A falta de dos días para la
celebración de las elecciones generales escribo esta página recordando la
bronca cariñosa que me dedicaba un amigo por ausentarme de esta mi casa virtual
durante un largo tiempo. ¡ya te vale -me decía- hace más de dos meses que no
escribes ni una palabra en tu blog¡. Es cierto. El silencio, en este caso, ha
sido el mejor vehículo para expresar mi opinión sobre los acontecimientos que
están teniendo lugar en mi país últimamente. La legislatura que ha encabezado
como presidente del Gobierno Mariano Rajoy, al mando del Partido Popular, toca
a su fin. El tiempo ha volado, como quien dice, y estos últimos cuatro años son
ya historia. Resta el momento crucial de depositar el voto ciudadano que
permita enterrar el pasado, y alumbrar una nueva legislatura.
La maquinaria electoral está en
marcha, a pleno rendimiento, y los principales líderes políticos echan el resto
buscando llenar la cesta con el mayor número de votos posibles. Nada que objetar, nada que añadir, que
reseñar. La cuestión, en lo que a mí concierne, es que la jornada del próximo
domingo día 20 de noviembre, tiene
un nulo interés en relación con la fuerzas políticas dominantes. Y es
justamente esta circunstancia, el infinito aburrimiento, lo que define el
estado de mi ánimo en relación con los resultados de la inmediata cita en las
urnas, lo que no impide que sea plenamente consciente de que abordamos estos
comicios con importantísimas novedades, respecto de lo que hasta ahora han sido
las distintas elecciones en España.
Por primera vez en la historia de
nuestra democracia, sobre el tapete de la mesa de juego, las cartas no van a
repartirse entre dos fuerzas políticas de potencia equivalente. Ahora, hay que
repartir a cuatro, y de entre ellos, viendo el escaso montante que resta en el
mazo de la baraja, no parece que ninguno sea capaz de alzarse con una victoria
suficiente como para doblegar las ansias de poder del resto. Así las cosas,
aventurar un vencedor no resulta tan difícil como intuir quien o quienes nos
van a gobernar los próximos cuatro años. Porque con toda seguridad, no van a
ser las siglas de un determinado partido político las que puedan hacer valer su
preeminencia; serán las fuerzas de ideología, en mayor o menor medida
compartida, las que estableciendo alianzas al precio que haga falta se
repartirán primero el cotarro, para después, cortar el bacalao con el cuchillo
que traen entre los dientes.
Escucho con frecuencia que el tiempo de las ideologías es un
tiempo pretérito, que nuestro presente,
es un tiempo tecnológicamente avanzado, en el que no hay lugar para grandes
elucubraciones filosófico-políticas; un tiempo domesticado por las redes
sociales, y los medios audiovisuales. Nuestros cerebros están ávidos de ingerir
píldoras de certezas.
Nuestro tiempo parece transcurrir siempre en un presente de
indicativo, que sin embargo envejece apenas recién nacido, y se multiplica por
la red de redes sin dar un respiro y sin cuartel. En este medio virtual y en
gran medida, difuso, se mueve una gran masa de votantes que el domingo acudirá a
las urnas a expresar su voluntad, para elegir a aquellos que serán sus
representantes.
Durante estos últimos cuatro años, hemos asistido a dos
fenómenos extraordinariamente novedosos, que han puesto a prueba la solidez del
sistema, y la eficacia del mismo para aportar innovadoras alternativas
democráticas capaces de taponar las cuchilladas infligidas al propio sistema por aquellos que han
mantenido conductas publicas irresponsables,
e incluso, delictivas, y cuya única misión debería haber sido la de velar por la salud y el
progreso de nuestro sistema democrático. La crisis económica y la corrupción a
la que se le ha aplicado el apellido de “política” constituyen las dos variables
que han condicionado de manera radical la
legislatura que ahora finaliza. Al
albur, de ambas cuestiones, han emergido en el panorama político fuerzas
canalizadoras del descontento, la decepción, la frustración y también la
esperanza, de los ciudadanos que se han visto afectados de lleno en su vida personal,
de manera directa e implacable por las
consecuencias devastadoras de la crisis económica y la corrupción en
España.
Ambas cuestiones, crisis y corrupción, se han atribuido sin
contemplaciones a Partido Popular, y en mucha menor medida al Partido
Socialista (en menor medida porque en este país nuestro, los pecados veniales e
incluso mortales, cometidos por politicos de izquierda suelen zanjase con la pérdida
de las elecciones y pelillos a la mar). Esgrimiendo la bandera de la regeneración
ha surgido el partido de Albert Rivera, Ciudadanos, y la cuarta pata de la
mesa, Podemos, con Pablo Iglesias al frente. Excuso decir que, ni el Partido
Popular es parangonable con el PSOE, por más que hayan ambos ostentado responsabilidades
de gobierno, ni lo son, Ciudadanos y Podemos porque ambos aparezcan como
partidos emergentes.
Es evidente que solo pueden corromperse aquellos que detentan
el poder de uno u otro modo, y solo pueden fracasar en términos de gobierno,
aquellos que lo han ejercido. Es fácil deducir que las acusaciones de corruptos
e incompetentes, no parece razonable imputarlas
ni a Albert Rivera ni a Pablo Iglesias, sencillamente porque todavía no
han pillado cacho de la cosa pública a gran escala y durante suficiente tiempo,
aunque después de las elecciones autonómicas y locales, contamos con
suficientes indicios, de unos y de otros, como para hacernos una idea de cómo
tocan la flauta y del pie que cojean. En este escenario, no podían faltar los
nacionalistas/independentistas, apoyados todos ellos, tanto vascos como
catalanes, por lo peor de cada casa: las famélicas fuerzas que le van quedando
al PSOE, los filoetarras vascos y navarros, y sus homólogos antisistema de
cualquier parte del territorio patrio.
Estos, son nuestros bueyes, y con ellos tenemos que arar. El
panorama que se me ofrece, francamente no me resulta en absoluto seductor. La
elección entre unos y otros me exige un
ímprobo esfuerzo y a estas alturas de mi vida, la pereza en estos asuntos va
ganando terreno. No es que me haya vuelto pasota o indiferente ante las
circunstancias políticas, económicas o sociales que vive mi país. Más bien al
contrario. Mi experiencia personal me ha vuelto exigente y la valoración ética de
las conductas públicas, la conducta moral de los dirigentes políticos, la
eficiencia y la eficacia de su gestión, colocan el listón de mi confianza en
terminado nivel que por uno u otro motivo, las propuestas políticas
“dominantes” no alcanzan.
Por otro lado, tengo la viva impresión, de que, llevamos
cuatro años, hablando con demasiada insistencia del parné, lo que, dicho sea de
paso, me desagrada y decepciona profundamente. La economía ocupa el centro y a periferia del
discurso político, sea éste cual sea. La corrupción y la crisis calificada como
fundamentalmente “económica” son la esencia de los insultos y acusaciones, de
las reivindicaciones y propuestas de regeneración, que se dirigen a los
ciudadanos de las que cuelgan etiquetas con su precio en euros. Por otro lado,
los ciudadanos en su conjunto, preguntan a veces airados, a veces
desconfiados, esperanzados, o
expectantes, ¿Qué hay de lo mío? Y eso mío tiene que ver las más de las veces,
con lo mío en el sentido más literal de la palabra.
La respuesta de los candidatos, los partidos que lideran,
las estructuras de poder económico que los sustentan, tienen la lección bien
aprendida de manera que sus mensajes
electorales ponen el acento justamente en la cuestión económica, tanto cuando
juegan en la defensa como cuando lo
hacen en el ataque.
Sucede que, el debate político en estos términos,
francamente no me interesa. Considero que la dirección económica de un país es
de radical importancia para su presente y para su futuro; que el progreso y el
bienestar de su ciudadanía dependen de manera
importantísima de un sistema económico saludable y eficiente. Pero no
únicamente, y si me apuran, no de una
manera determinante.
He puesto atención desde
hace muchos meses, en la evolución que han seguido los partidos
políticos con más opciones de representación en el futuro Parlamento y como
supongo la mayor parte de la ciudadanía, me he formado una opinión al respecto,
basada en la cual tengo tomada mi decisión respecto de la próxima cita
electoral. A grandes rasgos, y sin entrar en detalladas consideraciones …
La opción que representa la izquierda radical de Podemos
supone a mi modo de ver, un enorme
peligro para la Democracia
en nuestro país; otorgar el poder a su líder Pablo Iglesias, supondría
retrotraernos a un pasado carente de garantías democráticas, generaría inmensa pobreza y sufrimiento, como
ha sucedido durante años en Venezuela en manos, aun hoy, de gobiernos
criminales a los que los cuadros dirigentes de Podemos asesoraron concienzudamente
en los procedimientos a seguir en el acoso y derribo de los derechos humanos y
libertades de los ciudadanos venezolanos. Me pregunto cómo hemos llegado a una
situación en España en la que una opción liberticida como la encarnada por
Pablo Iglesias, cuyos dirigentes máximos tienen un siniestro pasado político,
ha conseguido aglutinar el importantísimo apoyo ciudadano que hoy detenta. La
respuesta la encuentro en la pintura de
Goya “Duelo a garrotazos”, que describe dolorosamente, la ferocidad
inmisericorde tan propia de los españoles cuando dejamos salir a pasear a nuestros
demonios, bien nutridos por la ignorancia, el odio, el rencor y la envidia.
Creo, que el PSOE,
por su parte, es responsable directo de
la catástrofe económica que los españoles hemos sufrido de manera durísima en
una crisis sin precedentes; que el asunto
de Cataluña se radicalizó con la determinación que tomo en su momento
Rodríguez Z. en relación con la aceptación sin más de un Estatuto que vulneraba
las reglas del juego democrático; que el presidente socialista, del que es
directo heredero P. Sánchez, ha sido una auténtica desgracia para España,
azuzando odios y enfrentamientos entre españoles, y utilizando la nación como
patio de operaciones donde sus propios odios y rencores hacia los otros
españoles tomaron carta de naturaleza. Con lo sencillo que hubiera sido
someterse a una eficaz terapia con la que superar sus complejos, fobias y
rencores.
Pedro Sanchez, el actual lider del partido socialista es el
responsable de que, Podemos y las marcas blancas de esta formación de
izquierdas radical, gobierne en las principales ciudades de España. Así sucede
en Madrid o en Barcelona. No se trata
únicamente de los socialistas hayan llevado a los ayuntamientos la radicalidad más
indeseable, sino que la vida publica municipal y en gran parte autonómica, se
ha plagado de personajes y personajas verdaderamente impresentables en todos
los sentidos. Ciertamente la representación municipal en España es de sonrojo
después de las ultimas elecciones y eso, se lo debemos inexcusablemente al
partido socialista y a Pedro Sanchez.
La regeneración parece llegar con aire fresco de la mano de Ciudadanos,
con vocaciòn de partido nacional. Viene, avalado por una corajuda historia de
resistencia en Cataluña. Su líder se ha curtido prácticamente en soledad, tras los gélidos muros del mas nauseabundo y
corrupto nacionalismo catalán. Llega con las manos limpias, y con los deberes
hechos; apunta maneras y sus propuestas en defensa de la unidad de la Nación Española son valientes y
novedosas. También lo son en cuanto a la regeneración del propio sistema democrático, desde el punto de vista institucional, como la
indispensable y urgentísima articulación de la separación de poderes y la
reforma judicial.
Y pienso, finalmente, que
el Partido Popular, llega a estas elecciones acosado por los gravísimos
casos de corrupción de su partido, que tocan muy de cerca al mismísimo
Presidente. Todos los días amanecemos con un caso de corrupción política. Sin
embargo, francamente no puedo extrañarme. El Partido socialista ha gobernado en
España durante décadas, y la corrupción ha sido una constante definitoria de su
actividad pública. Durante el gobierno de F. Gonzalez, la corrupción podía
definirse como universal en España, al igual que ha sucedido en Andalucía,
donde la hediondez de la actividad del partido socialista y los sindicatos “de
clase”, lo ha impregnado todo en la comunidad autónoma. Siendo deleznables y
escandalosísimos los casos de corrupción del Partido Popular, tiene en su haber
que la asignatura en economía la va
aprobando con un suficiente, al que podemos añadir un +, teniendo en cuenta que
el país que la izquierda representada por el Partido Socialista le entregó era
un país literalmente quebrado.
Los cuatro partidos, (a los que habría que añadir los
partidos independentistas) cuyas discrepancias aparentemente son radicales en
algunas cuestiones, comparten sin embargo,
planteamientos éticos y morales muy similares. Parecen participar todos
ello de un modelo de sociedad que yo no comparto. La valoración de la cuestión económica no es
suficiente para mi a la hora de decantar mi voto. En absoluto constituye una
cuestión definitiva para que yo entregue
mi confianza a una formación política. Voy a ser mucho mas explicita, y para
ello pondré dos ejemplos ilustrativos de cual es mi planteamiento ante las
urnas.
Podría disculpar a Mariano Rajoy que no hubiese acertado con sus medidas económicas,
pero jamás le perdonare la puesta en libertad de Bolinga, o la continuidad de
la hoja de ruta de Zapatero con la
ETA , que ha llevado a los terroristas a las instituciones de
mi país. Por otro lado, puedo valorar el
coraje de Albert Rivera en la defensa de la Unidad de España en Cataluña, pero no voy a
participar de un proyecto político que plantea la regulación de lo que se denomina
la “maternidad subrogada”. Abordar desde esta perspectiva la maternidad, la
dignidad de la mujer, atenta gravemente contra mis principios morales. La
supuesta “normalización” de este tipo de practicas, responde a la concepción de
la sociedad que me es completamente ajena.
Imagino que alguien podría preguntarse, ¿y el resto del
programa político no es suficiente? No, no es suficiente. La transgresión de
determinadas líneas rojas, que delimitan mi conciencia, es definitiva para que
yo adopte una u otra posición política. He puesto solo dos ejemplos, y he
simplificado en mi exposición, solo para explicarla. El sentido de la misma es
bastante simple. Se llama voto en conciencia, voto en valores, voto a favor de
determinados principios, que son, por decirlo con claridad, innegociables para
mi.
Obviamente las opciones de izquierda no las tengo en
consideración. No porque no me haya molestado en leer sus programas
electorales, sino precisamente por ello. He tenido la santa paciencia de
leerlos, escuchar a sus líderes, y valorar su presente y su pasado. No gracias.
Menos que nada necesito salvadores que me ofrezcan la paz de los cementerios, ni
siquiera desde el punto de vista intelectual.
Sigo con atención la evolución de las encuestas de opinión.
He asistido verdaderamente pasmada a la manipulación de la información
política, a la desinformación intencionada de la ciudadanía, por parte de unos
medios de comunicación que producen sonrojo. Contemplo como la ideología
dominante en cuestiones candentes, se extiende por las redes sociales y a través de los
medios de comunicación, como una tinta
que lo tiñe todo un color uniforme y sin matices. Asuntos como el cambio
climático, la ideología de género, el anticlericalismo, el ateismo, el
antisemitismo, el feminismo radical, el medioambientalismo de rasgos malthusionianos, el pacifismo estéril
y acrítico, conforman la superestructura en la que descansa una opinión publica
ajena mayoritariamente al debate, a la discusión intelectual o moral, y me
atrevería a decir, completamente ignorante y desinteresada por presupuestos alternativos a la corriente de
pensamiento dominante en los diferentes ordenes de la vida. Tengo la sensación
de vivir en una dictadura sutil, pero implacable, en la que los “disidentes”,
son condenados a la invisibilidad, al silencio, a la no existencia y en estas
circunstancias, el control de la opinión resulta determinante en la orientación
de la voluntad ciudadana a la hora de depositar su voto.
Ninguna de las opciones políticas con capacidad de gobierno contará
con mi confianza. No porque crea que
todo seguirá igual. Soy consciente de que según que resultado que se derive de
las urnas, todo puede incluso empeorar. Lo que sucede es que, soy consciente de
que es la ciudadanía la responsable de sus decisiones, y que, francamente, ha
dejado de interesarme aquellos asuntos que para la mayoría parecieran ser
fundamentales. Digamos, que no quiero jugar el juego que me ofrecen, y que mi
libertad me lleva a transitar por los caminos de la disidencia. Lo digo con
buen ánimo, incluso con satisfacción y un poco de orgullo.
No me siento concernida por esta batalla, en la que las
cosas que se discuten no me interesan de manera fundamental, y las que me
interesan ni siquiera son mencionadas. Por el contrario parecen ponerse de
acuerdo, los que entre si se muestran tan diferentes, en ofrecerme propuestas
que me producen un profundo rechazo y una enorme vergüenza.
Como decía San Francisco, personalmente cada día necesito
menos cosas, y las que necesito las necesito menos. Me hiere mas lo que se me
ofrece, que temo lo me pudieran arrebatar. Si es que el temor fuera lo que
tuviera que mover mi voluntad, para, en el peor de los casos, votar para votar
contra alguien. En el fondo, y en determinadas cuestiones ninguno de los cuatro
son tan diferentes.
Si se que algunas de las cosas que estoy segura veré, no
será porque yo con mi voto las haya propiciado. Las luchas políticas que se
diriman, en asuntos que no me conciernen, las observaré ajena. Que voten
aquellos que todavía tengan algo que esperar, o aquellos que confíen en tener
algo que conservar a las opciones políticas que les representen.
Esta, estoy convencida de que esta no es mi guerra, por eso, votaré el
Domingo con un sonrisa, con alegre ánimo y con sentido orgullo por aquellos que
son silenciados, por los hablan en el lenguaje en el que yo me entiendo. Votaré
por el partido que pone su voz en los labios de los no nacidos, en las
propuestas a favor de la vida, en la esperanza de una nación de españoles
libres e iguales, en una sociedad de ciudadanos que sustente un verdadero
estado de derecho, donde la justicia sea independiente y este al servicio de
todos y cada uno de los ciudadanos, sin atender a su procedencia o su capacidad
económica. Votaré en la dirección contraria a la corriente dominante, votaré para que mi voto no sea una renuncia; quiero que mi voto sea uno, aunque, solo
sea uno, ejemplo de ello. En definitiva, porque la Libertad , mi libertad,
sigue siendo para mi lo más importante.