis aburren hasta las ovejas con sus numeritos supuestamente liberadores. Sus comportamientos públicos como el de hoy dejan bien a las claras el carácter sexista de su ideología de genero, antidemocrático e irrespetuoso con las instituciones soberanas. En cuanto a la afirmación del carácter sagrado del aborto, es una simpleza tan elocuente, que su vacuidad la hace, sencillamente, indigna atención intelectual, científica o moral.
En el Congreso de los Diputados tres personas han elegido degradar su condición de mujeres al de hembras de especie. Han llegado despreciando el lenguaje propio de la condición humana y dando carnaza, la suya propia. Quizá sea lo único que estas señoras puedan ofrecer. En todo caso, que se no equivoquen, a las mujeres no nos representan. Las mujeres somos más, mucho más. Somos, como los hombres, personas y lo que nos caracteriza a unos y a otras no es, precisamente, el dimorfismo sexual, sino la capacidad de reconocernos respetuosamente, solidariamente, de manera inteligente y reflexiva y cuando mas afortunados somos, amorosa. Ellos y nosotras, hace muchísimo tiempo que dejamos de gruñir y de arañar, al parecer las feminazis todavía no se han enterado y pretenden seguir expeliendo feromonas en un universo donde la palabra ha conquistado el espacio.
Lo dicho, que no se enteran. Las pobres, no se enteran
No hemos tenido suficiente las mujeres a lo largo de la Historia con la reducción de nuestra identidad y nuestra existencia a nuestros meros atributos físicos de diferenciación sexual, para que estos oscuros personajes se erijan en abanderadas y defensoras de nuestros supuestos derechos. Es que no se enteran las pobres. No tienen ni idea de lo que somos las mujeres y de lo que queremos ser, que no somos un escote, no somos dos pezones, ni somos agujeros colocados por la Naturaleza de manera estratégica, ni somos el impudor, ni los hombres son nuestros enemigos, ni tenemos en nuestras aspiraciones la necesidad ni el deseo de abortar a nuestros niños. Que no. Que no se enteran.
Me da vergüenza que me mencionen como mujer, en sus reivindicaciones, no porque me ofenda o impresione su banal desnudez. Me da vergüenza ajena su patetismo, su ridícula pretensión de llamar la atención haciendo uso de sus atributos específicos de mujeres, en un comportamiento grotesco, pedestre, y de mal gusto. Una vez mas las feminazis aburren hasta las ovejas con sus numeritos supuestamente liberadores. Sus comportamientos públicos como el de hoy dejan bien a las claras el carácter sexista de su ideología de genero, antidemocrático e irrespetuoso con las instituciones soberanas. En cuanto a la afirmación del carácter sagrado del aborto, es una simpleza tan elocuente, que su vacuidad la hace, sencillamente, indigna atención intelectual, científica o moral.
En el Congreso de los Diputados tres personas han elegido degradar su condición de mujeres al de hembras de especie. Han llegado despreciando el lenguaje propio de la condición humana y dando carnaza, la suya propia. Quizá sea lo único que estas señoras puedan ofrecer. En todo caso, que se no equivoquen, a las mujeres no nos representan. Las mujeres somos más, mucho más. Somos, como los hombres, personas y lo que nos caracteriza a unos y a otras no es, precisamente, el dimorfismo sexual, sino la capacidad de reconocernos respetuosamente, solidariamente, de manera inteligente y reflexiva y cuando mas afortunados somos, amorosa. Ellos y nosotras, hace muchísimo tiempo que dejamos de gruñir y de arañar, al parecer las feminazis todavía no se han enterado y pretenden seguir expeliendo feromonas en un universo donde la palabra ha conquistado el espacio.
Lo dicho, que no se enteran. Las pobres, no se enteran